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"Mi corazon en tus manos"
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Re: "Mi corazon en tus manos"
jajajajja que mal
Alice Hale- .-·´¯`·._.·¤ Little Tinkerbell¤·._.·´¯`·-
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Puntos : 528
Fecha de nacimiento : 11/09/1991
Fecha de inscripción : 11/01/2010
Edad : 33
Localización : En casa o de compras!!!!!!!
Empleo /Ocio : Ver el futuro XD
Humor : Alegre y espontaneo
Re: "Mi corazon en tus manos"
CAPITULO 8
Bella se detuvo frente a la puerta de la recámara de su prima, con el puño alzado. Dadas las circunstancias, quizás no era el momento apropiado para una visita matutina. Había decidido retirarse cuando escuchó que se abría la puerta de al lado, encontrándose con Jasper que la miró sorprendido al verla allí. Bella se sonrojó al pensar de nuevo en su intrusión.
-Buenos días, Majestad -le saludó rápidamente haciendo una reverencia. Jasper sonrió.
-Alteza, teniendo en cuenta que ya somos familia y que os hospedáis en el castillo, hecho que confío será por una larga temporada, opino que podríamos saltarnos ese formalismo ¿no creéis? -puntualizó con expresión confiada.
-Gracias por la deferencia, Majestad -sonrió Bella.
-No las merece. Además, de otro modo deberíais actuar igualmente con vuestra prima y creo que anoche quedó de manifiesto cual sería el resultado -Bella enrojeció al recordar su comportamiento poco decoroso de la noche anterior.
-No era mi intención incomodaros, Alteza -se apresuró a añadir. -Anoche era un motivo de celebración y vuestra actuación no desentonó en absoluto con el ambiente jocoso y animado propios de la ocasión. De hecho, me alegro de que os divirtierais -concluyó.
-Sí, Majestad -afirmó algo más calmada. Jasper asintió.
-Imagino que vuestra prima aún duerme -le indicó cambiando de tema. -Por favor, decidle que la espero en el comedor para desayunar.
Dicho eso, se retiró dejando a Bella sumida en la confusión. Cuando entró en la habitación halló a Alice desperezándose.
-¿Con quién hablabas? -preguntó con voz somnolienta.
-Con tu esposo -respondió aún confundida.
-¿Sucede algo? -dijo al ver la expresión de su prima. Bella se mantuvo en silencio mientras se acercaba a la cama para sentarse, tratando de ordenar sus ideas.
-¿Qué pasa? -le inquirió Alice impaciente ante su silencio.
-¿Me equivoco si pensase que Jasper no ha dormido contigo? -susurró insegura ante la suposición que se abría paso por su mente.
-Estás en lo cierto -afirmó con aire despreocupado.
-¿Cómo? -se sorprendió Bella. Alice pasó a narrarle lo sucedido en la que debería haber sido su noche de bodas.
-Aún no puedo creerlo -admitió sin ocultar su asombro cuando Alice terminó su relato.
-Yo tampoco sé muy bien que pensar -concordó Alice. -No sé como tomarlo, por un lado me aseguró que no era rechazo hacia mí pero, no concibo que motivo le llevó a no querer consumar nuestro matrimonio -reconoció un tanto avergonzada por el tema que estaban tratando.
-Yo sí creo entenderlo -aseguró firme. Alice la miro incrédula.
-¡Ah, sí! Ilústrame -se mofó.
-Te está pidiendo que lo ames -sentenció Bella. Alice hizo estallar una carcajada.
-Bella, creo que aún te duran los efectos de la hidromiel -se rió.
-No estoy bromeando, Alice. -La voz de Bella sonó seria. -Él mismo te dijo que esperaba algo más de vuestra unión, algo más allá de lo físico, algo espiritual. Qué más aparte del amor puede hacer que los lazos matrimoniales sean indelebles e irrompibles.
-No hay que ser tan místico, Bella. El respeto, la lealtad e, incluso, el afecto serían suficientes -respondió Alice convencida.
-Me cuesta mucho creer que, precisamente tú, pienses que esas puedan ser las bases de un matrimonio -se rió
-En un matrimonio convenido eso es más de lo que se pueda desear -afirmó con cierta aflicción.
-¿Me quieres convencer de que lo único que puedes llegar a sentir por tu esposo es “afecto”? -cuestionó haciendo hincapié en esa última palabra -Pues déjame decirte que ya es un poco tarde para eso -se burló Bella. Alice le hizo una mueca.
-Alice sabes que tengo razón y el único motivo por el que intentas negarlo es porque estás enamorada de él y tienes miedo a su rechazo.
-¡Bella! -la reprendió alice.
-¿Acaso no ves que quizás él no te lo ha dicho abiertamente por el mismo motivo? -continuó, haciendo caso omiso a sus replicas y mohines. -Con certeza Jasper piensa que, siendo tan breve el tiempo que os conocéis, es poco probable que sientas algo por él y prefiere mostrarse cauteloso y darte tiempo con la esperanza de que algún día le correspondas. Pero además, de esa forma, él también protege sus sentimientos frente a un posible rechazo por tu parte.
Alice quedó muda ante tal razonamiento.
-Por eso no quiso que te entregaras a él, no quiere tu cuerpo únicamente sino tu corazón -concluyó Bella.
-¡Bella! -la espetó enrojecida.
-Piensa lo que te digo detenidamente y verás que tengo razón -añadió. -Por lo pronto vístete que tu esposo te espera a desayunar.
-¿Qué? ¿Y por qué no me lo has dicho antes? -le exigió Alice saltando de la cama mientras Bella la observaba sin parar de reír.
§ ~ * ~ §
Con tantos caballeros y nobles reunidos en la arena, el torneo prometía ser todo un éxito. El palenque estaba repleto de estandartes, banderas, gallardetes y escudos de armas pertenecientes a los participantes que representaban a sus reinos en la contienda. Al ser por motivo de celebración, todas las armas eran simuladas para evitar heridas y daños en los combatientes, pero eso no le restaría vistosidad y emoción a los juegos.
En el tablado real, presidido por Jasper y Alice y custodiados por Emmett, se encontraban Bella y su padre, Rosalie, que seguía acompañada por el Duque James como si fuera su sombra, los padres de Edward y, para descontento de Bella, la Princesa Tanya y su familia. Observó como, a pesar de la indiferencia que mostraba Edward, Tanya no hacía más que dedicarle sonrisas insinuantes tratando de llamar su atención.
Edward, a pesar de haber organizado él mismo el torneo, participaba en los juegos. De hecho, en ese momento se encontraba en la liza escogiendo una de las armas sin corte para el combate a espada que tendría lugar a continuación. Bella se estremeció al ver como Jacob, blandiendo ya su arma, se aproximaba a la liza desde el otro extremo, el del contrincante. Aún recordaba lo enojado que se había mostrado con ella después del desayuno, reprochándole el haber abandonado la fiesta la noche anterior, para volver del brazo de Edward, mientras él la había estado buscando por el jardín.
Sabía que aún estaba molesto pues las excusas que Bella le había dado no le habían parecido suficientes. Sin embargo, en cierto modo, a Bella no le preocupaba en demasía pues, en su opinión, sus explicaciones habían sido más que satisfactorias en aras de su compromiso de amistad para con él. En cualquier caso, le preocupaba que Jacob pudiera descargar su enojo con Edward, las armas podían ser corteses, pero un golpe con mala voluntad podía dejarlo maltrecho.
Tanya volvió a agitar su pañuelo por enésima vez llamando la atención de Edward indicándole que se acercase. El muchacho observó con desgana como la mayoría del público cuchicheaba mirando a la princesa, así que ya no consideró oportuno el ignorarla por más tiempo. Mientras se acercaba al tablado miró a Bella con ojos afligidos, casi con una disculpa, aunque no servía de mucho al ver lo apagado de su mirada oscura. Tanya estaba empezando a resultar una molestia, su acercamiento a Bella se estaba viendo empañado por el comportamiento de la princesa.
-Deseo que llevéis mi pañuelo en prenda para que os dé suerte en el combate -le pidió en cuanto se acercó a ella. Edward asintió tomándolo y volvió a dirigirse hacia la arena. Lógicamente, y para su disgusto, debía aceptar, no podía desairarla en público, pero al menos, no lo ató a su muñeca como símbolo de afecto a la dama dueña de la prenda, si no que lo ató en el mango de la espada. Ese gesto que daba un atisbo de alivio al tormento de Bella, suponía cierta indignación, aunque bien disimulada, para Tanya.
Jasper levantó su brazo indicando a los combatientes que tomaran sus posiciones. Cuando ambos se hallaban listos, lo bajó rápidamente, dando así comienzo al encuentro. Como eran juegos amistosos, la lucha acabaría cuando uno de ellos desarmara al otro o cuando le hiciera salir dos veces del ámbito marcado con cal en la liza.
Jacob comenzó el ataque, sus lances eran poderosos, aunque Edward los esquivaba con maestría.
-El príncipe tiene brazo potente -le comentó James a Rosalie.
-Sí -admitió ella -pero os sugiero que no perdáis de vista a mi primo, su agilidad y rapidez son asombrosas -le sugirió.
Emmett seguía de cerca la conversación de esos dos tratando de ocultar su mal humor. El hecho de no poder situar el rostro del duque lo irritaba, estaba completamente seguro de que lo había visto antes. Además, no ayudaba a su humor el hecho de que no se separara de la princesa ni un momento. No hacía más que intentar adularla con su palabrería, cosa que le hacía gracia pues casi rozaba la fanfarronería en su afán por agradarla. En cambio, lo que se le fastidiaba realmente era lo complacida que se mostraba ella. El por qué escapaba a su entendimiento pero el sonido de cada una de sus risas provocadas por la cháchara de aquel duque le estrujaba las entrañas dolorosamente. Un grito de exclamación por parte del público le hizo fijarse de nuevo en la lucha. Al parecer, Jacob había golpeado a Edward en el brazo izquierdo con su espada, haciéndole perder el escudo y dejándolo dolorido.
Bella se detuvo frente a la puerta de la recámara de su prima, con el puño alzado. Dadas las circunstancias, quizás no era el momento apropiado para una visita matutina. Había decidido retirarse cuando escuchó que se abría la puerta de al lado, encontrándose con Jasper que la miró sorprendido al verla allí. Bella se sonrojó al pensar de nuevo en su intrusión.
-Buenos días, Majestad -le saludó rápidamente haciendo una reverencia. Jasper sonrió.
-Alteza, teniendo en cuenta que ya somos familia y que os hospedáis en el castillo, hecho que confío será por una larga temporada, opino que podríamos saltarnos ese formalismo ¿no creéis? -puntualizó con expresión confiada.
-Gracias por la deferencia, Majestad -sonrió Bella.
-No las merece. Además, de otro modo deberíais actuar igualmente con vuestra prima y creo que anoche quedó de manifiesto cual sería el resultado -Bella enrojeció al recordar su comportamiento poco decoroso de la noche anterior.
-No era mi intención incomodaros, Alteza -se apresuró a añadir. -Anoche era un motivo de celebración y vuestra actuación no desentonó en absoluto con el ambiente jocoso y animado propios de la ocasión. De hecho, me alegro de que os divirtierais -concluyó.
-Sí, Majestad -afirmó algo más calmada. Jasper asintió.
-Imagino que vuestra prima aún duerme -le indicó cambiando de tema. -Por favor, decidle que la espero en el comedor para desayunar.
Dicho eso, se retiró dejando a Bella sumida en la confusión. Cuando entró en la habitación halló a Alice desperezándose.
-¿Con quién hablabas? -preguntó con voz somnolienta.
-Con tu esposo -respondió aún confundida.
-¿Sucede algo? -dijo al ver la expresión de su prima. Bella se mantuvo en silencio mientras se acercaba a la cama para sentarse, tratando de ordenar sus ideas.
-¿Qué pasa? -le inquirió Alice impaciente ante su silencio.
-¿Me equivoco si pensase que Jasper no ha dormido contigo? -susurró insegura ante la suposición que se abría paso por su mente.
-Estás en lo cierto -afirmó con aire despreocupado.
-¿Cómo? -se sorprendió Bella. Alice pasó a narrarle lo sucedido en la que debería haber sido su noche de bodas.
-Aún no puedo creerlo -admitió sin ocultar su asombro cuando Alice terminó su relato.
-Yo tampoco sé muy bien que pensar -concordó Alice. -No sé como tomarlo, por un lado me aseguró que no era rechazo hacia mí pero, no concibo que motivo le llevó a no querer consumar nuestro matrimonio -reconoció un tanto avergonzada por el tema que estaban tratando.
-Yo sí creo entenderlo -aseguró firme. Alice la miro incrédula.
-¡Ah, sí! Ilústrame -se mofó.
-Te está pidiendo que lo ames -sentenció Bella. Alice hizo estallar una carcajada.
-Bella, creo que aún te duran los efectos de la hidromiel -se rió.
-No estoy bromeando, Alice. -La voz de Bella sonó seria. -Él mismo te dijo que esperaba algo más de vuestra unión, algo más allá de lo físico, algo espiritual. Qué más aparte del amor puede hacer que los lazos matrimoniales sean indelebles e irrompibles.
-No hay que ser tan místico, Bella. El respeto, la lealtad e, incluso, el afecto serían suficientes -respondió Alice convencida.
-Me cuesta mucho creer que, precisamente tú, pienses que esas puedan ser las bases de un matrimonio -se rió
-En un matrimonio convenido eso es más de lo que se pueda desear -afirmó con cierta aflicción.
-¿Me quieres convencer de que lo único que puedes llegar a sentir por tu esposo es “afecto”? -cuestionó haciendo hincapié en esa última palabra -Pues déjame decirte que ya es un poco tarde para eso -se burló Bella. Alice le hizo una mueca.
-Alice sabes que tengo razón y el único motivo por el que intentas negarlo es porque estás enamorada de él y tienes miedo a su rechazo.
-¡Bella! -la reprendió alice.
-¿Acaso no ves que quizás él no te lo ha dicho abiertamente por el mismo motivo? -continuó, haciendo caso omiso a sus replicas y mohines. -Con certeza Jasper piensa que, siendo tan breve el tiempo que os conocéis, es poco probable que sientas algo por él y prefiere mostrarse cauteloso y darte tiempo con la esperanza de que algún día le correspondas. Pero además, de esa forma, él también protege sus sentimientos frente a un posible rechazo por tu parte.
Alice quedó muda ante tal razonamiento.
-Por eso no quiso que te entregaras a él, no quiere tu cuerpo únicamente sino tu corazón -concluyó Bella.
-¡Bella! -la espetó enrojecida.
-Piensa lo que te digo detenidamente y verás que tengo razón -añadió. -Por lo pronto vístete que tu esposo te espera a desayunar.
-¿Qué? ¿Y por qué no me lo has dicho antes? -le exigió Alice saltando de la cama mientras Bella la observaba sin parar de reír.
§ ~ * ~ §
Con tantos caballeros y nobles reunidos en la arena, el torneo prometía ser todo un éxito. El palenque estaba repleto de estandartes, banderas, gallardetes y escudos de armas pertenecientes a los participantes que representaban a sus reinos en la contienda. Al ser por motivo de celebración, todas las armas eran simuladas para evitar heridas y daños en los combatientes, pero eso no le restaría vistosidad y emoción a los juegos.
En el tablado real, presidido por Jasper y Alice y custodiados por Emmett, se encontraban Bella y su padre, Rosalie, que seguía acompañada por el Duque James como si fuera su sombra, los padres de Edward y, para descontento de Bella, la Princesa Tanya y su familia. Observó como, a pesar de la indiferencia que mostraba Edward, Tanya no hacía más que dedicarle sonrisas insinuantes tratando de llamar su atención.
Edward, a pesar de haber organizado él mismo el torneo, participaba en los juegos. De hecho, en ese momento se encontraba en la liza escogiendo una de las armas sin corte para el combate a espada que tendría lugar a continuación. Bella se estremeció al ver como Jacob, blandiendo ya su arma, se aproximaba a la liza desde el otro extremo, el del contrincante. Aún recordaba lo enojado que se había mostrado con ella después del desayuno, reprochándole el haber abandonado la fiesta la noche anterior, para volver del brazo de Edward, mientras él la había estado buscando por el jardín.
Sabía que aún estaba molesto pues las excusas que Bella le había dado no le habían parecido suficientes. Sin embargo, en cierto modo, a Bella no le preocupaba en demasía pues, en su opinión, sus explicaciones habían sido más que satisfactorias en aras de su compromiso de amistad para con él. En cualquier caso, le preocupaba que Jacob pudiera descargar su enojo con Edward, las armas podían ser corteses, pero un golpe con mala voluntad podía dejarlo maltrecho.
Tanya volvió a agitar su pañuelo por enésima vez llamando la atención de Edward indicándole que se acercase. El muchacho observó con desgana como la mayoría del público cuchicheaba mirando a la princesa, así que ya no consideró oportuno el ignorarla por más tiempo. Mientras se acercaba al tablado miró a Bella con ojos afligidos, casi con una disculpa, aunque no servía de mucho al ver lo apagado de su mirada oscura. Tanya estaba empezando a resultar una molestia, su acercamiento a Bella se estaba viendo empañado por el comportamiento de la princesa.
-Deseo que llevéis mi pañuelo en prenda para que os dé suerte en el combate -le pidió en cuanto se acercó a ella. Edward asintió tomándolo y volvió a dirigirse hacia la arena. Lógicamente, y para su disgusto, debía aceptar, no podía desairarla en público, pero al menos, no lo ató a su muñeca como símbolo de afecto a la dama dueña de la prenda, si no que lo ató en el mango de la espada. Ese gesto que daba un atisbo de alivio al tormento de Bella, suponía cierta indignación, aunque bien disimulada, para Tanya.
Jasper levantó su brazo indicando a los combatientes que tomaran sus posiciones. Cuando ambos se hallaban listos, lo bajó rápidamente, dando así comienzo al encuentro. Como eran juegos amistosos, la lucha acabaría cuando uno de ellos desarmara al otro o cuando le hiciera salir dos veces del ámbito marcado con cal en la liza.
Jacob comenzó el ataque, sus lances eran poderosos, aunque Edward los esquivaba con maestría.
-El príncipe tiene brazo potente -le comentó James a Rosalie.
-Sí -admitió ella -pero os sugiero que no perdáis de vista a mi primo, su agilidad y rapidez son asombrosas -le sugirió.
Emmett seguía de cerca la conversación de esos dos tratando de ocultar su mal humor. El hecho de no poder situar el rostro del duque lo irritaba, estaba completamente seguro de que lo había visto antes. Además, no ayudaba a su humor el hecho de que no se separara de la princesa ni un momento. No hacía más que intentar adularla con su palabrería, cosa que le hacía gracia pues casi rozaba la fanfarronería en su afán por agradarla. En cambio, lo que se le fastidiaba realmente era lo complacida que se mostraba ella. El por qué escapaba a su entendimiento pero el sonido de cada una de sus risas provocadas por la cháchara de aquel duque le estrujaba las entrañas dolorosamente. Un grito de exclamación por parte del público le hizo fijarse de nuevo en la lucha. Al parecer, Jacob había golpeado a Edward en el brazo izquierdo con su espada, haciéndole perder el escudo y dejándolo dolorido.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-Vuestro amigo se toma el combate muy en serio -le indicó Jasper a Bella.
-Eso parece -admitió ella preocupada.
Edward apartó rápidamente con el pié el escudo y tomando la espada con ambas manos, comenzó a moverse alrededor de Jacob. Debía reconocer que sus ataques eran decididos y firmes y su energía parecía inagotable, era un buen adversario. Jacob, sin más dilación lanzó otro ataque, haciendo saltar chispas de la espada de Edward cuando lo recibió. Edward sabía que esa impetuosidad y esa fuerza eran buenas cualidades para un combate, pero no las únicas. Jacob prosiguió con sus ataques contundentes mientras Edward se mantenía a la defensiva. El saberse dominante le daba nuevos bríos a Jacob, por lo que sus embates se volvían cada vez más agresivos. El joven se alejó un poco para volver a arremeter con violencia y, de nuevo, Edward recibió su golpe pero esta vez, con una gran muestra de agilidad y presteza, se apartó inmediatamente de él. La propia fuerza que Jacob asestó a su ataque y sin la espada de Edward para absorber esa potencia, hizo que su propio cuerpo se desequilibrase y cayese al suelo. Rápidamente Edward apartó su espada con el pié mientras con la suya apuntaba sobre el pecho de Jacob, que lo miraba desde el suelo con los ojos llenos de furia, mientras el público rugía de excitación ante el desenlace del encuentro. Edward miró a su primo que, asintiendo con la cabeza anunciaba que, efectivamente, la lucha se había desarrollado de modo honorable y, por tanto, él era el ganador. Le ofreció la mano a Jacob para ayudarle a incorporarse pero, tal y como Edward esperaba, la rechazó. Ambos se colocaron ante el cadalso real inclinándose mientras todos aplaudían en reconocimiento a los luchadores. Edward miró a Bella que le sonreía mientras aplaudía como los demás. Que aquellos ojos volvieran a dedicarle su brillo bien valían los golpes que Jacob le había asestado.
-Veo a que os referíais, Alteza -puntualizó James.
-Ya os lo dije -sonrió Rosalie mientras aplaudía a su primo. -Por cierto, tengo cierta curiosidad, Excelencia.
-Podéis preguntarme lo que deseéis -acordó complaciente.
-Habiéndome relatado varias de vuestras gestas y contiendas de las que habéis sido partícipe, algunas tan cruentas como la Batalla de Teschen, y entendiendo que sois un hombre de acción, me sorprende que no hayáis participado en los juegos.
-¿La Batalla de Teschen? -pensó Emmett mientras les escuchaba lleno de confusión. Esperó que el duque la corrigiera en su error, sin duda Rosalie había confundido el nombre de la batalla en cuestión pero, esa corrección por parte del duque no llegó jamás, sólo escuchó su risa presuntuosa.
-Reconozco que están resultando muy interesantes pero no lo suficientemente excitantes como para que me alienten a dejar vuestra compañía -murmuró insinuante.
-¿Y cómo deberían ser para alentaros? -susurró ella siguiendo su juego. Rosalie recibió una mirada de censura por parte de Jasper. Aquel duque desconocido no le inspiraba ninguna confianza y el hecho de que su hermana se mostrase tan cordial y entusiasmada con él no le agradaba en absoluto. Sin embargo, a ella no parecía importarle su opinión.
-Quizás si fuese otro el premio -sugirió él.
-¿Cómo cual? -quiso saber.
-Un beso.
-¡Excelencia! -exclamó Rosalie con fingida reprobación.
-Por un beso vuestro lucharía con cualquiera que esté dispuesto a probar el hierro de mi espada -aventuró James.
-Entonces no os importaría pelear conmigo, Excelencia -la voz de Emmett hizo que todas las miradas de los que estaban en aquel tablado se posaran sobre él. No había terminado de hablar cuando ya se sintió arrepentido de lo que estaba diciendo. No podía entender el motivo de aquel arrebato suyo, quizás fue la palabrería de aquel duque fanfarrón o esa risa femenina que seguía golpeando su pecho. De todos modos, ya era demasiado tarde para lamentarse y debería llegar hasta la última consecuencia en la que derivase su imprudencia.
-¿Contigo? -James lo miró con desdén -¿Cómo te atreves? ¿No sabes que en un torneo sólo pueden participar nobles y caballeros? -lo observó de pies a cabeza -Viéndote no creo que seas ninguna de las dos cosas -dijo con sorna.
-Vos mismo habéis dicho que os enfrentaríais a cualquiera, Excelencia -respondió Emmett con seguridad. -Con esa afirmación vos mismo revocáis esa regla. Por otro lado -prosiguió -como podéis comprobar, Asbath, la patria de Su Majestad, la Reina, no ha tenido representante en el torneo. Si Su Majestad lo permite, sería un honor para mí representarlo.
-Un honor y una osadía -espetó con indignación -Pretendiendo enfrentarte a un noble...
Viendo que Jasper no intervenía interrumpiendo ese enfrentamiento verbal entre ambos hombres, Emmett decidió continuar.
-Excelencia, en la arena poco papel tienen la nobleza y los títulos. Se miden el coraje y la valentía de los hombres y eso no es exclusivo de la realeza -aseveró. -En cualquier caso, si vos pensáis que la sangre azul que pueda correr por vuestras venas influiría en el desarrollo de la contienda, ya no tenéis de que preocuparos, pues con seguridad os haréis con el triunfo. Como bien habéis dicho, no soy ningún noble, sólo un simple guardia -le desafió mirando fijamente a sus ojos. Tras unos segundos se colocó frente a Jasper y se arrodilló ante él, inclinando su cabeza con humildad.
-Majestad, os ruego me concedáis el honor de poder representar a mi patria en este torneo en el que precisamente festejamos que Su Majestad se haya convertido en nuestro rey.
-Levántante, Emmett -murmuró Jasper tomándolo por el brazo para que se incorporara. Alice le lanzó una mirada exhortativa a su marido, le preocupaba que se ofendiera ante la petición del muchacho. Jasper le dedicó una leve sonrisa para calmar su angustia mientras se ponía en pié.
-Mi primo, el Príncipe Edward, ha organizado estos juegos con la única intención de entretener a los presentes y festejar, como broche a las celebraciones del día de ayer ¿cierto? -preguntó dirigiendo la mirada a Edward que se había acercado al estrado al escuchar a Emmett. Edward asintió firmemente mientras sonreía, preguntándose que cariz tomaría la inusual petición del guardia. Por supuesto que no coincidía en absoluto con lo que afirmaba el tal llamado James que, por cierto, le era del todo desagradable, al contrario, el discurso de Emmett le había resultado de una lógica irrefutable. A pesar del malentendido respecto a su comportamiento con Alice de los primeros días, siempre se había mostrado impecable en su actitud, y el desafío lanzado al estirado del duque había hecho que, sin duda, se ganase su simpatía. Ojala su primo lo dejara combatir y le diese una buena lección.
-Como bien ha puntualizado Emmett, Asbath no ha tenido representación en este torneo -concordó Jasper. -Siendo en parte estos juegos en honor a mi esposa, no es justo que así sea. Teniendo en cuenta eso, el hecho de que, efectivamente, esto es para el divertimento general y sin que sirva de precedente, no tengo inconveniente alguno en que participes en estos juegos -le confirmó a Emmett. Luego se giró hacia James.
-Yo mismo he escuchado como le decías a mi hermana que lucharías con cualquiera. Como hombre de honor deberías mantener tu afirmación y enfrentarte a mi guardia -resaltó Jasper esas dos palabras, dándole a entender así a James que, pretendiendo ofender a Emmett lo ofendía a él también.
-De acuerdo, Majestad -asintió contrariado -Pero ya que accedo a un pedido tan poco común, creo que deberíais concederme cierta deferencia.
-¿Y cuál sería? -preguntó.
-Yo elegiré la suerte en la que nos enfrentaremos -propuso.
-Me parece justo -accedió Jasper. -¿Qué escoges?
-La justa -sonrió con perfidia.
Alice trató de ahogar un gemido de preocupación, en realidad todos se habían sorprendido ante tal sugerencia, incluso Rosalie lo miraba con turbación. Por un momento desvió su mirada hacia Emmett, al que no parecía afectarle lo que acababa de oír. Rosalie pensó que hasta ahí había llegado la insolencia del guardia. La justa solía practicarse sólo en torneos y no creía que Emmett hubiera participado en muchos dado su estatus, así que su inexperiencia era casi una certeza. Además, solía evitarse en torneos amistosos pues, aunque la lanza fuese roma, las caídas del caballo eran muy frecuentes y el jinete podía resultar gravemente herido. Jasper también lo miró con recelo, pero Emmett asintió aceptando el reto.
-De acuerdo -sentenció Jasper finalmente. -Os recuerdo a ambos que se trata de un torneo amistoso. Se harán cuatro pasadas, cada toque al adversario será un punto pero, si alguno es derribado perderá la contienda. En caso de empate, lucharéis a espada.
Los dos hombres asintieron aceptando las reglas y se encaminaron a la liza, cada uno a un extremo para elegir la lanza. Pero antes, James volvió sobre sus pasos y se dirigió a Rosalie desde la arena.
-Alteza, ¿me ofreceríais vuestro pañuelo como prenda? -le pidió. -Sería mi amuleto.
-Por supuesto, Excelencia. -Rosalie miró a Emmett por un segundo y vio como, apoyado en la lanza, los observaba con desgana. La rabia se apoderó de ella y así se lo hizo saber con la mirada mientras le entregaba su pañuelo a James. Deseó que el duque dejase su amor propio por los suelos como castigo por su descaro. James se encaminó de nuevo a la palestra colocándose el pañuelo en la muñeca, dirigiéndole una mirada victoriosa al guardia. Emmett por su parte se mostró impasible aunque en su interior maldecía esa nueva faceta recién descubierta de su naturaleza, la impetuosidad, y todo provocado por aquella mujer coqueta y altanera. Miró el rostro afligido de Alice y le dolió en lo más profundo. Sin duda tenía muchos motivos por los que ganar esa justa.
-Mi señor, quisiera pediros algo -susurró Alice apenada.
-¿Qué sucede mi señora? -Jasper tomó su mano preocupado.
-¿Puedo ofrecerle mi pañuelo a Emmett? -preguntó con aire inocente.
-Eso parece -admitió ella preocupada.
Edward apartó rápidamente con el pié el escudo y tomando la espada con ambas manos, comenzó a moverse alrededor de Jacob. Debía reconocer que sus ataques eran decididos y firmes y su energía parecía inagotable, era un buen adversario. Jacob, sin más dilación lanzó otro ataque, haciendo saltar chispas de la espada de Edward cuando lo recibió. Edward sabía que esa impetuosidad y esa fuerza eran buenas cualidades para un combate, pero no las únicas. Jacob prosiguió con sus ataques contundentes mientras Edward se mantenía a la defensiva. El saberse dominante le daba nuevos bríos a Jacob, por lo que sus embates se volvían cada vez más agresivos. El joven se alejó un poco para volver a arremeter con violencia y, de nuevo, Edward recibió su golpe pero esta vez, con una gran muestra de agilidad y presteza, se apartó inmediatamente de él. La propia fuerza que Jacob asestó a su ataque y sin la espada de Edward para absorber esa potencia, hizo que su propio cuerpo se desequilibrase y cayese al suelo. Rápidamente Edward apartó su espada con el pié mientras con la suya apuntaba sobre el pecho de Jacob, que lo miraba desde el suelo con los ojos llenos de furia, mientras el público rugía de excitación ante el desenlace del encuentro. Edward miró a su primo que, asintiendo con la cabeza anunciaba que, efectivamente, la lucha se había desarrollado de modo honorable y, por tanto, él era el ganador. Le ofreció la mano a Jacob para ayudarle a incorporarse pero, tal y como Edward esperaba, la rechazó. Ambos se colocaron ante el cadalso real inclinándose mientras todos aplaudían en reconocimiento a los luchadores. Edward miró a Bella que le sonreía mientras aplaudía como los demás. Que aquellos ojos volvieran a dedicarle su brillo bien valían los golpes que Jacob le había asestado.
-Veo a que os referíais, Alteza -puntualizó James.
-Ya os lo dije -sonrió Rosalie mientras aplaudía a su primo. -Por cierto, tengo cierta curiosidad, Excelencia.
-Podéis preguntarme lo que deseéis -acordó complaciente.
-Habiéndome relatado varias de vuestras gestas y contiendas de las que habéis sido partícipe, algunas tan cruentas como la Batalla de Teschen, y entendiendo que sois un hombre de acción, me sorprende que no hayáis participado en los juegos.
-¿La Batalla de Teschen? -pensó Emmett mientras les escuchaba lleno de confusión. Esperó que el duque la corrigiera en su error, sin duda Rosalie había confundido el nombre de la batalla en cuestión pero, esa corrección por parte del duque no llegó jamás, sólo escuchó su risa presuntuosa.
-Reconozco que están resultando muy interesantes pero no lo suficientemente excitantes como para que me alienten a dejar vuestra compañía -murmuró insinuante.
-¿Y cómo deberían ser para alentaros? -susurró ella siguiendo su juego. Rosalie recibió una mirada de censura por parte de Jasper. Aquel duque desconocido no le inspiraba ninguna confianza y el hecho de que su hermana se mostrase tan cordial y entusiasmada con él no le agradaba en absoluto. Sin embargo, a ella no parecía importarle su opinión.
-Quizás si fuese otro el premio -sugirió él.
-¿Cómo cual? -quiso saber.
-Un beso.
-¡Excelencia! -exclamó Rosalie con fingida reprobación.
-Por un beso vuestro lucharía con cualquiera que esté dispuesto a probar el hierro de mi espada -aventuró James.
-Entonces no os importaría pelear conmigo, Excelencia -la voz de Emmett hizo que todas las miradas de los que estaban en aquel tablado se posaran sobre él. No había terminado de hablar cuando ya se sintió arrepentido de lo que estaba diciendo. No podía entender el motivo de aquel arrebato suyo, quizás fue la palabrería de aquel duque fanfarrón o esa risa femenina que seguía golpeando su pecho. De todos modos, ya era demasiado tarde para lamentarse y debería llegar hasta la última consecuencia en la que derivase su imprudencia.
-¿Contigo? -James lo miró con desdén -¿Cómo te atreves? ¿No sabes que en un torneo sólo pueden participar nobles y caballeros? -lo observó de pies a cabeza -Viéndote no creo que seas ninguna de las dos cosas -dijo con sorna.
-Vos mismo habéis dicho que os enfrentaríais a cualquiera, Excelencia -respondió Emmett con seguridad. -Con esa afirmación vos mismo revocáis esa regla. Por otro lado -prosiguió -como podéis comprobar, Asbath, la patria de Su Majestad, la Reina, no ha tenido representante en el torneo. Si Su Majestad lo permite, sería un honor para mí representarlo.
-Un honor y una osadía -espetó con indignación -Pretendiendo enfrentarte a un noble...
Viendo que Jasper no intervenía interrumpiendo ese enfrentamiento verbal entre ambos hombres, Emmett decidió continuar.
-Excelencia, en la arena poco papel tienen la nobleza y los títulos. Se miden el coraje y la valentía de los hombres y eso no es exclusivo de la realeza -aseveró. -En cualquier caso, si vos pensáis que la sangre azul que pueda correr por vuestras venas influiría en el desarrollo de la contienda, ya no tenéis de que preocuparos, pues con seguridad os haréis con el triunfo. Como bien habéis dicho, no soy ningún noble, sólo un simple guardia -le desafió mirando fijamente a sus ojos. Tras unos segundos se colocó frente a Jasper y se arrodilló ante él, inclinando su cabeza con humildad.
-Majestad, os ruego me concedáis el honor de poder representar a mi patria en este torneo en el que precisamente festejamos que Su Majestad se haya convertido en nuestro rey.
-Levántante, Emmett -murmuró Jasper tomándolo por el brazo para que se incorporara. Alice le lanzó una mirada exhortativa a su marido, le preocupaba que se ofendiera ante la petición del muchacho. Jasper le dedicó una leve sonrisa para calmar su angustia mientras se ponía en pié.
-Mi primo, el Príncipe Edward, ha organizado estos juegos con la única intención de entretener a los presentes y festejar, como broche a las celebraciones del día de ayer ¿cierto? -preguntó dirigiendo la mirada a Edward que se había acercado al estrado al escuchar a Emmett. Edward asintió firmemente mientras sonreía, preguntándose que cariz tomaría la inusual petición del guardia. Por supuesto que no coincidía en absoluto con lo que afirmaba el tal llamado James que, por cierto, le era del todo desagradable, al contrario, el discurso de Emmett le había resultado de una lógica irrefutable. A pesar del malentendido respecto a su comportamiento con Alice de los primeros días, siempre se había mostrado impecable en su actitud, y el desafío lanzado al estirado del duque había hecho que, sin duda, se ganase su simpatía. Ojala su primo lo dejara combatir y le diese una buena lección.
-Como bien ha puntualizado Emmett, Asbath no ha tenido representación en este torneo -concordó Jasper. -Siendo en parte estos juegos en honor a mi esposa, no es justo que así sea. Teniendo en cuenta eso, el hecho de que, efectivamente, esto es para el divertimento general y sin que sirva de precedente, no tengo inconveniente alguno en que participes en estos juegos -le confirmó a Emmett. Luego se giró hacia James.
-Yo mismo he escuchado como le decías a mi hermana que lucharías con cualquiera. Como hombre de honor deberías mantener tu afirmación y enfrentarte a mi guardia -resaltó Jasper esas dos palabras, dándole a entender así a James que, pretendiendo ofender a Emmett lo ofendía a él también.
-De acuerdo, Majestad -asintió contrariado -Pero ya que accedo a un pedido tan poco común, creo que deberíais concederme cierta deferencia.
-¿Y cuál sería? -preguntó.
-Yo elegiré la suerte en la que nos enfrentaremos -propuso.
-Me parece justo -accedió Jasper. -¿Qué escoges?
-La justa -sonrió con perfidia.
Alice trató de ahogar un gemido de preocupación, en realidad todos se habían sorprendido ante tal sugerencia, incluso Rosalie lo miraba con turbación. Por un momento desvió su mirada hacia Emmett, al que no parecía afectarle lo que acababa de oír. Rosalie pensó que hasta ahí había llegado la insolencia del guardia. La justa solía practicarse sólo en torneos y no creía que Emmett hubiera participado en muchos dado su estatus, así que su inexperiencia era casi una certeza. Además, solía evitarse en torneos amistosos pues, aunque la lanza fuese roma, las caídas del caballo eran muy frecuentes y el jinete podía resultar gravemente herido. Jasper también lo miró con recelo, pero Emmett asintió aceptando el reto.
-De acuerdo -sentenció Jasper finalmente. -Os recuerdo a ambos que se trata de un torneo amistoso. Se harán cuatro pasadas, cada toque al adversario será un punto pero, si alguno es derribado perderá la contienda. En caso de empate, lucharéis a espada.
Los dos hombres asintieron aceptando las reglas y se encaminaron a la liza, cada uno a un extremo para elegir la lanza. Pero antes, James volvió sobre sus pasos y se dirigió a Rosalie desde la arena.
-Alteza, ¿me ofreceríais vuestro pañuelo como prenda? -le pidió. -Sería mi amuleto.
-Por supuesto, Excelencia. -Rosalie miró a Emmett por un segundo y vio como, apoyado en la lanza, los observaba con desgana. La rabia se apoderó de ella y así se lo hizo saber con la mirada mientras le entregaba su pañuelo a James. Deseó que el duque dejase su amor propio por los suelos como castigo por su descaro. James se encaminó de nuevo a la palestra colocándose el pañuelo en la muñeca, dirigiéndole una mirada victoriosa al guardia. Emmett por su parte se mostró impasible aunque en su interior maldecía esa nueva faceta recién descubierta de su naturaleza, la impetuosidad, y todo provocado por aquella mujer coqueta y altanera. Miró el rostro afligido de Alice y le dolió en lo más profundo. Sin duda tenía muchos motivos por los que ganar esa justa.
-Mi señor, quisiera pediros algo -susurró Alice apenada.
-¿Qué sucede mi señora? -Jasper tomó su mano preocupado.
-¿Puedo ofrecerle mi pañuelo a Emmett? -preguntó con aire inocente.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-Claro que sí -asintió sonriendo ante la candidez de su esposa. Vio que no sólo su afecto por el guardia si no la inquietud por su seguridad la incitaban a hacerle sentir respaldado y a él, lejos de molestarle, le pareció un gesto lleno de bondad.
Alice se puso en pié produciendo un silencio generalizado en los presentes. Los murmullos no se hicieron esperar, todos se preguntaban a que se debía el comportamiento de la soberana. Alice miró a su esposo, quizás debería haber sido más cautelosa. Comprendió en ese momento a que se había referido Emmett aquel día al decirle que su actuar podía repercutir en su esposo. Jasper, para consuelo de Alice, pareció leer su pensamiento como acostumbraba a hacer y él mismo hizo un gesto a Emmett para que acudiera hasta ellos en muestra de apoyo por su proceder.
-Majestad -se inclinó ante Alice.
-Quisiera que me honraras aceptando mi pañuelo -dijo dulcemente pero con decisión.
Emmett no pudo ignorar las murmuraciones a su alrededor y miró a Jasper. Él asintió con la cabeza dando su aceptación así que Emmett ofreció el mango de su lanza a Alice, como señal de respeto, para que ella misma anudase el pañuelo.
-No dudo que dejarás en buen lugar la patria de tu reina -le aseguró Jasper, alentándolo.
-Gracias, Majestad -hizo una reverencia y caminó hacia su caballo. El propio capitán de la guardia, Peter, se había apresurado a traerlo de las caballerizas y prepararlo para él, incluso ya le ofrecía una cota de malla y la lorica para que protegiera su pecho y un yelmo. Emmett palmeó su espalda agradecido. Tantas muestras de apoyo le estaban empezando a abrumar, acrecentando su coraje e intentó por todos los medios que aquella fría mirada azul dejase de producir efecto en su buen ánimo.
Aprovechando ese momento en que los dos jinetes se acomodaban en sus respectivas monturas y se preparaban para iniciar la justa, Edward subió al tablado. Con el pañuelo en la mano se dirigió hacia Tanya.
-Gracias, Alteza -le dijo ofreciéndole el pañuelo.
Tanya le sonrió, mirándolo a través de sus pestañas y con un leve movimiento se desplazó en el banco dejando un hueco, invitándole a sentarse con ella. Edward sin embargo ignoró ese detalle y caminó hacia donde estaba sentada Bella con su padre.
-Alteza, ¿puedo tomar asiento? -preguntó.
-Por supuesto -respondió ella con sorpresa. Estaba completamente segura de que Edward iba a sentarse con Tanya. Se movió acercándose más a su padre y le dejó un espacio a su lado.
-Enhorabuena, muchacho -le felicitó Charles. -Tu destreza es asombrosa.
-Me alabáis, Majestad -le agradeció.
En ese momento, Jacob accedió al cadalso y, al ver el lugar que Edward estaba ocupando, su expresión abatida se llenó de enojo. No tuvo más remedio que sentarse al otro lado de Charles.
-Bien hecho -felicitó a su hijo también Carlisle que estaba sentado justo delante de Bella. -¿Necesitas que le eche un vistazo a ese brazo?
-No te preocupes, papá -dijo restándole importancia.
-Yo creo que sería buena idea -bromeó Charles -Personalmente he sufrido las consecuencias de la fuerza incontrolada de este muchacho y te aseguro Carlisle que el hematoma tardó varias semanas en desaparecer.
Ambos reyes rieron ante el comentario.
-Creo que debes seguir practicando tu autodominio -le palmeó Charles en el hombro a Jacob, que sólo emitió un gruñido como respuesta.
-¿Os duele mucho? -le preguntó Bella a Edward al ver que se palpaba el brazo.
-Un poco, pero ha valido la pena -susurró él sonriendo.
-Pues no entiendo por qué pueda valer la pena exponerse innecesariamente con este tipo de juegos absurdos -le regañó ella.
-Es sólo un deporte -se justificó.
-Un deporte muy violento -le corrigió. -No alcanzo a comprender el amor que le tenéis los hombres al peligro y los desafíos. Mirad a Emmett sin ir más lejos. Lo único que va a conseguir es que le rompan un par de huesos -concluyó con una mezcla de reproche y angustia.
-¿No creéis en sus habilidades? -dudó.
-¿Cómo se puede ser hábil en algo que se desconoce o no se practica?
-Pues para ser la primera vez que toma una lanza, no lo está haciendo nada mal -advirtió Edward mirando al muchacho que ya se hallaba en su montura al extremo de la palestra.
Emmett respiró profundo y notó como su pecho se apretaba contra la armadura. Era cierto que nunca había participado en una justa, pero había presenciado muchos combates en Asbath pues el difunto rey sí era aficionado a este tipo de juegos. Además era diestro con las armas y en la lucha y, por otro lado, tenía muy claro su objetivo, golpear con fuerza sobre la armadura de aquel duque jactancioso que se encontraba en el otro extremo de la liza.
Jasper alzó su brazo indicando el inicio de la justa. El toque de trompetas anunció la primera pasada. Emmett apretó su puño contra la lanza y azuzó a su caballo, con la mirada fija en el duque a través de las aberturas del yelmo. Cuando ambos jinetes se encontraron en mitad del recorrido, James estiró su brazo con fuerza y golpeó con su lanza en el hombro de Emmett, haciendo que su cuerpo girara debido a la violencia del ataque. Soltó al instante la lanza llevando su mano al hombro golpeado, aquel maldito duque no se andaba con rodeos.
Alice tapó su boca con sus manos. Emmett no iba a salir bien parado de esto. Apartó un momento la mirada de la liza hacia su esposo.
-Mi señor, podríais pedirle a vuestro tío que revise a Emmett después de la justa, si es que sobrevive -dijo esto último casi en un susurro. Jasper lanzó una carcajada.
-Deberíais tener un poco más de confianza en Emmett, mi señora -le instó -Y en cuanto a mi tío, le complacerá mucho si se lo pedís vos misma.
Alice asintió y volvió la vista a la arena de nuevo. Emmett ya estaba preparado para el segundo embate. Sonaron de nuevo las trompetas y espoleó con brío a su caballo. Esta vez midió mejor la distancia y lanzó un golpe certero que se estrelló en la armadura del duque. Uno a uno. Emmett sería un inexperto pero no se lo iba a poner nada fácil.
Con el tercero de sus ataques, James hizo notar su ruindad al levantar su lanza buscando el rostro de Emmett, arrancando su yelmo que salió por los aires como consecuencia del golpe. El público abucheó al duque sonoramente, pues a pesar de estar permitido, ese tipo de acción se consideraba un golpe bajo. Emmett perdió la orientación por un segundo, se sentía mareado, pero se aferró a las riendas de su caballo, por nada del mundo caería de su silla. Peter se acercó a él rápidamente.
-¿Estás bien? -le preguntó mientras le ayudaba a detener su caballo.
-Si, el mareo se me pasará enseguida -dijo mientras restregaba sus sienes. Peter le alcanzó el yelmo.
-No -lo rechazó Emmett.
-¿Estás seguro? -le inquirió Peter sin ocultar su desacuerdo. Emmett se limitó a afirmar con la cabeza.
-Está loco -aseveró Edward riendo.
-¿Qué pasa? -preguntó Bella sin comprender.
-Pretende enfrentar el siguiente embiste sin yelmo -le explicó aún divertido.
-¡¡Pero eso es una temeridad!! -se escandalizo Bella -¿¿¡¡Y vos os reís!!?? -le reprendió duramente. -Sin yelmo, otro golpe parecido al de antes podría matarlo.
-Tranquila, Alteza -la calmó -Comprobaréis vos misma que esta imprudencia no es gratuita. Me es grato descubrir que su coraje, lealtad y audacia son equiparables.
-No os entiendo
-Es un ardid -le aclaró a una Bella atónita.
Y así era. Emmett sabía muy bien la furia que había despertado en el duque al retarlo y el enfrentarse a él tan desprotegido suponía una tentación, era una oportunidad perfecta para infligirle un gran daño y James no perdería la ocasión. Emmett imaginó la mente retorcida del duque disfrutando con anticipación.
Respiró profundamente esperando el cuarto toque de trompetas. Jaleó su caballo sin separar ni un instante su vista de su objetivo, sin apenas pestañear mientras se acercaba a él. En cuanto percibió que James comenzaba a alzar su lanza buscando de nuevo su rostro, Emmett giró su cuerpo, consiguiendo así esquivarlo, enviando con este giro toda su fuerza hacia su lanza que reventó contra el centro de su pecho. James no fue capaz de repeler tal choque y cayó del espaldas sobre la arena.
El público estalló en aplausos ante tal valentía, incluso Peter en compañía de algunos guardias ya alzaban a Emmett y lo llevaban en volandas hacia el tablado, sin preocuparse ni por segundo por el vapuleado duque cuyo orgullo estaba ahora por los suelos, al igual que sus nobles posaderas.
Alice se puso en pié produciendo un silencio generalizado en los presentes. Los murmullos no se hicieron esperar, todos se preguntaban a que se debía el comportamiento de la soberana. Alice miró a su esposo, quizás debería haber sido más cautelosa. Comprendió en ese momento a que se había referido Emmett aquel día al decirle que su actuar podía repercutir en su esposo. Jasper, para consuelo de Alice, pareció leer su pensamiento como acostumbraba a hacer y él mismo hizo un gesto a Emmett para que acudiera hasta ellos en muestra de apoyo por su proceder.
-Majestad -se inclinó ante Alice.
-Quisiera que me honraras aceptando mi pañuelo -dijo dulcemente pero con decisión.
Emmett no pudo ignorar las murmuraciones a su alrededor y miró a Jasper. Él asintió con la cabeza dando su aceptación así que Emmett ofreció el mango de su lanza a Alice, como señal de respeto, para que ella misma anudase el pañuelo.
-No dudo que dejarás en buen lugar la patria de tu reina -le aseguró Jasper, alentándolo.
-Gracias, Majestad -hizo una reverencia y caminó hacia su caballo. El propio capitán de la guardia, Peter, se había apresurado a traerlo de las caballerizas y prepararlo para él, incluso ya le ofrecía una cota de malla y la lorica para que protegiera su pecho y un yelmo. Emmett palmeó su espalda agradecido. Tantas muestras de apoyo le estaban empezando a abrumar, acrecentando su coraje e intentó por todos los medios que aquella fría mirada azul dejase de producir efecto en su buen ánimo.
Aprovechando ese momento en que los dos jinetes se acomodaban en sus respectivas monturas y se preparaban para iniciar la justa, Edward subió al tablado. Con el pañuelo en la mano se dirigió hacia Tanya.
-Gracias, Alteza -le dijo ofreciéndole el pañuelo.
Tanya le sonrió, mirándolo a través de sus pestañas y con un leve movimiento se desplazó en el banco dejando un hueco, invitándole a sentarse con ella. Edward sin embargo ignoró ese detalle y caminó hacia donde estaba sentada Bella con su padre.
-Alteza, ¿puedo tomar asiento? -preguntó.
-Por supuesto -respondió ella con sorpresa. Estaba completamente segura de que Edward iba a sentarse con Tanya. Se movió acercándose más a su padre y le dejó un espacio a su lado.
-Enhorabuena, muchacho -le felicitó Charles. -Tu destreza es asombrosa.
-Me alabáis, Majestad -le agradeció.
En ese momento, Jacob accedió al cadalso y, al ver el lugar que Edward estaba ocupando, su expresión abatida se llenó de enojo. No tuvo más remedio que sentarse al otro lado de Charles.
-Bien hecho -felicitó a su hijo también Carlisle que estaba sentado justo delante de Bella. -¿Necesitas que le eche un vistazo a ese brazo?
-No te preocupes, papá -dijo restándole importancia.
-Yo creo que sería buena idea -bromeó Charles -Personalmente he sufrido las consecuencias de la fuerza incontrolada de este muchacho y te aseguro Carlisle que el hematoma tardó varias semanas en desaparecer.
Ambos reyes rieron ante el comentario.
-Creo que debes seguir practicando tu autodominio -le palmeó Charles en el hombro a Jacob, que sólo emitió un gruñido como respuesta.
-¿Os duele mucho? -le preguntó Bella a Edward al ver que se palpaba el brazo.
-Un poco, pero ha valido la pena -susurró él sonriendo.
-Pues no entiendo por qué pueda valer la pena exponerse innecesariamente con este tipo de juegos absurdos -le regañó ella.
-Es sólo un deporte -se justificó.
-Un deporte muy violento -le corrigió. -No alcanzo a comprender el amor que le tenéis los hombres al peligro y los desafíos. Mirad a Emmett sin ir más lejos. Lo único que va a conseguir es que le rompan un par de huesos -concluyó con una mezcla de reproche y angustia.
-¿No creéis en sus habilidades? -dudó.
-¿Cómo se puede ser hábil en algo que se desconoce o no se practica?
-Pues para ser la primera vez que toma una lanza, no lo está haciendo nada mal -advirtió Edward mirando al muchacho que ya se hallaba en su montura al extremo de la palestra.
Emmett respiró profundo y notó como su pecho se apretaba contra la armadura. Era cierto que nunca había participado en una justa, pero había presenciado muchos combates en Asbath pues el difunto rey sí era aficionado a este tipo de juegos. Además era diestro con las armas y en la lucha y, por otro lado, tenía muy claro su objetivo, golpear con fuerza sobre la armadura de aquel duque jactancioso que se encontraba en el otro extremo de la liza.
Jasper alzó su brazo indicando el inicio de la justa. El toque de trompetas anunció la primera pasada. Emmett apretó su puño contra la lanza y azuzó a su caballo, con la mirada fija en el duque a través de las aberturas del yelmo. Cuando ambos jinetes se encontraron en mitad del recorrido, James estiró su brazo con fuerza y golpeó con su lanza en el hombro de Emmett, haciendo que su cuerpo girara debido a la violencia del ataque. Soltó al instante la lanza llevando su mano al hombro golpeado, aquel maldito duque no se andaba con rodeos.
Alice tapó su boca con sus manos. Emmett no iba a salir bien parado de esto. Apartó un momento la mirada de la liza hacia su esposo.
-Mi señor, podríais pedirle a vuestro tío que revise a Emmett después de la justa, si es que sobrevive -dijo esto último casi en un susurro. Jasper lanzó una carcajada.
-Deberíais tener un poco más de confianza en Emmett, mi señora -le instó -Y en cuanto a mi tío, le complacerá mucho si se lo pedís vos misma.
Alice asintió y volvió la vista a la arena de nuevo. Emmett ya estaba preparado para el segundo embate. Sonaron de nuevo las trompetas y espoleó con brío a su caballo. Esta vez midió mejor la distancia y lanzó un golpe certero que se estrelló en la armadura del duque. Uno a uno. Emmett sería un inexperto pero no se lo iba a poner nada fácil.
Con el tercero de sus ataques, James hizo notar su ruindad al levantar su lanza buscando el rostro de Emmett, arrancando su yelmo que salió por los aires como consecuencia del golpe. El público abucheó al duque sonoramente, pues a pesar de estar permitido, ese tipo de acción se consideraba un golpe bajo. Emmett perdió la orientación por un segundo, se sentía mareado, pero se aferró a las riendas de su caballo, por nada del mundo caería de su silla. Peter se acercó a él rápidamente.
-¿Estás bien? -le preguntó mientras le ayudaba a detener su caballo.
-Si, el mareo se me pasará enseguida -dijo mientras restregaba sus sienes. Peter le alcanzó el yelmo.
-No -lo rechazó Emmett.
-¿Estás seguro? -le inquirió Peter sin ocultar su desacuerdo. Emmett se limitó a afirmar con la cabeza.
-Está loco -aseveró Edward riendo.
-¿Qué pasa? -preguntó Bella sin comprender.
-Pretende enfrentar el siguiente embiste sin yelmo -le explicó aún divertido.
-¡¡Pero eso es una temeridad!! -se escandalizo Bella -¿¿¡¡Y vos os reís!!?? -le reprendió duramente. -Sin yelmo, otro golpe parecido al de antes podría matarlo.
-Tranquila, Alteza -la calmó -Comprobaréis vos misma que esta imprudencia no es gratuita. Me es grato descubrir que su coraje, lealtad y audacia son equiparables.
-No os entiendo
-Es un ardid -le aclaró a una Bella atónita.
Y así era. Emmett sabía muy bien la furia que había despertado en el duque al retarlo y el enfrentarse a él tan desprotegido suponía una tentación, era una oportunidad perfecta para infligirle un gran daño y James no perdería la ocasión. Emmett imaginó la mente retorcida del duque disfrutando con anticipación.
Respiró profundamente esperando el cuarto toque de trompetas. Jaleó su caballo sin separar ni un instante su vista de su objetivo, sin apenas pestañear mientras se acercaba a él. En cuanto percibió que James comenzaba a alzar su lanza buscando de nuevo su rostro, Emmett giró su cuerpo, consiguiendo así esquivarlo, enviando con este giro toda su fuerza hacia su lanza que reventó contra el centro de su pecho. James no fue capaz de repeler tal choque y cayó del espaldas sobre la arena.
El público estalló en aplausos ante tal valentía, incluso Peter en compañía de algunos guardias ya alzaban a Emmett y lo llevaban en volandas hacia el tablado, sin preocuparse ni por segundo por el vapuleado duque cuyo orgullo estaba ahora por los suelos, al igual que sus nobles posaderas.
Re: "Mi corazon en tus manos"
Emmett se arrodilló frente a Alice, que no paraba de aplaudir llena de alegría y alivio, y le devolvió su pañuelo.
-Estoy tan orgullosa de ti, Emmett -exclamó Alice, conteniéndose para no abrazar a aquel joven que quería como un hermano, tal y como habría hecho si no tuviera que guardar las apariencias.
-El pundonor de tu patria y de este reino -le felicitó Jasper.
-Gracias, Majestad -respondió Emmett poniéndose de pié.
-Rosalie, ¿ya estáis preparada para hacer entrega del premio al ganador de la justa? -la voz de Tanya resonó en el tablado dejando a todos sin habla.
-Nunca acepté esa condición -alcanzó a contestarle titubeando.
-Pero querida, estoy completamente segura de que si el duque hubiera resultado vencedor os lo habría reclamado con plena justicia y podría apostar a que vos habríais accedido gustosa -la sonrisa maliciosa de Tanya no daba lugar a dudas de sus intenciones. Por todos era sabido que envidiaba a Rosalie por su gran belleza y había encontrado la excusa perfecta para dejarla en evidencia. Rosalie la miraba horrorizada.
-Por favor, ¿acaso vuestra virtud reside en vuestros labios? -insistió Tanya.
Rosalie sabía que era una encerrona, de cualquiera de las formas quedaría en vergüenza. Su honorabilidad quedaría en entredicho si rehusaba pues era innegable que aquel enfrentamiento había sido producto de su propia coquetería. Pero, aceptar lo que Tanya sugería era permitir a Emmett que la besara. Su cuerpo al completo se estremeció ante ese pensamiento. Era una bajeza dejarse besar por alguien inferior a ella. Sin embargo, el imaginar los labios de Emmett sobre los suyos hizo que algo se incendiase en su interior, el poder sentir sus fuertes manos sobre su piel despertó en ella un ardor que jamás había sentido y por un momento se hizo dueño de sus actos y sus palabras.
-Tenéis razón, Alteza -respondió fingiendo indiferencia ante el asunto -No arriesgo ni mi virtud ni mi corazón con un beso y es lo justo ante su victoria. ¡Muchacho! -le llamó sin mirarlo y alzando su barbilla altanera -¿a qué esperas para buscar tu premio?
Emmett hizo gala de toda su voluntad para reprimir una sonrisa que luchaba por asomar a su boca. No, esto era demasiado. Así que la diosa de la vanidad era capaz de besarlo con tal de no dejar en tela de juicio su palabra. Y al parecer, él debía aceptar su favor como si fueran migajas, tratándolo con desdén, sin dejar nunca de lado su petulancia. Esa princesa engreída estaba llegando incluso a herir su orgullo masculino y no estaba dispuesto a permitirlo. Muy bien, el desafío había pendido sobre su cabeza desde que llegó a ese castillo y había tratado por todos los medios de evitarlo. Sería el segundo reto en ese día y, como con el anterior, llegaría hasta las últimas consecuencias.
Sin vacilar caminó hasta ella y fijó su mirada en la suya, su frío azul ardía ahora, seguramente de indignación. Posó sus manos en sus codos y la notó temblar ante su tacto, a causa, pensó, de la rabia. Poco a poco fue acercando su rostro al suyo, fijando ahora sus ojos en sus sonrosados y tentadores labios y el temblor en ella se hizo más evidente. Emmett sonrió levemente mientras se acercaba cada vez más a su boca. Rosalie cerró fuertemente los ojos, casi apretando los labios, esperando que ese trance terminase lo antes posible y tratando por todos los medios de desviar su atención del calor que emanaba de esas manos varoniles sobre su piel. Su corazón, escapando a su control comenzó a golpear con fuerza en su pecho cuando el aliento de Emmett rozó su piel, estaba tan cerca...
De repente, sintió que el rostro de Emmett se apartaba del suyo y notó de nuevo ese aliento pero, esta vez, cerca de su oído. Rosalie abrió los ojos llena de confusión.
-Veo que os encanta que os traten como un trofeo -le susurró de forma casi imperceptible, tras lo que se apartó de ella rápidamente.
-Alteza -dijo dirigiéndose a Tanya -si bien es cierto que soy el digno ganador de esta justa, no soy merecedor de un obsequio semejante. Un plebeyo como yo -prosiguió ahora mirando a Rosalie -no puede ser tan pretencioso y aspirar a probar la miel de unos labios tan inalcanzables para alguien de mi condición.
Dicho esto se inclinó ante ella y tomando una de sus manos se la besó. Si más dilación bajó del cadalso, alejándose, dejando a Rosalie llena de furia mientras, entre los pliegues de su vestido, restregaba su mano con fuerza donde Emmett había depositado su beso hacía un instante. Emmett sintió la aprobación de los presentes con sus risas y aplausos y, aunque sabía que eso sólo alimentaba su estúpido amor propio de hombre, se sintió complacido. La justa no sería el único reto del que saldría victorioso.
-Estoy tan orgullosa de ti, Emmett -exclamó Alice, conteniéndose para no abrazar a aquel joven que quería como un hermano, tal y como habría hecho si no tuviera que guardar las apariencias.
-El pundonor de tu patria y de este reino -le felicitó Jasper.
-Gracias, Majestad -respondió Emmett poniéndose de pié.
-Rosalie, ¿ya estáis preparada para hacer entrega del premio al ganador de la justa? -la voz de Tanya resonó en el tablado dejando a todos sin habla.
-Nunca acepté esa condición -alcanzó a contestarle titubeando.
-Pero querida, estoy completamente segura de que si el duque hubiera resultado vencedor os lo habría reclamado con plena justicia y podría apostar a que vos habríais accedido gustosa -la sonrisa maliciosa de Tanya no daba lugar a dudas de sus intenciones. Por todos era sabido que envidiaba a Rosalie por su gran belleza y había encontrado la excusa perfecta para dejarla en evidencia. Rosalie la miraba horrorizada.
-Por favor, ¿acaso vuestra virtud reside en vuestros labios? -insistió Tanya.
Rosalie sabía que era una encerrona, de cualquiera de las formas quedaría en vergüenza. Su honorabilidad quedaría en entredicho si rehusaba pues era innegable que aquel enfrentamiento había sido producto de su propia coquetería. Pero, aceptar lo que Tanya sugería era permitir a Emmett que la besara. Su cuerpo al completo se estremeció ante ese pensamiento. Era una bajeza dejarse besar por alguien inferior a ella. Sin embargo, el imaginar los labios de Emmett sobre los suyos hizo que algo se incendiase en su interior, el poder sentir sus fuertes manos sobre su piel despertó en ella un ardor que jamás había sentido y por un momento se hizo dueño de sus actos y sus palabras.
-Tenéis razón, Alteza -respondió fingiendo indiferencia ante el asunto -No arriesgo ni mi virtud ni mi corazón con un beso y es lo justo ante su victoria. ¡Muchacho! -le llamó sin mirarlo y alzando su barbilla altanera -¿a qué esperas para buscar tu premio?
Emmett hizo gala de toda su voluntad para reprimir una sonrisa que luchaba por asomar a su boca. No, esto era demasiado. Así que la diosa de la vanidad era capaz de besarlo con tal de no dejar en tela de juicio su palabra. Y al parecer, él debía aceptar su favor como si fueran migajas, tratándolo con desdén, sin dejar nunca de lado su petulancia. Esa princesa engreída estaba llegando incluso a herir su orgullo masculino y no estaba dispuesto a permitirlo. Muy bien, el desafío había pendido sobre su cabeza desde que llegó a ese castillo y había tratado por todos los medios de evitarlo. Sería el segundo reto en ese día y, como con el anterior, llegaría hasta las últimas consecuencias.
Sin vacilar caminó hasta ella y fijó su mirada en la suya, su frío azul ardía ahora, seguramente de indignación. Posó sus manos en sus codos y la notó temblar ante su tacto, a causa, pensó, de la rabia. Poco a poco fue acercando su rostro al suyo, fijando ahora sus ojos en sus sonrosados y tentadores labios y el temblor en ella se hizo más evidente. Emmett sonrió levemente mientras se acercaba cada vez más a su boca. Rosalie cerró fuertemente los ojos, casi apretando los labios, esperando que ese trance terminase lo antes posible y tratando por todos los medios de desviar su atención del calor que emanaba de esas manos varoniles sobre su piel. Su corazón, escapando a su control comenzó a golpear con fuerza en su pecho cuando el aliento de Emmett rozó su piel, estaba tan cerca...
De repente, sintió que el rostro de Emmett se apartaba del suyo y notó de nuevo ese aliento pero, esta vez, cerca de su oído. Rosalie abrió los ojos llena de confusión.
-Veo que os encanta que os traten como un trofeo -le susurró de forma casi imperceptible, tras lo que se apartó de ella rápidamente.
-Alteza -dijo dirigiéndose a Tanya -si bien es cierto que soy el digno ganador de esta justa, no soy merecedor de un obsequio semejante. Un plebeyo como yo -prosiguió ahora mirando a Rosalie -no puede ser tan pretencioso y aspirar a probar la miel de unos labios tan inalcanzables para alguien de mi condición.
Dicho esto se inclinó ante ella y tomando una de sus manos se la besó. Si más dilación bajó del cadalso, alejándose, dejando a Rosalie llena de furia mientras, entre los pliegues de su vestido, restregaba su mano con fuerza donde Emmett había depositado su beso hacía un instante. Emmett sintió la aprobación de los presentes con sus risas y aplausos y, aunque sabía que eso sólo alimentaba su estúpido amor propio de hombre, se sintió complacido. La justa no sería el único reto del que saldría victorioso.
Re: "Mi corazon en tus manos"
CAPITULO 9
Emmett caminó lentamente hacia la cocina mientras masajeaba su dolorido hombro. Cuando Peter, que estaba sentado a la mesa, lo vio entrar no pudo contener el sonreír con mofa. Le hizo una seña para que se sentara a su lado mientras Charlotte, una de las doncellas, les servía el desayuno.
-Gracias a Dios que el Rey Carlisle te revisó las heridas -le dijo Peter -Si la reina no hubiera insistido para que te trataran esos golpes hoy no te podrías mover -se rió. Emmett lo miró haciendo una mueca.
-Aún no me explico que fuerza imperiosa te obligó a actuar así -se maravilló el capitán.
-Yo tampoco me lo explico -susurró Emmett para el cuello de su camisa.
-Pero disfruté cuando le pateaste el trasero a ese sangre azul -le palmeó en la espalda haciendo que Emmett emitiera un gruñido de dolor.
-Oh, lo siento, Emmett -se disculpó Peter. -Creo que hoy no deberías acudir a la instrucción -le sugirió. -Los muchachos soportarán que por un día no sigas adentrándolos en el oscuro mundo de la intriga y el espionaje.
-¿Desapruebas mis métodos? -le cuestionó Emmett mientras llenaba su jarra de vino dulce.
-Sabes que no y menos después de lo que me has contado -le aseguró.
-Entonces ¿has hecho lo que te pedí? -le preguntó el guardia.
-Sí, Benjamin partió de madrugada -le confirmó Peter.
Emmett asintió antes de vaciar el contenido de su jarra.
-Aunque como te dije ayer, creo que deberías poner al rey al corriente -le advirtió el capitán.
-No es necesario alarmar a nadie por una ligera sospecha -le contradijo.
-Sí pero...
-Y te rogaría que no lo comentases con nadie -le interrumpió. -En caso de que fuera cierto sería una complicación si llegase a oídos inadecuados.
Peter concordó con un movimiento de cabeza.
-Por ahora con estar prevenidos será más que suficiente -concluyó Emmett mientras se levantaba y se dirigía a la puerta. -Te espero en el Patio de Armas.
-Muy bien. Creo que les pediré a los chicos que lleven una vasija con linimento de laurel para el entrenamiento -se rió Peter al ver su gesto dolorido al caminar. Emmett le dedicó un mohín mientras salía de la cocina.
§ ~ * ~ §
-Me consideráis demasiado ingenio si pretendéis hacerme creer que ese es el único motivo por el que queréis quedaros -la voz de Jacob resonó en la antesala.
-¿Queréis hacer el favor de bajar la voz? -le reprendió Bella.
-¿Tenéis miedo de que me escuche vuestro Príncipe Edward? -le inquirió lleno de sarcasmo.
-Ya os he dicho que no hay tal cosa -le aseguró Bella -Y sí, no quiero que nadie escuche nuestra absurda discusión, Alteza. Os recuerdo que somos invitados en este castillo.
-Sí, comportémonos. O sus padres pensaran que una princesa tan poco recatada no es digna de su hijito adorado -añadió él con tono hiriente.
-¡Jacob!, ya es suficiente -le instó Bella. -Estáis sobrestimando el concepto que tengo de nuestra amistad, además de sobrepasar el límite aprovechando que os tengo estima y que no quiero ser descortés con vos -le reprochó.
-¿Descortés en qué sentido? -quiso saber él. -¡Decídmelo! -insistió en vista de su silencio.
-Le he dado las explicaciones pertinentes a mi padre, como es mi deber -dijo Bella al fin. -Y os las estoy dando a vos sin necesidad de hacerlo pues no hay ningún tipo de vínculo entre nosotros que me obligue a ello, excepto el de nuestra amistad. Si vos pensáis que si lo hay, me veré en la obligación de aclararos que no es así y de pediros encarecidamente que os abstengáis de hacerme reproches que no os corresponden.
-Sí, tenéis razón al afirmar que no tengo derecho alguno para reprocharos nada -dijo entre dientes -pero, tan cierto como que por mis venas corre la sangre de los Antiguos Reyes de Dagmar, que haré todo lo que esté en mi mano para que eso cambie.
Dicho esto, giró sobre sus talones y comenzó a bajar la escalinata hacia el patio exterior. Bella permaneció estática mientras lo observaba salir, sin terminar de explicarse a que se debía ese cambio tan brusco en el joven. Jacob siempre se había mostrado afable y respetuoso y no entendía el porqué de su comportamiento tan tosco de esos últimos días. Bella escuchó pasos acercándose a ella y volvió su rostro para comprobar que era su padre.
-¿Has visto a Jacob? -le preguntó desde lejos.
-Te espera fuera, padre -le indicó.
-Muy bien. -Charles se detuvo ante ella.
-Gracias por permitirme permanecer un tiempo más aquí -sonrió Bella.
-No creas, no estoy del todo convencido -dudó Charles.
-Padre -quiso replicar Bella.
-De acuerdo, dejaré que te encargues de esa escuela tuya -concordó reticente -He de reconocer que ha estado funcionando bastante bien en Breslau.
-Y en Asbath -añadió con aire triunfal. Charles resopló.
-Aún así, en cuanto lo organices todo quiero que vuelvas a Breslau -le ordenó.
-¿Por qué la urgencia, padre? -preguntó ante tal seriedad.
-Hay otro asunto del que debes hacerte cargo -le informó.
-¿A qué te refieres? -se extrañó Bella.
-A tu matrimonio.
Bella sintió que todo el aire de sus pulmones la había abandonado de súbito. No podía creer que eso estuviera pasando.
-Pero creí -titubeó. -¿Me has concertado un matrimonio? -Bella hizo un gran esfuerzo por contener las lágrimas que inundaban sus ojos.
-No, hija -la contradijo rápidamente. -En su día te otorgué cierta libertad para ello y no pienso retirar mi palabra ahora -le aclaró -aunque bien sabes cual es mi preferencia.
-El Príncipe Jacob -susurró Bella bajando el rostro.
-Como te dije en su día, estoy dispuesto a escuchar tu propuesta pues sé que te guiará tu buen juicio pero, no puedo esperar eternamente, Bella -objetó Charles.
-¿Me estás dando un ultimátum? -le reprochó.
-No es eso y lo sabes. Pero tienes que aceptar que tienes edad más que suficiente para casarte -añadió. -Sólo quiero que empieces a tomarte ese asunto con la debida responsabilidad. Al fin y al cabo, en un futuro, mi reino pasará a manos del que sea tu esposo.
Bella no pudo discutir tal alegato, por mucho que le doliera, su padre tenía razón. Era su deber como princesa heredera el unirse en matrimonio con alguien apropiado. Y visto así parecía un simple negocio, una simple transacción.
Era ese el motivo por el que se mostraba siempre tan estricta con Alice y sus sueños de princesita romántica enamorada del príncipe azul. Eso estaba prohibido, no les estaba permitido. Eran ilusiones efímeras y tan frágiles como una burbuja de jabón y era insensato dejarse llevar por ellas, resultaba mucho más doloroso al tener que enfrentar la verdadera realidad.
Emmett caminó lentamente hacia la cocina mientras masajeaba su dolorido hombro. Cuando Peter, que estaba sentado a la mesa, lo vio entrar no pudo contener el sonreír con mofa. Le hizo una seña para que se sentara a su lado mientras Charlotte, una de las doncellas, les servía el desayuno.
-Gracias a Dios que el Rey Carlisle te revisó las heridas -le dijo Peter -Si la reina no hubiera insistido para que te trataran esos golpes hoy no te podrías mover -se rió. Emmett lo miró haciendo una mueca.
-Aún no me explico que fuerza imperiosa te obligó a actuar así -se maravilló el capitán.
-Yo tampoco me lo explico -susurró Emmett para el cuello de su camisa.
-Pero disfruté cuando le pateaste el trasero a ese sangre azul -le palmeó en la espalda haciendo que Emmett emitiera un gruñido de dolor.
-Oh, lo siento, Emmett -se disculpó Peter. -Creo que hoy no deberías acudir a la instrucción -le sugirió. -Los muchachos soportarán que por un día no sigas adentrándolos en el oscuro mundo de la intriga y el espionaje.
-¿Desapruebas mis métodos? -le cuestionó Emmett mientras llenaba su jarra de vino dulce.
-Sabes que no y menos después de lo que me has contado -le aseguró.
-Entonces ¿has hecho lo que te pedí? -le preguntó el guardia.
-Sí, Benjamin partió de madrugada -le confirmó Peter.
Emmett asintió antes de vaciar el contenido de su jarra.
-Aunque como te dije ayer, creo que deberías poner al rey al corriente -le advirtió el capitán.
-No es necesario alarmar a nadie por una ligera sospecha -le contradijo.
-Sí pero...
-Y te rogaría que no lo comentases con nadie -le interrumpió. -En caso de que fuera cierto sería una complicación si llegase a oídos inadecuados.
Peter concordó con un movimiento de cabeza.
-Por ahora con estar prevenidos será más que suficiente -concluyó Emmett mientras se levantaba y se dirigía a la puerta. -Te espero en el Patio de Armas.
-Muy bien. Creo que les pediré a los chicos que lleven una vasija con linimento de laurel para el entrenamiento -se rió Peter al ver su gesto dolorido al caminar. Emmett le dedicó un mohín mientras salía de la cocina.
§ ~ * ~ §
-Me consideráis demasiado ingenio si pretendéis hacerme creer que ese es el único motivo por el que queréis quedaros -la voz de Jacob resonó en la antesala.
-¿Queréis hacer el favor de bajar la voz? -le reprendió Bella.
-¿Tenéis miedo de que me escuche vuestro Príncipe Edward? -le inquirió lleno de sarcasmo.
-Ya os he dicho que no hay tal cosa -le aseguró Bella -Y sí, no quiero que nadie escuche nuestra absurda discusión, Alteza. Os recuerdo que somos invitados en este castillo.
-Sí, comportémonos. O sus padres pensaran que una princesa tan poco recatada no es digna de su hijito adorado -añadió él con tono hiriente.
-¡Jacob!, ya es suficiente -le instó Bella. -Estáis sobrestimando el concepto que tengo de nuestra amistad, además de sobrepasar el límite aprovechando que os tengo estima y que no quiero ser descortés con vos -le reprochó.
-¿Descortés en qué sentido? -quiso saber él. -¡Decídmelo! -insistió en vista de su silencio.
-Le he dado las explicaciones pertinentes a mi padre, como es mi deber -dijo Bella al fin. -Y os las estoy dando a vos sin necesidad de hacerlo pues no hay ningún tipo de vínculo entre nosotros que me obligue a ello, excepto el de nuestra amistad. Si vos pensáis que si lo hay, me veré en la obligación de aclararos que no es así y de pediros encarecidamente que os abstengáis de hacerme reproches que no os corresponden.
-Sí, tenéis razón al afirmar que no tengo derecho alguno para reprocharos nada -dijo entre dientes -pero, tan cierto como que por mis venas corre la sangre de los Antiguos Reyes de Dagmar, que haré todo lo que esté en mi mano para que eso cambie.
Dicho esto, giró sobre sus talones y comenzó a bajar la escalinata hacia el patio exterior. Bella permaneció estática mientras lo observaba salir, sin terminar de explicarse a que se debía ese cambio tan brusco en el joven. Jacob siempre se había mostrado afable y respetuoso y no entendía el porqué de su comportamiento tan tosco de esos últimos días. Bella escuchó pasos acercándose a ella y volvió su rostro para comprobar que era su padre.
-¿Has visto a Jacob? -le preguntó desde lejos.
-Te espera fuera, padre -le indicó.
-Muy bien. -Charles se detuvo ante ella.
-Gracias por permitirme permanecer un tiempo más aquí -sonrió Bella.
-No creas, no estoy del todo convencido -dudó Charles.
-Padre -quiso replicar Bella.
-De acuerdo, dejaré que te encargues de esa escuela tuya -concordó reticente -He de reconocer que ha estado funcionando bastante bien en Breslau.
-Y en Asbath -añadió con aire triunfal. Charles resopló.
-Aún así, en cuanto lo organices todo quiero que vuelvas a Breslau -le ordenó.
-¿Por qué la urgencia, padre? -preguntó ante tal seriedad.
-Hay otro asunto del que debes hacerte cargo -le informó.
-¿A qué te refieres? -se extrañó Bella.
-A tu matrimonio.
Bella sintió que todo el aire de sus pulmones la había abandonado de súbito. No podía creer que eso estuviera pasando.
-Pero creí -titubeó. -¿Me has concertado un matrimonio? -Bella hizo un gran esfuerzo por contener las lágrimas que inundaban sus ojos.
-No, hija -la contradijo rápidamente. -En su día te otorgué cierta libertad para ello y no pienso retirar mi palabra ahora -le aclaró -aunque bien sabes cual es mi preferencia.
-El Príncipe Jacob -susurró Bella bajando el rostro.
-Como te dije en su día, estoy dispuesto a escuchar tu propuesta pues sé que te guiará tu buen juicio pero, no puedo esperar eternamente, Bella -objetó Charles.
-¿Me estás dando un ultimátum? -le reprochó.
-No es eso y lo sabes. Pero tienes que aceptar que tienes edad más que suficiente para casarte -añadió. -Sólo quiero que empieces a tomarte ese asunto con la debida responsabilidad. Al fin y al cabo, en un futuro, mi reino pasará a manos del que sea tu esposo.
Bella no pudo discutir tal alegato, por mucho que le doliera, su padre tenía razón. Era su deber como princesa heredera el unirse en matrimonio con alguien apropiado. Y visto así parecía un simple negocio, una simple transacción.
Era ese el motivo por el que se mostraba siempre tan estricta con Alice y sus sueños de princesita romántica enamorada del príncipe azul. Eso estaba prohibido, no les estaba permitido. Eran ilusiones efímeras y tan frágiles como una burbuja de jabón y era insensato dejarse llevar por ellas, resultaba mucho más doloroso al tener que enfrentar la verdadera realidad.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-Está bien. En cuanto organice la escuela regresaré a Breslau, completamente predispuesta a complacerte -aceptó al fin con resignación. -Pero tienes que prometerme que no aceptarás ningún compromiso en mi nombre -le pidió.
Charles afirmó con la cabeza y se aproximó para abrazar a su hija.
-Te voy a extrañar -le dijo.
-Cuidate mucho, padre. Hasta pronto.
Charles besó a su hija en la frente y se separó de ella para marcharse. Bella lo vio dirigirse hacia Jacob, que lo esperaba al pié del carruaje. Bella se preguntó si habría sido preferible enfrentar de una vez su destino, en vez de dilatarlo al querer permanecer por más tiempo en aquel castillo.
§ ~ * ~ §
Alice respiró profundamente antes de llamar a la puerta. Hubiera preferido no encontrarse en semejante situación, pero no podía negarle nada a Bella. Además, sabía que esa idea repentina de formar la escuela había sido la primera excusa plausible que le había venido a la mente al tratar de justificar frente a su padre sus deseos alargar su estadía en Los Lagos.
La voz de Jasper sonó desde el interior del escritorio instándole a entrar.
-¿A qué debo tan grata visita? -preguntó levantándose con una sonrisa dibujada en sus labios.
-Quisiera discutir algo con vos -respondió.
-Decidme, mi señora -Jasper le indicó que se sentará.
-En realidad, vengo a solicitar vuestro permiso, mi señor -rectificó dudando.
-¿Permiso? -preguntó extrañado -¿Para qué?
-Para formar una escuela -dijo quedamente. -Os aseguro mi señor que Bella sabe lo que hace -se apresuró a aclarar. -De hecho, sería la tercera escuela que formaría. En Asbath, los aldeanos están muy contentos pues es una forma de que sus hijos más pequeños que aún no están en edad de trabajar estén atendidos y sean educados. Bella está muy entusiasmada, como siga así va a escolarizar cada reino sobre la faz de la tierra. Le tengo dicho que...
Jasper alzó su mano pidiéndole que detuviese tan atropellado discurso. Alice guardó silencio bajando su rostro, al darse cuenta de que, de nuevo, se había excedido en su proceder.
-No lo creo necesario -le informó.
-¿Entonces no lo aprobáis? -le preguntó Alice con una clara nota de decepción en su voz.
-Quiero decir que no es necesario que pidáis mi consentimiento para tomar ese tipo de decisiones. Sois soberana de estas tierras y tenéis el justo derecho de decidir -le aclaró.
-Pero soy inexperta, mi señor y me aterra el errar en mi decisión y llegar así a perjudicar el futuro de nuestro pueblo -admitió resignada.
-No creo que una escuela sea algo que pueda perjudicar a nuestro pueblo, más bien todo lo contrario -la contradijo sonriendo.
-Sabéis a lo que me refiero -quiso reprocharle. -No podéis negar que conlleva una gran responsabilidad.
-Disculpadme -le dijo -y sí, claro que os entiendo. Muchas veces me he encontrado en ese tipo de situaciones, el hallarte en una encrucijada de esa índole sin una mano amiga que se tienda ante ti indicándote el camino a seguir.
Alice asintió y fijó sus ojos en sus manos que descansaban sobre su regazo, pensativa.
-¿Sucede algo, mi señora? -se preocupó Jasper al ver su expresión. Alice vaciló antes de continuar.
-Pensaba que, además de soberanos, somos esposos y como tales deberíamos apoyarnos -dijo sin levantar su mirada. Jasper no pudo ocultar su asombro ante tal afirmación.
-Ya sé que yo necesito vuestro consejo más que vos el mío -reconoció Alice. -Sólo puedo ofreceros una visión diferente a la vuestra que tal vez os diera algo de claridad en momentos de indecisión -concluyó tímidamente.
-¿Compartiríais conmigo vuestras inquietudes e ideas? -preguntó Jasper con cierta expectación en su voz.
-Si vos quisierais escucharlas -titubeó.
-Estaría encantado, mi señora -sonrió Jasper. Alice le devolvió la sonrisa. -No dudaré en llamaros cuando algún asunto de estado me aflija.
-Espero no induciros a enemistaros con todos los Reinos colindantes y provocar una guerra entre ellos -alegó con preocupación. Jasper no pudo evitar reír con su ocurrencia.
-Aunque dudo que se diera el caso, tengamos un poco de confianza en nuestro juicio -dijo aún riendo. Alice rió también en respuesta.
-¿Entonces aprobáis la idea de la escuela?
Jasper la miró disconforme.
-Creo que es un buen momento para poner en práctica el pequeño acuerdo que acabamos de establecer.
Alice sonrió tímidamente mientras asentía.
-¿Apoyáis mi decisión, mi señor? -reformuló la pregunta.
-Por supuesto, mi señora -afirmó Jasper con satisfacción. -Es más, os aconsejo que ocupéis la sala cercana al dispensario. Tiene muy buena luz y está en desuso actualmente.
-Muchas gracias -le sonrió Alice mientras se levantaba. -Si no necesitáis de mi “visión” me retiro -añadió con gracia.
Jasper sonrió ampliamente. Sin duda aquel ángel de ojos grises había llegado a su vida para alegrar sus días y llenar de calor su corazón.
-Por desgracia la tarea que me ocupa es bastante tediosa, pero cuando me halle ante un asunto más interesante os lo haré saber -le dijo mientras se acercaba para tomar su mano y acompañarla a la puerta.
-Os veré en la comida -dijo mientras besaba su mano.
-Hasta entonces -se despidió ella antes de cerrar la puerta.
Jasper volvió a su mesa con el corazón palpitante ante esa nueva esperanza que se abría paso ante él. Puede que no fuera más que un pequeño acercamiento en su relación, un pequeño lazo que unía un poco más sus almas, pero era más que suficiente para alimentar su anhelo por conseguir el amor de Alice, que era lo que más deseaba en el mundo.
§ ~ * ~ §
-No puedo creer que no lo hayáis escuchado -dijo Tanya mientras ojeaba con gesto aburrido uno de los tomos que había sobre la mesa. -Siento curiosidad por saber a que se han debido tales reproches.
Edward guardó silencio mientras continuaba con su lectura, mostrando así su indiferencia ante el monólogo de Tanya. Sin embargo, ella no tenía intención alguna de darse por aludida.
-Y os aconsejo que no esperéis que la princesa acuda a vuestra “cita” -insinuó continuando con su malintencionado discurso. -Ha de estar francamente afligida después de conocer la noticia.
Para su satisfacción, su malicia tuvo efecto, haciendo que Edward, al fin, apartase la vista de su libro.
-¿Y que noticia podría ser para que, según vos, esté tan afligida? -la inquirió.
-En cuanto vuelva a Breslau deberá contraer matrimonio -dijo de modo premeditado y sin ninguna dilación, observándolo detenidamente, estudiando sus reacciones. Le complació ver como se tensaba su mandíbula y como emblanquecían sus nudillos mientras apretaba sus dedos contra el libro. Su intención era provocarlo y lo había conseguido.
-Imagino que el Príncipe Jacob será el afortunado, pero no podría asegurarlo -añadió la princesa con suspicacia.
-¡Pero Alteza! -exclamó Edward con fingido asombro -Realmente no puedo creer que hayáis fallado en vuestra autoimpuesta misión como alcahueta. -le recriminó con sorna haciendo que Tanya palideciera ante una acusación tan certera.
-Deberíais agradecerme que os ponga sobre aviso -trató de defenderse -Como amiga vuestra me afecta veros perder el tiempo con la princesa o peor aún, veros hacer el ridículo.
-Alteza, en cuanto a lo que al ridículo se refiere, no miréis la paja en el ojo ajeno, sino mirad primero la viga en vuestro propio ojo -sentenció Edward.
-¿Qué queréis decir? -preguntó haciéndose la ofendida.
Charles afirmó con la cabeza y se aproximó para abrazar a su hija.
-Te voy a extrañar -le dijo.
-Cuidate mucho, padre. Hasta pronto.
Charles besó a su hija en la frente y se separó de ella para marcharse. Bella lo vio dirigirse hacia Jacob, que lo esperaba al pié del carruaje. Bella se preguntó si habría sido preferible enfrentar de una vez su destino, en vez de dilatarlo al querer permanecer por más tiempo en aquel castillo.
§ ~ * ~ §
Alice respiró profundamente antes de llamar a la puerta. Hubiera preferido no encontrarse en semejante situación, pero no podía negarle nada a Bella. Además, sabía que esa idea repentina de formar la escuela había sido la primera excusa plausible que le había venido a la mente al tratar de justificar frente a su padre sus deseos alargar su estadía en Los Lagos.
La voz de Jasper sonó desde el interior del escritorio instándole a entrar.
-¿A qué debo tan grata visita? -preguntó levantándose con una sonrisa dibujada en sus labios.
-Quisiera discutir algo con vos -respondió.
-Decidme, mi señora -Jasper le indicó que se sentará.
-En realidad, vengo a solicitar vuestro permiso, mi señor -rectificó dudando.
-¿Permiso? -preguntó extrañado -¿Para qué?
-Para formar una escuela -dijo quedamente. -Os aseguro mi señor que Bella sabe lo que hace -se apresuró a aclarar. -De hecho, sería la tercera escuela que formaría. En Asbath, los aldeanos están muy contentos pues es una forma de que sus hijos más pequeños que aún no están en edad de trabajar estén atendidos y sean educados. Bella está muy entusiasmada, como siga así va a escolarizar cada reino sobre la faz de la tierra. Le tengo dicho que...
Jasper alzó su mano pidiéndole que detuviese tan atropellado discurso. Alice guardó silencio bajando su rostro, al darse cuenta de que, de nuevo, se había excedido en su proceder.
-No lo creo necesario -le informó.
-¿Entonces no lo aprobáis? -le preguntó Alice con una clara nota de decepción en su voz.
-Quiero decir que no es necesario que pidáis mi consentimiento para tomar ese tipo de decisiones. Sois soberana de estas tierras y tenéis el justo derecho de decidir -le aclaró.
-Pero soy inexperta, mi señor y me aterra el errar en mi decisión y llegar así a perjudicar el futuro de nuestro pueblo -admitió resignada.
-No creo que una escuela sea algo que pueda perjudicar a nuestro pueblo, más bien todo lo contrario -la contradijo sonriendo.
-Sabéis a lo que me refiero -quiso reprocharle. -No podéis negar que conlleva una gran responsabilidad.
-Disculpadme -le dijo -y sí, claro que os entiendo. Muchas veces me he encontrado en ese tipo de situaciones, el hallarte en una encrucijada de esa índole sin una mano amiga que se tienda ante ti indicándote el camino a seguir.
Alice asintió y fijó sus ojos en sus manos que descansaban sobre su regazo, pensativa.
-¿Sucede algo, mi señora? -se preocupó Jasper al ver su expresión. Alice vaciló antes de continuar.
-Pensaba que, además de soberanos, somos esposos y como tales deberíamos apoyarnos -dijo sin levantar su mirada. Jasper no pudo ocultar su asombro ante tal afirmación.
-Ya sé que yo necesito vuestro consejo más que vos el mío -reconoció Alice. -Sólo puedo ofreceros una visión diferente a la vuestra que tal vez os diera algo de claridad en momentos de indecisión -concluyó tímidamente.
-¿Compartiríais conmigo vuestras inquietudes e ideas? -preguntó Jasper con cierta expectación en su voz.
-Si vos quisierais escucharlas -titubeó.
-Estaría encantado, mi señora -sonrió Jasper. Alice le devolvió la sonrisa. -No dudaré en llamaros cuando algún asunto de estado me aflija.
-Espero no induciros a enemistaros con todos los Reinos colindantes y provocar una guerra entre ellos -alegó con preocupación. Jasper no pudo evitar reír con su ocurrencia.
-Aunque dudo que se diera el caso, tengamos un poco de confianza en nuestro juicio -dijo aún riendo. Alice rió también en respuesta.
-¿Entonces aprobáis la idea de la escuela?
Jasper la miró disconforme.
-Creo que es un buen momento para poner en práctica el pequeño acuerdo que acabamos de establecer.
Alice sonrió tímidamente mientras asentía.
-¿Apoyáis mi decisión, mi señor? -reformuló la pregunta.
-Por supuesto, mi señora -afirmó Jasper con satisfacción. -Es más, os aconsejo que ocupéis la sala cercana al dispensario. Tiene muy buena luz y está en desuso actualmente.
-Muchas gracias -le sonrió Alice mientras se levantaba. -Si no necesitáis de mi “visión” me retiro -añadió con gracia.
Jasper sonrió ampliamente. Sin duda aquel ángel de ojos grises había llegado a su vida para alegrar sus días y llenar de calor su corazón.
-Por desgracia la tarea que me ocupa es bastante tediosa, pero cuando me halle ante un asunto más interesante os lo haré saber -le dijo mientras se acercaba para tomar su mano y acompañarla a la puerta.
-Os veré en la comida -dijo mientras besaba su mano.
-Hasta entonces -se despidió ella antes de cerrar la puerta.
Jasper volvió a su mesa con el corazón palpitante ante esa nueva esperanza que se abría paso ante él. Puede que no fuera más que un pequeño acercamiento en su relación, un pequeño lazo que unía un poco más sus almas, pero era más que suficiente para alimentar su anhelo por conseguir el amor de Alice, que era lo que más deseaba en el mundo.
§ ~ * ~ §
-No puedo creer que no lo hayáis escuchado -dijo Tanya mientras ojeaba con gesto aburrido uno de los tomos que había sobre la mesa. -Siento curiosidad por saber a que se han debido tales reproches.
Edward guardó silencio mientras continuaba con su lectura, mostrando así su indiferencia ante el monólogo de Tanya. Sin embargo, ella no tenía intención alguna de darse por aludida.
-Y os aconsejo que no esperéis que la princesa acuda a vuestra “cita” -insinuó continuando con su malintencionado discurso. -Ha de estar francamente afligida después de conocer la noticia.
Para su satisfacción, su malicia tuvo efecto, haciendo que Edward, al fin, apartase la vista de su libro.
-¿Y que noticia podría ser para que, según vos, esté tan afligida? -la inquirió.
-En cuanto vuelva a Breslau deberá contraer matrimonio -dijo de modo premeditado y sin ninguna dilación, observándolo detenidamente, estudiando sus reacciones. Le complació ver como se tensaba su mandíbula y como emblanquecían sus nudillos mientras apretaba sus dedos contra el libro. Su intención era provocarlo y lo había conseguido.
-Imagino que el Príncipe Jacob será el afortunado, pero no podría asegurarlo -añadió la princesa con suspicacia.
-¡Pero Alteza! -exclamó Edward con fingido asombro -Realmente no puedo creer que hayáis fallado en vuestra autoimpuesta misión como alcahueta. -le recriminó con sorna haciendo que Tanya palideciera ante una acusación tan certera.
-Deberíais agradecerme que os ponga sobre aviso -trató de defenderse -Como amiga vuestra me afecta veros perder el tiempo con la princesa o peor aún, veros hacer el ridículo.
-Alteza, en cuanto a lo que al ridículo se refiere, no miréis la paja en el ojo ajeno, sino mirad primero la viga en vuestro propio ojo -sentenció Edward.
-¿Qué queréis decir? -preguntó haciéndose la ofendida.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-Perdonadme, Alteza, si vos no veis reprochable vuestro comportamiento, yo no soy quien para hacerlo -se disculpó. Por mucho que la actitud de la princesa fuese reprobable no tenía derecho a desquitarse con ella, a pesar de que ella misma lo provocase con sus insinuaciones con respecto a Bella.
-Podríais serlo si quisierais -dijo de modo insinuante mientras se acercaba a él. -Creo que os he dado clara muestra de mi interés por vos y me atrevería a decir que yo no os soy del todo indiferente -sugirió Tanya mientras se aproximaba más y más a él.
-Por favor, no continuéis -le pidió apartándose bruscamente de ella. -No puedo permitir que prosigáis en vista de que, definitivamente, habéis malinterpretado mis atenciones para con vos.
Tanya lo miró confusa.
-El único interés que tengo en vos es el de vuestra agradable compañía, nada más -sentenció Edward.
-No os entiendo -balbuceó.
-Creo que habéis confundido mi caballerosidad con otro tipo de muestra de afecto o galantería -le aclaró.
Tanya palideció al sentirse ciertamente rechazada. No era tan ingenua como trataba de aparentar. Por estar cerca de él había hecho caso omiso a su indiferencia, indiferencia que casi se había tornado en frialdad y desdén en esos últimos días. Y estaba completamente segura de cual era el motivo.
-Seguro que la Princesa Bella tiene algo que ver con este cambio en vuestra actitud -la culpó mientras apretaba los puños contra su cuerpo que temblaba de forma incontrolada por la ira y la rabia que la invadían.
-Alteza, como sería eso posible si vos misma me habéis informado de que va a casarse en cuanto se vaya -la contradijo.
-Ya pero...
-Os lo ruego, Alteza, no quiero parecer grosero con vos -le pidió. -No tengo intención alguna de censurar vuestro comportamiento, al contrario, disculpadme por no haberos comprendido antes y así sacaros de vuestro error.
Tanya aflojó sus puños al sentirse derrotada. Era absurdo seguir negando lo evidente, Edward no la amaba, no lo había hecho nunca y era estúpido querer forzar la situación intentando provocar algo que nunca ocurriría. Al contrario, si continuaba por ese camino lo más probable sería que finalmente perdería su amistad que sí parecía ser sincera. A pesar de su propósito claro de querer molestarlo hablándole de Bella de ese modo, él se mostraba cortés y respetuoso y, aunque la estaba rechazando, trataba de hacerlo del modo más suave posible.
-Sabéis, de repente estoy empezando a sentir una gran nostalgia de mi hogar -sonrió ella con tristeza. -Creo que trataré de convencer a mi familia para que nos vayamos hoy mismo.
-Alteza...
-De hecho este es un buen momento para despedirnos ¿no creéis? -le cortó mientras alargaba su mano. -Confío en que volveremos a encontrarnos -le dijo sin ninguna sombra de rencor en su voz.
-Por supuesto -respondió tras besar su mano.
Y sin más abandonó la biblioteca. Edward sintió que un sabor agridulce acudía a su garganta y una mezcla de sentimientos difíciles de ignorar. No podía evitar sentir pena por Tanya al haber roto sus ilusiones y casi se sentía culpable al haber pensado en ella como un estorbo en su relación con Bella. Fue ahí cuando ese sabor en su garganta se tornó amargo, recordando lo que Tanya le había revelado. ¿Sería cierto que Bella debía casarse? y nada menos que con Jacob. Si tal y como había dicho la princesa, ella estaba tan afligida sería porque estaba en desacuerdo con esa unión pues, de lo contrario, se habría marchado con su padre, ya que su matrimonio sería un asunto más importante que su idea de formar la escuela. ¿Le daba eso alguna posibilidad?
Miles de ideas acudían a su mente y ninguna de ellas le ayudaban a explicar su incertidumbre. Deseaba que Bella llegara cuanto antes y poder disipar sus dudas. Verdaderamente se estaba retrasando, quizás Tanya tenía razón después de todo al afirmar que no acudiría a su cita.
Edward había empezado a perder las esperanzas cuando escuchó que se habría la puerta. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza en su pecho al verla por fin.
-Temí que ya no vinierais -respiró con alivio.
-Disculpadme, Alteza. Me he entretenido dándole indicaciones a las muchachas para que acondicionen correctamente la sala que vamos a utilizar para la escuela -le explicó.
-Ya veo -sonrió Edward -Dejadme que os felicite por tan brillante idea.
-Gracias -sonrió Bella. Pero era una sonrisa tan apagada. Edward contempló esa mirada carente ahora de su usual brillo y su semblante mucho más pálido de lo habitual. Por un momento pensó que no estaba afligida, si no, enferma.
-Alteza, ¿os encontráis bien? -quiso saber Edward -Estáis pálida. Si queréis puedo hablar con mi padre.
-No os preocupéis, os lo ruego. Quizás me ha afectado un poco la despedida con mi padre -mintió Bella y, a pesar de su esfuerzo, no pudo impedir que Edward se diera cuenta de ello. Sin embargo, él no quiso contradecirla.
-En cualquier caso podemos dejar la lectura para otro día si os sentís indispuesta -insistió Edward.
Bella negó rápidamente con la cabeza y se dirigió hacia un estante para tomar un libro, tratando de evitar por todos los medios la mirada de Edward. Pero en cuanto empezó a leer, su mente se abstrajo y comenzó a recordar la conversación que había tenido con su padre.
-Podría asegurar que no sois capaz de recordar ni una sola palabra de lo que acabáis de leer -la interrumpió al cabo de un momento Edward sonriendo.
-Lo siento, Alteza -se disculpó Bella. -Creo que hoy no soy una buena compañía para nadie -suspiró dejando el libro sobre la mesa.
-Tengo una idea -dijo tendiendo su mano -Acompañadme.
Bella, sin saber que se proponía, tomó su mano y le siguió. Edward abrió lentamente la puerta de la biblioteca y se asomó.
-No hay nadie -susurró -seguidme.
-¿Adónde vamos? -quiso saber. Edward hizo un gesto para que guardase silencio y la instó a seguirle. Recorrieron con sigilo los corredores del castillo, siempre deteniéndose en cada esquina para cerciorarse de que no había nadie. Cuando Bella se quiso dar cuenta, estaban frente a la recámara de Edward. Quiso protestar pero Edward la hizo entrar.
-Alteza, me habéis traído a vuestra habitación -exclamó.
-¿Acaso teméis...?
-Claro que no -le espetó Bella -pero no es correcto.
-Alteza, llevamos varios días reuniéndonos a solas en la biblioteca y no os ha parecido mal -puntualizó Edward.
-Sí pero no es lo mismo -titubeó ella.
-Puedo llenar toda la estancia de libros si así os sentís más cómoda -bromeó él. Bella sonrió tímidamente.
-¿Entonces por qué habéis procurado que nadie nos vea? -le insinuó.
-Porque hay algo que quiero enseñaros... sólo a vos -sonrió.
-¿Qué es? -preguntó con curiosidad.
Edward se acercó hacia un pequeño mueble de madera, que se hallaba bajo uno de los ventanales y que tenía una pequeña banqueta a sus pies. Le indicó a Bella que se acercará y levantó la tapa superior que lo cubría.
-¡Es un clavicordio! -exclamó Bella alargando inconscientemente su mano para tocar las teclas de aquel extraordinario instrumento.
-¿Lo conocéis?
-Bueno, he leído sobre ellos pero nunca había visto ninguno -le dijo.
-Mi padre me lo trajo cuando viajó a Salerno -le explicó.
-¿Y lo tenéis aquí y no en vuestro castillo? -preguntó extrañada.
-Bueno, en realidad me trajo dos -admitió haciendo una pequeña mueca.
-Muy inteligente por parte de vuestro padre -concordó Bella sonriendo.
-Eso parece -afirmó Edward.
-¿Y sabéis tocar?
Edward asintió con la cabeza.
-¿Tocaríais para mí? -le pidió emocionada.
-Podríais serlo si quisierais -dijo de modo insinuante mientras se acercaba a él. -Creo que os he dado clara muestra de mi interés por vos y me atrevería a decir que yo no os soy del todo indiferente -sugirió Tanya mientras se aproximaba más y más a él.
-Por favor, no continuéis -le pidió apartándose bruscamente de ella. -No puedo permitir que prosigáis en vista de que, definitivamente, habéis malinterpretado mis atenciones para con vos.
Tanya lo miró confusa.
-El único interés que tengo en vos es el de vuestra agradable compañía, nada más -sentenció Edward.
-No os entiendo -balbuceó.
-Creo que habéis confundido mi caballerosidad con otro tipo de muestra de afecto o galantería -le aclaró.
Tanya palideció al sentirse ciertamente rechazada. No era tan ingenua como trataba de aparentar. Por estar cerca de él había hecho caso omiso a su indiferencia, indiferencia que casi se había tornado en frialdad y desdén en esos últimos días. Y estaba completamente segura de cual era el motivo.
-Seguro que la Princesa Bella tiene algo que ver con este cambio en vuestra actitud -la culpó mientras apretaba los puños contra su cuerpo que temblaba de forma incontrolada por la ira y la rabia que la invadían.
-Alteza, como sería eso posible si vos misma me habéis informado de que va a casarse en cuanto se vaya -la contradijo.
-Ya pero...
-Os lo ruego, Alteza, no quiero parecer grosero con vos -le pidió. -No tengo intención alguna de censurar vuestro comportamiento, al contrario, disculpadme por no haberos comprendido antes y así sacaros de vuestro error.
Tanya aflojó sus puños al sentirse derrotada. Era absurdo seguir negando lo evidente, Edward no la amaba, no lo había hecho nunca y era estúpido querer forzar la situación intentando provocar algo que nunca ocurriría. Al contrario, si continuaba por ese camino lo más probable sería que finalmente perdería su amistad que sí parecía ser sincera. A pesar de su propósito claro de querer molestarlo hablándole de Bella de ese modo, él se mostraba cortés y respetuoso y, aunque la estaba rechazando, trataba de hacerlo del modo más suave posible.
-Sabéis, de repente estoy empezando a sentir una gran nostalgia de mi hogar -sonrió ella con tristeza. -Creo que trataré de convencer a mi familia para que nos vayamos hoy mismo.
-Alteza...
-De hecho este es un buen momento para despedirnos ¿no creéis? -le cortó mientras alargaba su mano. -Confío en que volveremos a encontrarnos -le dijo sin ninguna sombra de rencor en su voz.
-Por supuesto -respondió tras besar su mano.
Y sin más abandonó la biblioteca. Edward sintió que un sabor agridulce acudía a su garganta y una mezcla de sentimientos difíciles de ignorar. No podía evitar sentir pena por Tanya al haber roto sus ilusiones y casi se sentía culpable al haber pensado en ella como un estorbo en su relación con Bella. Fue ahí cuando ese sabor en su garganta se tornó amargo, recordando lo que Tanya le había revelado. ¿Sería cierto que Bella debía casarse? y nada menos que con Jacob. Si tal y como había dicho la princesa, ella estaba tan afligida sería porque estaba en desacuerdo con esa unión pues, de lo contrario, se habría marchado con su padre, ya que su matrimonio sería un asunto más importante que su idea de formar la escuela. ¿Le daba eso alguna posibilidad?
Miles de ideas acudían a su mente y ninguna de ellas le ayudaban a explicar su incertidumbre. Deseaba que Bella llegara cuanto antes y poder disipar sus dudas. Verdaderamente se estaba retrasando, quizás Tanya tenía razón después de todo al afirmar que no acudiría a su cita.
Edward había empezado a perder las esperanzas cuando escuchó que se habría la puerta. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza en su pecho al verla por fin.
-Temí que ya no vinierais -respiró con alivio.
-Disculpadme, Alteza. Me he entretenido dándole indicaciones a las muchachas para que acondicionen correctamente la sala que vamos a utilizar para la escuela -le explicó.
-Ya veo -sonrió Edward -Dejadme que os felicite por tan brillante idea.
-Gracias -sonrió Bella. Pero era una sonrisa tan apagada. Edward contempló esa mirada carente ahora de su usual brillo y su semblante mucho más pálido de lo habitual. Por un momento pensó que no estaba afligida, si no, enferma.
-Alteza, ¿os encontráis bien? -quiso saber Edward -Estáis pálida. Si queréis puedo hablar con mi padre.
-No os preocupéis, os lo ruego. Quizás me ha afectado un poco la despedida con mi padre -mintió Bella y, a pesar de su esfuerzo, no pudo impedir que Edward se diera cuenta de ello. Sin embargo, él no quiso contradecirla.
-En cualquier caso podemos dejar la lectura para otro día si os sentís indispuesta -insistió Edward.
Bella negó rápidamente con la cabeza y se dirigió hacia un estante para tomar un libro, tratando de evitar por todos los medios la mirada de Edward. Pero en cuanto empezó a leer, su mente se abstrajo y comenzó a recordar la conversación que había tenido con su padre.
-Podría asegurar que no sois capaz de recordar ni una sola palabra de lo que acabáis de leer -la interrumpió al cabo de un momento Edward sonriendo.
-Lo siento, Alteza -se disculpó Bella. -Creo que hoy no soy una buena compañía para nadie -suspiró dejando el libro sobre la mesa.
-Tengo una idea -dijo tendiendo su mano -Acompañadme.
Bella, sin saber que se proponía, tomó su mano y le siguió. Edward abrió lentamente la puerta de la biblioteca y se asomó.
-No hay nadie -susurró -seguidme.
-¿Adónde vamos? -quiso saber. Edward hizo un gesto para que guardase silencio y la instó a seguirle. Recorrieron con sigilo los corredores del castillo, siempre deteniéndose en cada esquina para cerciorarse de que no había nadie. Cuando Bella se quiso dar cuenta, estaban frente a la recámara de Edward. Quiso protestar pero Edward la hizo entrar.
-Alteza, me habéis traído a vuestra habitación -exclamó.
-¿Acaso teméis...?
-Claro que no -le espetó Bella -pero no es correcto.
-Alteza, llevamos varios días reuniéndonos a solas en la biblioteca y no os ha parecido mal -puntualizó Edward.
-Sí pero no es lo mismo -titubeó ella.
-Puedo llenar toda la estancia de libros si así os sentís más cómoda -bromeó él. Bella sonrió tímidamente.
-¿Entonces por qué habéis procurado que nadie nos vea? -le insinuó.
-Porque hay algo que quiero enseñaros... sólo a vos -sonrió.
-¿Qué es? -preguntó con curiosidad.
Edward se acercó hacia un pequeño mueble de madera, que se hallaba bajo uno de los ventanales y que tenía una pequeña banqueta a sus pies. Le indicó a Bella que se acercará y levantó la tapa superior que lo cubría.
-¡Es un clavicordio! -exclamó Bella alargando inconscientemente su mano para tocar las teclas de aquel extraordinario instrumento.
-¿Lo conocéis?
-Bueno, he leído sobre ellos pero nunca había visto ninguno -le dijo.
-Mi padre me lo trajo cuando viajó a Salerno -le explicó.
-¿Y lo tenéis aquí y no en vuestro castillo? -preguntó extrañada.
-Bueno, en realidad me trajo dos -admitió haciendo una pequeña mueca.
-Muy inteligente por parte de vuestro padre -concordó Bella sonriendo.
-Eso parece -afirmó Edward.
-¿Y sabéis tocar?
Edward asintió con la cabeza.
-¿Tocaríais para mí? -le pidió emocionada.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-En realidad no me gusta hacerlo en público -respondió viendo como la decepción apagaba más su ya sombría mirada -pero haré una excepción por vos, ojalá consiga animaros un poco y vuelva el brillo a vuestros ojos -susurró. Edward tomó una silla y la colocó cerca de la banqueta.
-Sentaos a mi lado, por favor -le señaló Edward. Bella asintió obedeciéndole.
Edward posicionó sus manos sobre el teclado y comenzó a presionar las teclas con destreza, arrancando de ellas la más dulce de las melodías, la música que escapaba de aquel instrumento llenaban la habitación de magia de una forma casi irreal. Pero lo que más sobrecogió a Bella no fueron aquellas notas que inundaban sus oídos sino aquella voz aterciopelada que ahora sonaba embargando por completo todos sus sentidos. Bella quedó instantáneamente cautivada, hechizada por aquella voz que acariciaba con su timbre la más bella canción que jamás hubiera escuchado.
"Me muero por suplicarte que no te vayas mi vida
me muero por escucharte decir las cosas que nunca dirás
mas me callo y te marchas
aún tengo la esperanza de ser capaz algún día
de no esconder la heridas que me duelen al pensar que te voy queriendo cada día un poco más
cuánto tiempo vamos a esperar.
Me muero por abrazarte y que me abraces tan fuerte
me muero por divertirte y que me beses cuando despierte
acomodado en tu pecho hasta que el sol aparezca
me voy perdiendo en tu aroma
me voy perdiendo en tus labios que se acercan susurrando palabras que llegan
a este pobre corazón
voy sintiendo el fuego en mi interior.
Me muero por conocerte saber qué es lo que piensas
abrir todas tus puertas y vencer esas tormentas
que nos quieran abatir, centrar en tus ojos mi mirada
cantar contigo al alba
besarnos hasta desgastarnos nuestros labios
y ver en tu rostro cada día crecer esa semilla
crear, soñar, dejar todo surgir aparcando el miedo a sufrir.
Me muero por explicarte lo que pasa por mi mente
me muero por intrigarte
y seguir siendo capaz de sorprenderte
sentir cada día ese flechazo al verte, que más dará lo que digan
que más dará lo que piensen si estoy loco es cosa mía
y ahora vuelvo a mirar el mundo a mi favor
vuelvo a ver brillar la luz del sol.
Me muero por conocerte saber qué es lo que piensas
abrir todas tus puertas y vencer esas tormentas
que nos quieran abatir, centrar en tus ojos mi mirada
cantar contigo al alba
besarnos hasta desgastarnos nuestros labios
y ver en tu rostro cada día crecer esa semilla
crear, soñar, dejar todo surgir aparcando el miedo a sufrir."
-Sentaos a mi lado, por favor -le señaló Edward. Bella asintió obedeciéndole.
Edward posicionó sus manos sobre el teclado y comenzó a presionar las teclas con destreza, arrancando de ellas la más dulce de las melodías, la música que escapaba de aquel instrumento llenaban la habitación de magia de una forma casi irreal. Pero lo que más sobrecogió a Bella no fueron aquellas notas que inundaban sus oídos sino aquella voz aterciopelada que ahora sonaba embargando por completo todos sus sentidos. Bella quedó instantáneamente cautivada, hechizada por aquella voz que acariciaba con su timbre la más bella canción que jamás hubiera escuchado.
"Me muero por suplicarte que no te vayas mi vida
me muero por escucharte decir las cosas que nunca dirás
mas me callo y te marchas
aún tengo la esperanza de ser capaz algún día
de no esconder la heridas que me duelen al pensar que te voy queriendo cada día un poco más
cuánto tiempo vamos a esperar.
Me muero por abrazarte y que me abraces tan fuerte
me muero por divertirte y que me beses cuando despierte
acomodado en tu pecho hasta que el sol aparezca
me voy perdiendo en tu aroma
me voy perdiendo en tus labios que se acercan susurrando palabras que llegan
a este pobre corazón
voy sintiendo el fuego en mi interior.
Me muero por conocerte saber qué es lo que piensas
abrir todas tus puertas y vencer esas tormentas
que nos quieran abatir, centrar en tus ojos mi mirada
cantar contigo al alba
besarnos hasta desgastarnos nuestros labios
y ver en tu rostro cada día crecer esa semilla
crear, soñar, dejar todo surgir aparcando el miedo a sufrir.
Me muero por explicarte lo que pasa por mi mente
me muero por intrigarte
y seguir siendo capaz de sorprenderte
sentir cada día ese flechazo al verte, que más dará lo que digan
que más dará lo que piensen si estoy loco es cosa mía
y ahora vuelvo a mirar el mundo a mi favor
vuelvo a ver brillar la luz del sol.
Me muero por conocerte saber qué es lo que piensas
abrir todas tus puertas y vencer esas tormentas
que nos quieran abatir, centrar en tus ojos mi mirada
cantar contigo al alba
besarnos hasta desgastarnos nuestros labios
y ver en tu rostro cada día crecer esa semilla
crear, soñar, dejar todo surgir aparcando el miedo a sufrir."
Con la última nota que aún resonaba en el aire, una pequeña lágrima escapó de los ojos de Bella surcando su mejilla. Supo entonces la respuesta a la pregunta que la había estado persiguiendo durante todo el día. Fue cuando se arrepintió de no haberse marchado aquella mañana con su padre y así abandonar de una vez por todas ese castillo, aquel reino y a aquella tortura a la que ella misma se estaba sometiendo al quedarse allí por más tiempo. Estaba completamente segura de que su amor por Edward era mucho más profundo, más fuerte de que lo ella jamás hubiera imaginado, nunca pensó que su corazón fuera capaz de sentir con tanta intensidad. Y al quedarse, lo único que iba a conseguir era que ese amor creciera con más y más vigor ¿cómo iba a enfrentarse después a una vida sin él, casada con alguien a quien no amase? ¿cómo iba a arrancarse ese amor que cada vez se aferraba más a su esencia y a su ser?
Edward se giró para mirarla tratando de averiguar por su expresión si había sido de su agrado, para ver con sorpresa como la humedad de sus lágrimas recorrían su rostro.
-Alteza ¿qué os sucede? -le preguntó alarmado.
-Nada -negó ella apartando su rostro de él.
Edward tomó su barbilla y la obligó a mirarle.
-Os lo ruego, decidme que os hace sufrir de esa manera -le pidió en un susurro.
Bella se levantó con la intención de alejarse de él, pero Edward la siguió y se lo impidió sujetando su brazo con suavidad.
-Os lo suplico -insistió.
Bella se soltó lentamente del tacto de esos dedos que amenazaban con incendiar su piel pero se mantuvo de espaldas a él. Cerró los ojos en un suspiro tratando de sosegarse.
-¿Nunca habéis querido escapar de esta jaula de oro con la que está disfrazada nuestra vida? -le dijo por fin -Huir de ese destino que quedó escrito, impuesto desde nuestra cuna.
Edward se mantuvo en silencio, dejándola continuar y rezaba por que lo hiciera. Deseaba con todas sus fuerzas saber el porqué de aquella tristeza infinita que le hacían a su corazón encogerse, que le hacían anhelar el tomarla entre sus brazos y dejarla llorar sobre su pecho hasta que no le quedasen lágrimas por derramar.
-Sabéis, quizás lo desaprobéis pero envidio la vida sencilla y libre de los campesinos, en verdad los admiro -continuó, con las lágrimas brotando de sus ojos sin cesar. -A pesar de tener que trabajar duro de sol a sol o de deberse a su señor feudal son libres de vivir como prefieran, de amar a quien quieran, de unir sus vidas con quien elijan.
En ese momento Edward tuvo la absoluta certeza de que todo lo que le había Tanya era verdad; Bella tenía que casarse. Sintió que aún sin tenerla, se le estaba escapando de las manos, como humo que se diluía entre sus dedos.
-¿Qué haríais, Alteza? -le preguntó Bella de repente, girándose para mirarlo, con su llanto surcando sus mejillas. Edward no alcanzaba a comprender. -Imaginaos que por algún misterioso hechizo, os aseguran que, hicierais lo que hicierais, no dañaríais a vuestros seres queridos, no tendría consecuencia alguna en vuestro mundo, la vida continuaría como si nunca hubiera pasado ¿qué es lo más desearíais hacer en el mundo? ¿qué haríais? -le retó.
A Edward no le hizo falta alguna el pensarlo, sólo dejó que su cuerpo se dejara guiar por ese deseo, como si fuera un impulso nervioso al que todas las células de su ser obedecieran de forma inconsciente. La tomó entre sus brazos y la besó. Sabía que en cualquier momento ella se apartaría de él, que lo rechazaría, por lo que trató de memorizar la forma y el sabor de esos labios que, aún mezclándose con la sal de sus lágrimas, eran deliciosos y embriagadores, como ambrosía de los dioses, y la apretó más contra su pecho como si así pudiera dejar grabado en su piel el calor de su cuerpo. Quizás sólo pasarían un par de segundos antes de que ella lo abofeteara por su osadía pero, aún siendo fugaz, esculpiría ese momento en su mente para conservarlo como el más preciado tesoro.
Sin embargo, esa bofetada no llegó nunca, ni tampoco esa lucha por apartarlo que él esperaba con tanto temor. Cuanto más insistentes eran los labios de Edward más se aferraba ella a su abrazo, sintiéndola temblar entre sus manos, sintiendo el latido de su corazón casi dentro de su propio pecho. Edward trató de alargar ese beso lo más que pudo, por el miedo a que todo fuera un sueño o sólo ese misterioso embrujo del que ella había hablado, por miedo a que esa felicidad se la llevara el viento como a las hojas el otoño.
Cuando al fin su aliento entrecortado les hizo separar sus labios, miró en sus ojos oscuros tratando de encontrar cualquier atisbo de arrepentimiento, culpabilidad o desaprobación. Pero, por el contrario, los encontró más bellos y más brillantes que nunca. Pudo leer claramente la esperanza, la ilusión, el anhelo en ellos, lo que hizo que Edward no dudara ni un segundo más.
-Os amo, Bella, ardientemente -le confesó. -Decidme que también me amáis, decidme que no es tarde para nosotros.
Bella no pudo contestar, simplemente se lanzó a sus brazos, hundiendo su rostro en su pecho, temiendo morir de tanta felicidad.
-Bella. -Edward contuvo el aliento.
-Sí, Edward, os amo, con todo mi corazón.
Edward suspiró con alivio y la abrazó con fuerza, dando gracias por ser tan afortunado.
-¿Es cierto que debéis casaros con el Príncipe Jacob? -le preguntó con temor.
-¿Cómo ...?
-¿Es cierto? ¿Estáis comprometida? -insistió tomando su rostro, obligándola a mirarle.
-Es cierto que mi padre desea de que me case con Jacob pero, ya os dije que me escucharía antes de decidirlo -le respondió.
-Entonces -Edward se arrodilló ante ella y tomó sus manos -¿me otorgaríais la dicha de aceptarme como vuestro esposo?
Bella se arrodilló frente a él y lo besó con pasión mientras lo abrazaba, hundiendo sus dedos en su cabello cobrizo.
-Lo tomaré como un sí -bromeó él sobre sus labios.
-¡Edward! -se quejó Bella levantándose para alejarse de él.
-No, Alteza -rió yendo tras ella. Tomó su mano deteniéndola y la rodeó con sus brazos. -Estáis loca si pensáis que vais a escapar de mí tan fácilmente.
-¿Y qué haréis para evitarlo? -dijo con sonrisa traviesa.
Edward no contestó, cubrió su boca con la suya como respuesta, la mejor que podía darle.
Edward se giró para mirarla tratando de averiguar por su expresión si había sido de su agrado, para ver con sorpresa como la humedad de sus lágrimas recorrían su rostro.
-Alteza ¿qué os sucede? -le preguntó alarmado.
-Nada -negó ella apartando su rostro de él.
Edward tomó su barbilla y la obligó a mirarle.
-Os lo ruego, decidme que os hace sufrir de esa manera -le pidió en un susurro.
Bella se levantó con la intención de alejarse de él, pero Edward la siguió y se lo impidió sujetando su brazo con suavidad.
-Os lo suplico -insistió.
Bella se soltó lentamente del tacto de esos dedos que amenazaban con incendiar su piel pero se mantuvo de espaldas a él. Cerró los ojos en un suspiro tratando de sosegarse.
-¿Nunca habéis querido escapar de esta jaula de oro con la que está disfrazada nuestra vida? -le dijo por fin -Huir de ese destino que quedó escrito, impuesto desde nuestra cuna.
Edward se mantuvo en silencio, dejándola continuar y rezaba por que lo hiciera. Deseaba con todas sus fuerzas saber el porqué de aquella tristeza infinita que le hacían a su corazón encogerse, que le hacían anhelar el tomarla entre sus brazos y dejarla llorar sobre su pecho hasta que no le quedasen lágrimas por derramar.
-Sabéis, quizás lo desaprobéis pero envidio la vida sencilla y libre de los campesinos, en verdad los admiro -continuó, con las lágrimas brotando de sus ojos sin cesar. -A pesar de tener que trabajar duro de sol a sol o de deberse a su señor feudal son libres de vivir como prefieran, de amar a quien quieran, de unir sus vidas con quien elijan.
En ese momento Edward tuvo la absoluta certeza de que todo lo que le había Tanya era verdad; Bella tenía que casarse. Sintió que aún sin tenerla, se le estaba escapando de las manos, como humo que se diluía entre sus dedos.
-¿Qué haríais, Alteza? -le preguntó Bella de repente, girándose para mirarlo, con su llanto surcando sus mejillas. Edward no alcanzaba a comprender. -Imaginaos que por algún misterioso hechizo, os aseguran que, hicierais lo que hicierais, no dañaríais a vuestros seres queridos, no tendría consecuencia alguna en vuestro mundo, la vida continuaría como si nunca hubiera pasado ¿qué es lo más desearíais hacer en el mundo? ¿qué haríais? -le retó.
A Edward no le hizo falta alguna el pensarlo, sólo dejó que su cuerpo se dejara guiar por ese deseo, como si fuera un impulso nervioso al que todas las células de su ser obedecieran de forma inconsciente. La tomó entre sus brazos y la besó. Sabía que en cualquier momento ella se apartaría de él, que lo rechazaría, por lo que trató de memorizar la forma y el sabor de esos labios que, aún mezclándose con la sal de sus lágrimas, eran deliciosos y embriagadores, como ambrosía de los dioses, y la apretó más contra su pecho como si así pudiera dejar grabado en su piel el calor de su cuerpo. Quizás sólo pasarían un par de segundos antes de que ella lo abofeteara por su osadía pero, aún siendo fugaz, esculpiría ese momento en su mente para conservarlo como el más preciado tesoro.
Sin embargo, esa bofetada no llegó nunca, ni tampoco esa lucha por apartarlo que él esperaba con tanto temor. Cuanto más insistentes eran los labios de Edward más se aferraba ella a su abrazo, sintiéndola temblar entre sus manos, sintiendo el latido de su corazón casi dentro de su propio pecho. Edward trató de alargar ese beso lo más que pudo, por el miedo a que todo fuera un sueño o sólo ese misterioso embrujo del que ella había hablado, por miedo a que esa felicidad se la llevara el viento como a las hojas el otoño.
Cuando al fin su aliento entrecortado les hizo separar sus labios, miró en sus ojos oscuros tratando de encontrar cualquier atisbo de arrepentimiento, culpabilidad o desaprobación. Pero, por el contrario, los encontró más bellos y más brillantes que nunca. Pudo leer claramente la esperanza, la ilusión, el anhelo en ellos, lo que hizo que Edward no dudara ni un segundo más.
-Os amo, Bella, ardientemente -le confesó. -Decidme que también me amáis, decidme que no es tarde para nosotros.
Bella no pudo contestar, simplemente se lanzó a sus brazos, hundiendo su rostro en su pecho, temiendo morir de tanta felicidad.
-Bella. -Edward contuvo el aliento.
-Sí, Edward, os amo, con todo mi corazón.
Edward suspiró con alivio y la abrazó con fuerza, dando gracias por ser tan afortunado.
-¿Es cierto que debéis casaros con el Príncipe Jacob? -le preguntó con temor.
-¿Cómo ...?
-¿Es cierto? ¿Estáis comprometida? -insistió tomando su rostro, obligándola a mirarle.
-Es cierto que mi padre desea de que me case con Jacob pero, ya os dije que me escucharía antes de decidirlo -le respondió.
-Entonces -Edward se arrodilló ante ella y tomó sus manos -¿me otorgaríais la dicha de aceptarme como vuestro esposo?
Bella se arrodilló frente a él y lo besó con pasión mientras lo abrazaba, hundiendo sus dedos en su cabello cobrizo.
-Lo tomaré como un sí -bromeó él sobre sus labios.
-¡Edward! -se quejó Bella levantándose para alejarse de él.
-No, Alteza -rió yendo tras ella. Tomó su mano deteniéndola y la rodeó con sus brazos. -Estáis loca si pensáis que vais a escapar de mí tan fácilmente.
-¿Y qué haréis para evitarlo? -dijo con sonrisa traviesa.
Edward no contestó, cubrió su boca con la suya como respuesta, la mejor que podía darle.
Re: "Mi corazon en tus manos"
Perdon por la tardanza aqui les dejo otros capitulitos espero les guste
Re: "Mi corazon en tus manos"
CAPÍTULO 10
-Creo que deberíamos irnos ya, seguro que nos están esperando para servir la cena -dijo Bella sobre los labios de Edward que hizo caso omiso a su sugerencia, atrapando de nuevo su boca en un beso. No quería, no podía separarse de ella, la dulce ambrosía que le regalaban esos labios estaba empezando a convertirse en una necesidad.
-¿Habéis escuchado lo que os acabo de decir? -insistió.
-Digamos que no me gusta lo que oigo, así que prefiero ignorarlo -bromeó, sin apenas separarse de su rostro. -Mejor repíteme lo que me dijiste hace un momento.
-Os amo -susurró Bella.
-Es música para mis oídos -suspiró Edward depositando otro dulce beso sobre sus labios -¿pero no va siendo hora de que me tutees? Vamos a casarnos.
-No sois mi prometido... todavía -puntualizó Bella con una sonrisa insinuante. -Y creo que seguiré tratándoos de vos hasta entonces. ¡No! -añadió -acabo de decidir que hasta que nos casemos -bromeó.
-¡Ni hablar! -exclamó Edward separándose de ella exagerando con aire teatral su desaprobación, provocando la risa de Bella.
-¿Os ofendo, mi señor? -preguntó entre risas.
-Bella, no hables así por favor, me recuerdas a mi primo -dijo riendo también mientras tomaba su mano para, por fin, encaminarse juntos hacia el comedor.
-Pues a mí me parece un gesto muy romántico -admitió Bella.
-Será muy romántico pero tienes que reconocer que son un par de tontos -concluyó Edward.
-¿Por qué dices eso? -quiso saber.
Edward se detuvo repentinamente soltándola, abriendo los brazos y mirando al cielo con fingido gesto de alivio.
-¡Por fin! -exclamó de nuevo con ese exagerado gesto teatral -¡Gracias, Dios mío! ¡Realmente pensé que me ibas a tratar de modo formal hasta nuestra boda! -mintió. Bella golpeó levemente su brazo como reproche por su broma mientras Edward tomaba de nuevo su mano entrelazando sus dedos, para iniciar de nuevo su paseo.
-No me has contestado -le recordó.
-Bueno, quizás he sacado conclusiones demasiado precipitadas al suponer cuales son los sentimientos de tu prima -confesó Edward -aunque no creo equivocarme después de comprobar como mira a Jasper -insinuó, a lo que Bella concordó asintiendo con la cabeza. -Lo que si puedo asegurar es que él la ama, incluso más de lo que él imagina.
-¿Lo ha admitido frente a ti? -exclamó Bella con cierta excitación en su voz.
-En realidad no -admitió. -La única vez que hemos hablado sobre eso fue al día siguiente de vuestra llegada, aunque reconoció haber quedado muy impresionado con ella.
El semblante de Bella se tornó serió, con un deje de decepción.
-Pero no hace falta que lo reconozca a viva voz frente a mí -añadió Edward. -Lo conozco lo suficiente para asegurarlo, además de saber que no se lo ha confesado a ella por miedo a que lo rechace.
-Eso mismo le dije yo a Alice -afirmó Bella sorprendida, aún más convencida de las suposiciones Edward. -Ella tampoco se atreve a admitirlo por el temor de la decepción. Alice había depositado muy pocas esperanzas en cuanto a este matrimonio y no quiere convencerse todavía de que estaba equivocada.
-¿Lo ves como son un par de tontos? -confirmó Edward. -Me pregunto que tendrá que pasar entre ellos para que al fin se decidan a ser sinceros, primero con ellos mismos y luego el uno con el otro.
-Tienes razón -coincidió Bella.
Tan absortos estaban en su conversación que no advirtieron que habían llegado al comedor hasta que, casi llegando a la mesa, percibieron las miradas llenas de asombro de todos sus familiares, que observaban de que modo tan poco “decorosa” se hallaban entrelazadas sus manos.
-Querido, creo que nuestro hijo tiene algo que decirnos -advirtió Esme con una sonrisa complaciente.
El comentario hizo enrojecer a Bella profundamente y soltó la mano de Edward con rapidez. Edward volvió a tomarla mientras todos, incluido él, reían ante su actitud. Le dio un leve apretón para infundirle confianza y se dirigieron hacia donde estaban sus padres. Ni siquiera habían hablado de ello, pero era absurdo mantenerlo oculto a su familia.
-Papá, mamá, amo a Bella y tengo el firme propósito de hacerla mi esposa -les anunció con seriedad. -Ella me ha aceptado, así que espero contar con vuestro consentimiento para pedirle al Rey Charles la mano de su hija en matrimonio.
-Claro que sí -respondió rápidamente Esme con una gran sonrisa y su voz impregnada de emoción.
-Creo que si me niego podrías heredar el trono de inmediato, tu madre es capaz de asesinarme si me opongo -bromeó Carlisle al ver lo complacida que se había mostrado su esposa ante tal unión. -Por supuesto que tienes mi apoyo -afirmó finalmente.
-¡Bella! -exclamó Alice aplaudiendo mientras se levantaba y corría hacia su prima. Ambas se fundieron en un abrazo riendo, produciendo con ello las carcajadas de todos los presentes, que también se levantaron para acudir a felicitar a ambos por tan buena noticia.
-Edward, podrías haberte decidido antes y haber hablado con tu futuro suegro hoy mismo -dijo Jasper en tono jocoso cuando ya se hallaban todos sentados. Edward le hizo una mueca en respuesta a su broma.
-No importa, mañana mismo le escribiré una carta -le respondió Bella.
-¿No prefieres que lo haga yo para pedir su consentimiento formalmente? -preguntó Carlisle.
-Si no os importa, quisiera darle yo misma la noticia, Majestad -respondió.
-Bella, ya que vas a casarte con Edward, podemos dejar el protocolo a un lado -concedió Carlisle.
-Esa batalla no será tan fácil de ganar -le aseguró Edward recordando su conversación de momentos antes.
-Que extraño, yo no tuve que insistir mucho -añadió Jasper con gesto despreocupado.
-¿Ah, no? -se sorprendió Edward que miraba de modo inquisitivo a una enrojecida Bella.
-Te recuerdo que soy el estratega de la familia -apuntó Jasper sonriendo con aire de superioridad.
-Pues me gustaría saber que tipo de estrategia usasteis con mi prometida, Majestad -inquirió Edward ofendido. El semblante de Bella ahora se mostraba pálido, no alcanzando a comprender a que se debía el enfrentamiento entre los primos.
-Cuando quieras te puedo...
-¡Basta! ¡Los dos! -les recriminó Rosalie con firmeza. Ambos comenzaron a reír sonoramente. -Tranquila, Bella -se dirigió ahora a ella. -Con el tiempo aprenderás a entender el humor de este par de mentecatos -le explicó mirándolos con desaprobación.
-Discúlpame -le dijo Edward a Bella, a la que ya le había vuelto el color a sus mejillas.
-Sí, por favor, discúlpanos -le pidió Jasper. Ella asintió.
-¿Y dónde vais a celebrar la ceremonia? ¡Tendremos que empezar con los preparativos! -asumió Alice entusiasmada.
-Buenas noches, con permiso -la poderosa voz de Emmett resonó en el comedor. -Quería avisaros de que, si no requerís de mis servicios, me retiraré a mi cuarto -le informó a Jasper.
-¡Emmett, acércate! Edward y Bella se van a casar -exclamó Alice.
-Es una gran noticia -afirmó sonriendo, caminando hacia Bella. -Mi más sincera enhorabuena -le dijo mientras ella acudía a su encuentro abriendo sus brazos.
-Muchas gracias, Emmett -le respondió encerrada entre los fuertes brazos masculinos. En vista de la relación entre Alice y el guardia, a nadie le extrañó que también existiese cierta cordialidad entre ellos.
-Felicitaciones, Alteza -le dijo a Edward, soltando a Bella y extendiendo su mano para saludarlo. Sin embargo, Edward se acercó al guardia y él mismo le dio un abrazo palmeando su espalda. Emmett, sorprendido por tal afable reacción respondió de igual forma, viendo como Alice le sonreía ampliamente. Que los demás empezaran a tratarlo con cierta afectuosidad la llenaba de alegría.
-¡Tengo una idea! -anunció Jasper -Imagino que mañana estas damas andarán muy ocupadas haciendo planes para la boda -supuso. -¿Qué tal si nosotros ocupamos nuestro tiempo yendo de caza? Los habitantes del bosque ya han disfrutado de una larga tregua.
-Me parece excelente -acordó Carlisle, a lo que Edward asintió con la cabeza.
-Creo que deberíamos irnos ya, seguro que nos están esperando para servir la cena -dijo Bella sobre los labios de Edward que hizo caso omiso a su sugerencia, atrapando de nuevo su boca en un beso. No quería, no podía separarse de ella, la dulce ambrosía que le regalaban esos labios estaba empezando a convertirse en una necesidad.
-¿Habéis escuchado lo que os acabo de decir? -insistió.
-Digamos que no me gusta lo que oigo, así que prefiero ignorarlo -bromeó, sin apenas separarse de su rostro. -Mejor repíteme lo que me dijiste hace un momento.
-Os amo -susurró Bella.
-Es música para mis oídos -suspiró Edward depositando otro dulce beso sobre sus labios -¿pero no va siendo hora de que me tutees? Vamos a casarnos.
-No sois mi prometido... todavía -puntualizó Bella con una sonrisa insinuante. -Y creo que seguiré tratándoos de vos hasta entonces. ¡No! -añadió -acabo de decidir que hasta que nos casemos -bromeó.
-¡Ni hablar! -exclamó Edward separándose de ella exagerando con aire teatral su desaprobación, provocando la risa de Bella.
-¿Os ofendo, mi señor? -preguntó entre risas.
-Bella, no hables así por favor, me recuerdas a mi primo -dijo riendo también mientras tomaba su mano para, por fin, encaminarse juntos hacia el comedor.
-Pues a mí me parece un gesto muy romántico -admitió Bella.
-Será muy romántico pero tienes que reconocer que son un par de tontos -concluyó Edward.
-¿Por qué dices eso? -quiso saber.
Edward se detuvo repentinamente soltándola, abriendo los brazos y mirando al cielo con fingido gesto de alivio.
-¡Por fin! -exclamó de nuevo con ese exagerado gesto teatral -¡Gracias, Dios mío! ¡Realmente pensé que me ibas a tratar de modo formal hasta nuestra boda! -mintió. Bella golpeó levemente su brazo como reproche por su broma mientras Edward tomaba de nuevo su mano entrelazando sus dedos, para iniciar de nuevo su paseo.
-No me has contestado -le recordó.
-Bueno, quizás he sacado conclusiones demasiado precipitadas al suponer cuales son los sentimientos de tu prima -confesó Edward -aunque no creo equivocarme después de comprobar como mira a Jasper -insinuó, a lo que Bella concordó asintiendo con la cabeza. -Lo que si puedo asegurar es que él la ama, incluso más de lo que él imagina.
-¿Lo ha admitido frente a ti? -exclamó Bella con cierta excitación en su voz.
-En realidad no -admitió. -La única vez que hemos hablado sobre eso fue al día siguiente de vuestra llegada, aunque reconoció haber quedado muy impresionado con ella.
El semblante de Bella se tornó serió, con un deje de decepción.
-Pero no hace falta que lo reconozca a viva voz frente a mí -añadió Edward. -Lo conozco lo suficiente para asegurarlo, además de saber que no se lo ha confesado a ella por miedo a que lo rechace.
-Eso mismo le dije yo a Alice -afirmó Bella sorprendida, aún más convencida de las suposiciones Edward. -Ella tampoco se atreve a admitirlo por el temor de la decepción. Alice había depositado muy pocas esperanzas en cuanto a este matrimonio y no quiere convencerse todavía de que estaba equivocada.
-¿Lo ves como son un par de tontos? -confirmó Edward. -Me pregunto que tendrá que pasar entre ellos para que al fin se decidan a ser sinceros, primero con ellos mismos y luego el uno con el otro.
-Tienes razón -coincidió Bella.
Tan absortos estaban en su conversación que no advirtieron que habían llegado al comedor hasta que, casi llegando a la mesa, percibieron las miradas llenas de asombro de todos sus familiares, que observaban de que modo tan poco “decorosa” se hallaban entrelazadas sus manos.
-Querido, creo que nuestro hijo tiene algo que decirnos -advirtió Esme con una sonrisa complaciente.
El comentario hizo enrojecer a Bella profundamente y soltó la mano de Edward con rapidez. Edward volvió a tomarla mientras todos, incluido él, reían ante su actitud. Le dio un leve apretón para infundirle confianza y se dirigieron hacia donde estaban sus padres. Ni siquiera habían hablado de ello, pero era absurdo mantenerlo oculto a su familia.
-Papá, mamá, amo a Bella y tengo el firme propósito de hacerla mi esposa -les anunció con seriedad. -Ella me ha aceptado, así que espero contar con vuestro consentimiento para pedirle al Rey Charles la mano de su hija en matrimonio.
-Claro que sí -respondió rápidamente Esme con una gran sonrisa y su voz impregnada de emoción.
-Creo que si me niego podrías heredar el trono de inmediato, tu madre es capaz de asesinarme si me opongo -bromeó Carlisle al ver lo complacida que se había mostrado su esposa ante tal unión. -Por supuesto que tienes mi apoyo -afirmó finalmente.
-¡Bella! -exclamó Alice aplaudiendo mientras se levantaba y corría hacia su prima. Ambas se fundieron en un abrazo riendo, produciendo con ello las carcajadas de todos los presentes, que también se levantaron para acudir a felicitar a ambos por tan buena noticia.
-Edward, podrías haberte decidido antes y haber hablado con tu futuro suegro hoy mismo -dijo Jasper en tono jocoso cuando ya se hallaban todos sentados. Edward le hizo una mueca en respuesta a su broma.
-No importa, mañana mismo le escribiré una carta -le respondió Bella.
-¿No prefieres que lo haga yo para pedir su consentimiento formalmente? -preguntó Carlisle.
-Si no os importa, quisiera darle yo misma la noticia, Majestad -respondió.
-Bella, ya que vas a casarte con Edward, podemos dejar el protocolo a un lado -concedió Carlisle.
-Esa batalla no será tan fácil de ganar -le aseguró Edward recordando su conversación de momentos antes.
-Que extraño, yo no tuve que insistir mucho -añadió Jasper con gesto despreocupado.
-¿Ah, no? -se sorprendió Edward que miraba de modo inquisitivo a una enrojecida Bella.
-Te recuerdo que soy el estratega de la familia -apuntó Jasper sonriendo con aire de superioridad.
-Pues me gustaría saber que tipo de estrategia usasteis con mi prometida, Majestad -inquirió Edward ofendido. El semblante de Bella ahora se mostraba pálido, no alcanzando a comprender a que se debía el enfrentamiento entre los primos.
-Cuando quieras te puedo...
-¡Basta! ¡Los dos! -les recriminó Rosalie con firmeza. Ambos comenzaron a reír sonoramente. -Tranquila, Bella -se dirigió ahora a ella. -Con el tiempo aprenderás a entender el humor de este par de mentecatos -le explicó mirándolos con desaprobación.
-Discúlpame -le dijo Edward a Bella, a la que ya le había vuelto el color a sus mejillas.
-Sí, por favor, discúlpanos -le pidió Jasper. Ella asintió.
-¿Y dónde vais a celebrar la ceremonia? ¡Tendremos que empezar con los preparativos! -asumió Alice entusiasmada.
-Buenas noches, con permiso -la poderosa voz de Emmett resonó en el comedor. -Quería avisaros de que, si no requerís de mis servicios, me retiraré a mi cuarto -le informó a Jasper.
-¡Emmett, acércate! Edward y Bella se van a casar -exclamó Alice.
-Es una gran noticia -afirmó sonriendo, caminando hacia Bella. -Mi más sincera enhorabuena -le dijo mientras ella acudía a su encuentro abriendo sus brazos.
-Muchas gracias, Emmett -le respondió encerrada entre los fuertes brazos masculinos. En vista de la relación entre Alice y el guardia, a nadie le extrañó que también existiese cierta cordialidad entre ellos.
-Felicitaciones, Alteza -le dijo a Edward, soltando a Bella y extendiendo su mano para saludarlo. Sin embargo, Edward se acercó al guardia y él mismo le dio un abrazo palmeando su espalda. Emmett, sorprendido por tal afable reacción respondió de igual forma, viendo como Alice le sonreía ampliamente. Que los demás empezaran a tratarlo con cierta afectuosidad la llenaba de alegría.
-¡Tengo una idea! -anunció Jasper -Imagino que mañana estas damas andarán muy ocupadas haciendo planes para la boda -supuso. -¿Qué tal si nosotros ocupamos nuestro tiempo yendo de caza? Los habitantes del bosque ya han disfrutado de una larga tregua.
-Me parece excelente -acordó Carlisle, a lo que Edward asintió con la cabeza.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-Perfecto -concluyó Jasper. -¿Te unes a nosotros? -le dijo a Emmett que se mostró desconcertado ante tal invitación.
-Sería un honor, Majestad -titubeó.
-Creo que tendrá que ser en otra ocasión, muchacho.
Aquel tono tan mordaz no podría ser de nadie más aparte de Rosalie. Nadie disimuló la perplejidad con la que escucharon tal aserción.
-Dama parece tener algún problema en una de sus patas porque se agita cuando la hago trotar. Quiero que mañana mismo le revises sus herrajes y te asegures de que no tiene ninguna lesión -sentenció en su acostumbrado tono altanero y sin mirarlo, tal y como solía hacer.
-Rosalie, déjame aclararte que Emmett no está aquí en carácter de yegüerizo -la reprendió Jasper. Sin embargo, Emmett agitó una de sus manos restándole importancia.
-Como deseéis -le dijo inclinándose. -Ahora, me retiro. Buenas noches.
Y dicho esto salió del comedor a pasos apresurados. Sabía que un intento por parte de la princesa para tomarse la revancha por lo que había sucedido en el torneo no tardaría en llegar, así que no le había sorprendido que hubiera aprovechado la oportunidad. Por otra parte, eso significaba que ella aceptaba su desafío. Bien, de ese modo no se arrepentiría de llegar hasta las últimas consecuencias.
A la mañana siguiente decidió acudir a su cotidiana cita matutina con aquel lago que se había convertido en su predilección. El sol veraniego ya había empezado a distanciarse del horizonte cuando decidió volver al castillo, ciertamente más tarde que de costumbre.
Como había supuesto, Rosalie ya estaba esperándolo en las caballerizas; vislumbró su tentadora silueta femenina cerca de su yegua cuando entraba en la cuadra a lomos de Goliath.
-Tranquila Dama, verás que te recuperarás pronto -la oyó decir en tono tan dulce que le habría costado asegurar que era Rosalie.
-No conocía esa faceta tan afable en vos -se mofó Emmett mientras bajaba de su caballo. -Estoy realmente sorprendido.
-No preciso mostrarla con simples como tú -le espetó.
-Así que nos hemos levantado guerreros esta mañana -le dijo Emmett retirando la montura a Goliath.
-No más que otros días -le aclaró.
-Entonces ese atisbo de dulzura que acabo de presenciar no ha sido más que un espejismo, por lo que veo -murmuró con falsa aflicción. -Sin embargo, no os mostrabais tan lacerante con vuestro duque, aunque ha debido conocer vuestra verdadera naturaleza finalmente, en vista de su pronta partida -le sugirió con el sarcasmo desbordando sus palabras.
-Como me comporte con el resto del mundo no es asunto de tu incumbencia -le reprochó duramente -y si tuvieras un mínimo de decencia no te atreverías a nombrar al duque después de tu actitud, que estoy segura ha sido lo que ha apresurado su marcha.
-Así que es ese el motivo de que me obsequiéis con tal dosis de veneno -se rió Emmett mientras negaba con la cabeza, acercándose lentamente a ella -¿Es así como agradecéis el favor que os he hecho al despacharlo por vos?
-No entiendo a que tipo de favor te refieres -le dijo con la respiración cada vez más agitada por la rabia que estaba empezando a invadirla. Ese guardia insolente conseguía con demasiada facilidad alterar su firmeza y su entereza, pero estaba muy equivocado si pensaba amedrentarla, ella no se acobardaba tan fácilmente y menos con sus zafias insinuaciones.
-Por favor, Alteza, vos aspirareis a algo más que a un presumido duque empolvado -sonrió malicioso.
-¿Cómo qué, según tú? -le dijo alzando su barbilla desafiante a pesar de que la cercanía de Emmett y su masculinidad se mostraban casi de modo amenazante para su serenidad.
-Ese mequetrefe no es digno de una mujer como vos -le aseguró.
-¿Quién entonces? ¿Tal vez un príncipe o un rey? -preguntó con su orgullo femenino reflejado en sus ojos.
-No, cualquiera, siempre y cuando sepa trataros como os merecéis -respondió con ironía. Rosalie enrojeció de ira al comprender la intención oculta en tal afirmación, que trataba de aplastar así su vanidad de mujer al sugerir que cualquiera podría tenerla.
-¿Incluso un patán como tú? -escupió esas palabras en su cara.
Emmett se acercó más a ella con sus facciones endurecidas, haciéndola retroceder, hasta que Rosalie notó en su espalda la tibia madera del paredón de la cuadra, quedando atrapada entre ella y el cuerpo del guardia, que, sin ni siquiera tocarla lograba hacerla estremecer. A pesar de eso, intentó mantenerse firme sobre sus temblorosas piernas. No deseaba escapar, sin lugar a dudas intentaba intimidarla pero no iba a amilanarse por nada del mundo, no flaquearía ante sus provocaciones.
Emmett, por su parte, tampoco pensaba retirarse. Apoyó sus manos sobre las tablas, a ambos lados de la cabeza de Rosalie, inclinándose sobre ella, acercando de forma peligrosa su rostro al de la muchacha.
-Puedo ser un guardia, un mozo de cuadras o un patán, pero soy un hombre, no lo olvidéis -sentenció mirándola fijamente a los ojos que ardían altivos mientras sus labios seguían aproximándose.
Sabía que tanta soberbia era pura fachada, sentía su agitada respiración golpeando su rostro, sus trémulos labios rojos que se mostraban entreabiertos, como una clara invitación a perderse en la más completa locura a la que sería verdaderamente fácil entregarse.
-¿Vas a acabar ahora lo que no te atreviste a hacer aquel día? -le dijo provocándolo. Emmett sonrió satisfecho, sin duda la suya iba a ser una lucha sin cuartel.
-Si es lo que deseáis no tenéis más que pedirlo -susurró sobre sus labios.
-Jamás -murmuró, temiendo que le fallase la voz.
-Nunca digáis de este agua no beberé, pues el camino es muy largo y os puede dar sed -declaró Emmett.
-Aléjate de mí -le ordenó secamente tratando de dominar sus sentidos.
-Como deseéis -respondió obedeciendo con una amplia sonrisa vestida de ironía. Tomó las bridas de Goliath y empezó a tirar de él para llevarlo hacia su cubil.
-Goliath, será mejor que no te acerques a ciertas “damas” -le dijo a su caballo que parecía mostrarse reticente a alejarse de la joven yegua. Se preguntaba si ella también llevaría a su caballo a la perdición igual que pretendía hacerlo con él su dueña, que ahora se apresuraba por escapar de aquel establo como alma que lleva el diablo.
Cuando Rosalie llegó a la sala que se estaba acondicionando para ser la escuela, estaba tan agitada que las muchachas se alarmaron.
-Rosalie ¿estás bien? Pareces alterada -exclamó Alice desde uno de los rincones de la habitación donde daba instrucciones a las doncellas para colocar los pupitres correctamente.
-No, es sólo este calor -mintió. -Aún no es mediodía pero este sol arde más que el mismo infierno.
-¿De dónde vienes? -cuestionó Bella sin apenas levantar la vista del pliego en el que estaba escribiendo
-Del establo. ¿Qué estás escribiendo? -respondió cambiando de tema, intentando no recordar lo que acababa de suceder en aquellas caballerizas.
-Un carta para mi padre -le informó con cierta ansiedad en su voz.
-Alteza, vuestro padre no tiene motivos para negarse a vuestro compromiso con el Príncipe Edward -la animó Angela, una de las pocas doncellas que Bella había encontrado en el castillo que supiera leer y escribir y que se había mostrado muy entusiasmada con ayudarla en su tarea.
-Angela tiene razón, Bella. Tu padre os dará su bendición. Parece que tiene en gran estima al Rey Carlisle -añadió Alice acercándose a ella. Bella se limitó a suspirar, sin alzar su mirada.
-Pensándolo bien, os comprendo. Es inevitable preocuparse cuando está en juego la felicidad junto al ser amado -concluyó Angela.
-¿Tú también estás comprometida? -le preguntó Bella.
-En realidad no -contestó bajando su rostro sonrojada.
-Pero estás enamorada -supuso Alice, a lo que Angela asintió.
-¿Quién es? -preguntó Alice con curiosidad.
-Se llama Benjamin y pertenece a la guardia -les contó mientras colocaba algunos libros en un estante. -Emmett le encomendó una misión fuera del Reino, así que no sé cuando lo volveré a ver.
-Parece que su afición favorita es espantar y mandar lejos a los hombres que nos rodean -se quejó Rosalie.
-¿Lo dices por el Duque James? -le preguntó Bella -¿Pasó algo entre vosotros?
-¡Claro que no! -exclamó Rosalie. -Pero su compañía era agradable. Lástima que se marchara tan pronto.
-Yo en cierto modo me alegro de que Benjamin esté lejos -admitió Angela, sorprendiendo a las otras tres muchachas. -No me malinterpretéis, estoy muy segura de mis sentimientos por él -se apresuró a aclararles -pero de lo que no estoy segura es de los suyos. Creo que ni él mismo lo está. Y quizás si se aleja por un tiempo, al menos me eche de menos -añadió la joven con cierta tristeza en su voz.
-¿Por qué el amor es tan complicado? -suspiró Alice con melancolía.
§ ~ * ~ §
-Es una pena que tu padre se haya perdido tan buena jornada de caza -se lamentó Jasper.
-Ciertamente, habría disfrutado mucho. Tus flechas siguen siendo infalibles -admitió Edward. Jasper asintió complacido.
-Pero anteponer su vocación a lo demás es loable -acordó su primo.
-Para mi padre no hay diferencia entre un noble o un campesino, es simplemente un enfermo al que atender.
-Y más si es un niño con una pierna rota -añadió Jasper.
-Seguro que se presenta otra ocasión -concluyó Edward -y quizás también nos pueda acompañar Emmett.
-¿Tú también estás simpatizando con él? -le preguntó, viendo que no era el único que parecía confraternizar con el guardia.
-Sí, creo que su actuación en el torneo, lejos de importunarnos nos complació a todos -le confirmó. -A excepción, claro está, de tu hermana Rosalie.
Jasper soltó una carcajada.
-En efecto, y por eso ha intentado castigarle mandándolo a los establos -le recordó.
-Aunque a él no pareció afectarle mucho -puntualizó Edward.
-No, creo que le afectó más a Alice que a él -murmuró Jasper.
-Es que no eres capaz de ocultarlo -le aseguró su primo con una sonrisa pícara.
-¿El qué? -preguntó sin comprender.
-Vamos, si hasta la expresión de tu cara se suaviza cuando la nombras -se mofó. ¿Vas a negar que la amas?
Su primo no respondió, sólo suspiró dubitativo.
-¡Jasper! ¿Por qué te muestras tan esquivo cuando se trata de lo evidente? -le reprochó.
-Sería un honor, Majestad -titubeó.
-Creo que tendrá que ser en otra ocasión, muchacho.
Aquel tono tan mordaz no podría ser de nadie más aparte de Rosalie. Nadie disimuló la perplejidad con la que escucharon tal aserción.
-Dama parece tener algún problema en una de sus patas porque se agita cuando la hago trotar. Quiero que mañana mismo le revises sus herrajes y te asegures de que no tiene ninguna lesión -sentenció en su acostumbrado tono altanero y sin mirarlo, tal y como solía hacer.
-Rosalie, déjame aclararte que Emmett no está aquí en carácter de yegüerizo -la reprendió Jasper. Sin embargo, Emmett agitó una de sus manos restándole importancia.
-Como deseéis -le dijo inclinándose. -Ahora, me retiro. Buenas noches.
Y dicho esto salió del comedor a pasos apresurados. Sabía que un intento por parte de la princesa para tomarse la revancha por lo que había sucedido en el torneo no tardaría en llegar, así que no le había sorprendido que hubiera aprovechado la oportunidad. Por otra parte, eso significaba que ella aceptaba su desafío. Bien, de ese modo no se arrepentiría de llegar hasta las últimas consecuencias.
A la mañana siguiente decidió acudir a su cotidiana cita matutina con aquel lago que se había convertido en su predilección. El sol veraniego ya había empezado a distanciarse del horizonte cuando decidió volver al castillo, ciertamente más tarde que de costumbre.
Como había supuesto, Rosalie ya estaba esperándolo en las caballerizas; vislumbró su tentadora silueta femenina cerca de su yegua cuando entraba en la cuadra a lomos de Goliath.
-Tranquila Dama, verás que te recuperarás pronto -la oyó decir en tono tan dulce que le habría costado asegurar que era Rosalie.
-No conocía esa faceta tan afable en vos -se mofó Emmett mientras bajaba de su caballo. -Estoy realmente sorprendido.
-No preciso mostrarla con simples como tú -le espetó.
-Así que nos hemos levantado guerreros esta mañana -le dijo Emmett retirando la montura a Goliath.
-No más que otros días -le aclaró.
-Entonces ese atisbo de dulzura que acabo de presenciar no ha sido más que un espejismo, por lo que veo -murmuró con falsa aflicción. -Sin embargo, no os mostrabais tan lacerante con vuestro duque, aunque ha debido conocer vuestra verdadera naturaleza finalmente, en vista de su pronta partida -le sugirió con el sarcasmo desbordando sus palabras.
-Como me comporte con el resto del mundo no es asunto de tu incumbencia -le reprochó duramente -y si tuvieras un mínimo de decencia no te atreverías a nombrar al duque después de tu actitud, que estoy segura ha sido lo que ha apresurado su marcha.
-Así que es ese el motivo de que me obsequiéis con tal dosis de veneno -se rió Emmett mientras negaba con la cabeza, acercándose lentamente a ella -¿Es así como agradecéis el favor que os he hecho al despacharlo por vos?
-No entiendo a que tipo de favor te refieres -le dijo con la respiración cada vez más agitada por la rabia que estaba empezando a invadirla. Ese guardia insolente conseguía con demasiada facilidad alterar su firmeza y su entereza, pero estaba muy equivocado si pensaba amedrentarla, ella no se acobardaba tan fácilmente y menos con sus zafias insinuaciones.
-Por favor, Alteza, vos aspirareis a algo más que a un presumido duque empolvado -sonrió malicioso.
-¿Cómo qué, según tú? -le dijo alzando su barbilla desafiante a pesar de que la cercanía de Emmett y su masculinidad se mostraban casi de modo amenazante para su serenidad.
-Ese mequetrefe no es digno de una mujer como vos -le aseguró.
-¿Quién entonces? ¿Tal vez un príncipe o un rey? -preguntó con su orgullo femenino reflejado en sus ojos.
-No, cualquiera, siempre y cuando sepa trataros como os merecéis -respondió con ironía. Rosalie enrojeció de ira al comprender la intención oculta en tal afirmación, que trataba de aplastar así su vanidad de mujer al sugerir que cualquiera podría tenerla.
-¿Incluso un patán como tú? -escupió esas palabras en su cara.
Emmett se acercó más a ella con sus facciones endurecidas, haciéndola retroceder, hasta que Rosalie notó en su espalda la tibia madera del paredón de la cuadra, quedando atrapada entre ella y el cuerpo del guardia, que, sin ni siquiera tocarla lograba hacerla estremecer. A pesar de eso, intentó mantenerse firme sobre sus temblorosas piernas. No deseaba escapar, sin lugar a dudas intentaba intimidarla pero no iba a amilanarse por nada del mundo, no flaquearía ante sus provocaciones.
Emmett, por su parte, tampoco pensaba retirarse. Apoyó sus manos sobre las tablas, a ambos lados de la cabeza de Rosalie, inclinándose sobre ella, acercando de forma peligrosa su rostro al de la muchacha.
-Puedo ser un guardia, un mozo de cuadras o un patán, pero soy un hombre, no lo olvidéis -sentenció mirándola fijamente a los ojos que ardían altivos mientras sus labios seguían aproximándose.
Sabía que tanta soberbia era pura fachada, sentía su agitada respiración golpeando su rostro, sus trémulos labios rojos que se mostraban entreabiertos, como una clara invitación a perderse en la más completa locura a la que sería verdaderamente fácil entregarse.
-¿Vas a acabar ahora lo que no te atreviste a hacer aquel día? -le dijo provocándolo. Emmett sonrió satisfecho, sin duda la suya iba a ser una lucha sin cuartel.
-Si es lo que deseáis no tenéis más que pedirlo -susurró sobre sus labios.
-Jamás -murmuró, temiendo que le fallase la voz.
-Nunca digáis de este agua no beberé, pues el camino es muy largo y os puede dar sed -declaró Emmett.
-Aléjate de mí -le ordenó secamente tratando de dominar sus sentidos.
-Como deseéis -respondió obedeciendo con una amplia sonrisa vestida de ironía. Tomó las bridas de Goliath y empezó a tirar de él para llevarlo hacia su cubil.
-Goliath, será mejor que no te acerques a ciertas “damas” -le dijo a su caballo que parecía mostrarse reticente a alejarse de la joven yegua. Se preguntaba si ella también llevaría a su caballo a la perdición igual que pretendía hacerlo con él su dueña, que ahora se apresuraba por escapar de aquel establo como alma que lleva el diablo.
Cuando Rosalie llegó a la sala que se estaba acondicionando para ser la escuela, estaba tan agitada que las muchachas se alarmaron.
-Rosalie ¿estás bien? Pareces alterada -exclamó Alice desde uno de los rincones de la habitación donde daba instrucciones a las doncellas para colocar los pupitres correctamente.
-No, es sólo este calor -mintió. -Aún no es mediodía pero este sol arde más que el mismo infierno.
-¿De dónde vienes? -cuestionó Bella sin apenas levantar la vista del pliego en el que estaba escribiendo
-Del establo. ¿Qué estás escribiendo? -respondió cambiando de tema, intentando no recordar lo que acababa de suceder en aquellas caballerizas.
-Un carta para mi padre -le informó con cierta ansiedad en su voz.
-Alteza, vuestro padre no tiene motivos para negarse a vuestro compromiso con el Príncipe Edward -la animó Angela, una de las pocas doncellas que Bella había encontrado en el castillo que supiera leer y escribir y que se había mostrado muy entusiasmada con ayudarla en su tarea.
-Angela tiene razón, Bella. Tu padre os dará su bendición. Parece que tiene en gran estima al Rey Carlisle -añadió Alice acercándose a ella. Bella se limitó a suspirar, sin alzar su mirada.
-Pensándolo bien, os comprendo. Es inevitable preocuparse cuando está en juego la felicidad junto al ser amado -concluyó Angela.
-¿Tú también estás comprometida? -le preguntó Bella.
-En realidad no -contestó bajando su rostro sonrojada.
-Pero estás enamorada -supuso Alice, a lo que Angela asintió.
-¿Quién es? -preguntó Alice con curiosidad.
-Se llama Benjamin y pertenece a la guardia -les contó mientras colocaba algunos libros en un estante. -Emmett le encomendó una misión fuera del Reino, así que no sé cuando lo volveré a ver.
-Parece que su afición favorita es espantar y mandar lejos a los hombres que nos rodean -se quejó Rosalie.
-¿Lo dices por el Duque James? -le preguntó Bella -¿Pasó algo entre vosotros?
-¡Claro que no! -exclamó Rosalie. -Pero su compañía era agradable. Lástima que se marchara tan pronto.
-Yo en cierto modo me alegro de que Benjamin esté lejos -admitió Angela, sorprendiendo a las otras tres muchachas. -No me malinterpretéis, estoy muy segura de mis sentimientos por él -se apresuró a aclararles -pero de lo que no estoy segura es de los suyos. Creo que ni él mismo lo está. Y quizás si se aleja por un tiempo, al menos me eche de menos -añadió la joven con cierta tristeza en su voz.
-¿Por qué el amor es tan complicado? -suspiró Alice con melancolía.
§ ~ * ~ §
-Es una pena que tu padre se haya perdido tan buena jornada de caza -se lamentó Jasper.
-Ciertamente, habría disfrutado mucho. Tus flechas siguen siendo infalibles -admitió Edward. Jasper asintió complacido.
-Pero anteponer su vocación a lo demás es loable -acordó su primo.
-Para mi padre no hay diferencia entre un noble o un campesino, es simplemente un enfermo al que atender.
-Y más si es un niño con una pierna rota -añadió Jasper.
-Seguro que se presenta otra ocasión -concluyó Edward -y quizás también nos pueda acompañar Emmett.
-¿Tú también estás simpatizando con él? -le preguntó, viendo que no era el único que parecía confraternizar con el guardia.
-Sí, creo que su actuación en el torneo, lejos de importunarnos nos complació a todos -le confirmó. -A excepción, claro está, de tu hermana Rosalie.
Jasper soltó una carcajada.
-En efecto, y por eso ha intentado castigarle mandándolo a los establos -le recordó.
-Aunque a él no pareció afectarle mucho -puntualizó Edward.
-No, creo que le afectó más a Alice que a él -murmuró Jasper.
-Es que no eres capaz de ocultarlo -le aseguró su primo con una sonrisa pícara.
-¿El qué? -preguntó sin comprender.
-Vamos, si hasta la expresión de tu cara se suaviza cuando la nombras -se mofó. ¿Vas a negar que la amas?
Su primo no respondió, sólo suspiró dubitativo.
-¡Jasper! ¿Por qué te muestras tan esquivo cuando se trata de lo evidente? -le reprochó.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-No soy esquivo, sólo cauteloso -le corrigió.
-Sí, tal vez demasiado -concordó Edward. Jasper le hizo una mueca de desaprobación -Primo, ya te dije que el amor no obedece estrategias ni entiende de planificaciones, hay que dejarse llevar.
-¿Eso es lo que hiciste tú con Bella? -insinuó Jasper.
-En efecto -admitió sonriendo. -Y si no, júzgalo por ti mismo -le pidió, pasando a narrarle como había acontecido el momento más dichoso, hasta el momento, de su vida.
§ ~ * ~ §
-¿Y cómo está el pequeño, querido? -se interesó Esme. Toda la familia se hallaba sentada a la mesa, esperando que les sirvieran la cena.
-Por suerte ha sido una fractura limpia, ha bastado con entablillar su pierna -le informó Carlisle. -Sin embargo es dolorosa, así que le he entregado a su madre algunos extractos que podrá mezclar con los alimentos para paliar el dolor.
-¿Y cuánto tiempo pasará hasta que pueda caminar? -preguntó Bella -Mañana comenzamos las clases y me preocupa que no pueda asistir.
-Pues varias semanas, me temo.
-Pero no hay problema, Bella -le dijo Alice. -Alguno de sus padres puede traerlo y si no les es posible a causa del trabajo podemos mandar a alguno de los muchachos a por él.
-Es una gran idea -concordó Jasper sonriendo a su esposa.
Ella le respondió de igual modo cuando por la puerta del comedor vio aparecer a Emmett.
-Hola Emmett -le saludó Alice alegremente -No te he visto en todo el día.
-Él también parece impaciente por verte. No ha sido capaz de asearse para presentarse ante nosotros -le acusó Rosalie en su ya conocido tono altivo.
En ese momento, antes de que pudiera responder apareció Charlotte portando una bandeja con los faisanes que Jasper y Edward habían cazado aquel mismo día. La situó en el centro de la mesa y, antes de volver a la cocina se detuvo ante el guardia.
-¿Dónde te has metido, Emmett? -murmuró tratando de que no la escucharan, aunque sin conseguirlo -No has acudido a comer ni tampoco a cenar. Has de estar famélico. Ven a la cocina y te serviré algo de cena -le dijo mientras se disponía a salir.
-Gracias, Charlotte. Iré enseguida -respondió mirando de reojo a Rosalie que se mordía el labio inferior al comprender que Emmett había estado hasta entonces ocupándose de su yegua.
-¿Eran ciertas tus sospechas? -quiso saber Carlisle.
-Sí, Majestad -le confirmó. -El color en el borde del casco no daba lugar a dudas.
El gesto serio de ambos hombres le hizo presagiar a Rosalie que algo grave le sucedía a la yegua.
-¿Qué le pasa a Dama? -preguntó mirando a ambos.
-Infosura -concluyó Carlisle.
-¿Qué es eso? -se alarmó Rosalie.
-Emmett, por favor -le indicó Carlisle para que le diera las explicaciones pertinentes. Emmett asintió.
-La infosura es una afección en el interior de los cascos de los caballos que resulta bastante dolorosa, Alteza -le informó. -Es por eso que Dama se quejaba al trotar. Posiblemente, en un par de días, no habría sido capaz de mantenerse en pié.
El rostro de Rosalie palideció ante tal noticia.
-¿Se puede tratar? -le preguntó Jasper, en vista de que su hermana parecía haber enmudecido.
-Sí, Majestad. De hecho me he tomado la libertad de darle a los mozos las indicaciones para su correcto tratamiento y cuales han de ser sus cuidados a partir de ahora, hasta su total recuperación que, desafortunadamente, puede tardar meses.
-¿Y cuáles son esos cuidades? -la preocupación en Rosalie era más que evidente.
-Le dí al herrero instrucciones precisas para forjar unas herraduras especiales con las que se la deberá herrar, aunque deberéis absteneros de montarla en una larga temporada.
Aquello sonó casi como una orden, y, seguramente, Rosalie le habría increpado si se hubiesen encontrado bajo otras circunstancias, pero no tuvo más remedio que morderse la lengua.
-Ya se ha dispuesto una cama de arena en su cubil, que resulta lo mejor para este tipo de casos y he prohibido a los mozos que incluyan cebada en su dieta y que la sustituyan por avena, además de que controlen su dosis que parece ser que ha sido muy alta últimamente, causándole así esta dolencia -le explicó con voz firme y segura. -Le he añadido en su pileta de agua el extracto de corteza de sauce que me ha facilitado Su Majestad -añadió. -Con eso espero controlar el dolor y confío en que mañana se encuentre mejor.
El silencio que se dio en ese instante en el comedor era aplastante, en una mezcla de asombro y admiración por el empeño que había puesto Emmett en aquella yegua y con tanta capacidad y maestría. Incluso Alice se hallaba sin palabras y, a su vez, llena de orgullo por su querido amigo.
Rosalie por su parte se hundía en la confusión. Por un lado, aquel guardia se había esforzado por curar a Dama con ahínco, sin importarle la forma tan despectiva con la que ella lo había estado tratando desde que había llegado al castillo. Pero, por otro lado, le molestaba el tener que tragarse su orgullo y admitir que había hecho un buen trabajo, del que, además, debía estar agradecida.
En efecto, toda su familia la miraba expectante, de forma casi acusadora, esperando una muestra de gratitud, por mínima que fuera. Así que Rosalie, hizo gala de toda su entereza.
-No sé como agradecerte lo que has hecho por Dama -titubeó, casi sin ser capaz de mirarlo.
-No es necesario que me lo agradezcáis, Alteza -le dijo. -Bastará con que me deis permiso para retirarme y así podré asearme antes de comer algo -añadió Emmett, con el tono de su voz lo más plano posible. No hacía falta el sarcasmo o la ironía para dar a notar ante su familia lo reprobable y soez de su comentario al verlo entrar al comedor.
Rosalie se sonrojó abochornada mientras Emmett se tensaba firmemente en espera de su orden, acrecentando así su vergüenza.
-Retírate -susurró cabizbaja, no siendo capaz de controlar el timbre de su voz.
-Como deseéis -se inclinó Emmett. Y sin más, se marchó.
-Sí, tal vez demasiado -concordó Edward. Jasper le hizo una mueca de desaprobación -Primo, ya te dije que el amor no obedece estrategias ni entiende de planificaciones, hay que dejarse llevar.
-¿Eso es lo que hiciste tú con Bella? -insinuó Jasper.
-En efecto -admitió sonriendo. -Y si no, júzgalo por ti mismo -le pidió, pasando a narrarle como había acontecido el momento más dichoso, hasta el momento, de su vida.
§ ~ * ~ §
-¿Y cómo está el pequeño, querido? -se interesó Esme. Toda la familia se hallaba sentada a la mesa, esperando que les sirvieran la cena.
-Por suerte ha sido una fractura limpia, ha bastado con entablillar su pierna -le informó Carlisle. -Sin embargo es dolorosa, así que le he entregado a su madre algunos extractos que podrá mezclar con los alimentos para paliar el dolor.
-¿Y cuánto tiempo pasará hasta que pueda caminar? -preguntó Bella -Mañana comenzamos las clases y me preocupa que no pueda asistir.
-Pues varias semanas, me temo.
-Pero no hay problema, Bella -le dijo Alice. -Alguno de sus padres puede traerlo y si no les es posible a causa del trabajo podemos mandar a alguno de los muchachos a por él.
-Es una gran idea -concordó Jasper sonriendo a su esposa.
Ella le respondió de igual modo cuando por la puerta del comedor vio aparecer a Emmett.
-Hola Emmett -le saludó Alice alegremente -No te he visto en todo el día.
-Él también parece impaciente por verte. No ha sido capaz de asearse para presentarse ante nosotros -le acusó Rosalie en su ya conocido tono altivo.
En ese momento, antes de que pudiera responder apareció Charlotte portando una bandeja con los faisanes que Jasper y Edward habían cazado aquel mismo día. La situó en el centro de la mesa y, antes de volver a la cocina se detuvo ante el guardia.
-¿Dónde te has metido, Emmett? -murmuró tratando de que no la escucharan, aunque sin conseguirlo -No has acudido a comer ni tampoco a cenar. Has de estar famélico. Ven a la cocina y te serviré algo de cena -le dijo mientras se disponía a salir.
-Gracias, Charlotte. Iré enseguida -respondió mirando de reojo a Rosalie que se mordía el labio inferior al comprender que Emmett había estado hasta entonces ocupándose de su yegua.
-¿Eran ciertas tus sospechas? -quiso saber Carlisle.
-Sí, Majestad -le confirmó. -El color en el borde del casco no daba lugar a dudas.
El gesto serio de ambos hombres le hizo presagiar a Rosalie que algo grave le sucedía a la yegua.
-¿Qué le pasa a Dama? -preguntó mirando a ambos.
-Infosura -concluyó Carlisle.
-¿Qué es eso? -se alarmó Rosalie.
-Emmett, por favor -le indicó Carlisle para que le diera las explicaciones pertinentes. Emmett asintió.
-La infosura es una afección en el interior de los cascos de los caballos que resulta bastante dolorosa, Alteza -le informó. -Es por eso que Dama se quejaba al trotar. Posiblemente, en un par de días, no habría sido capaz de mantenerse en pié.
El rostro de Rosalie palideció ante tal noticia.
-¿Se puede tratar? -le preguntó Jasper, en vista de que su hermana parecía haber enmudecido.
-Sí, Majestad. De hecho me he tomado la libertad de darle a los mozos las indicaciones para su correcto tratamiento y cuales han de ser sus cuidados a partir de ahora, hasta su total recuperación que, desafortunadamente, puede tardar meses.
-¿Y cuáles son esos cuidades? -la preocupación en Rosalie era más que evidente.
-Le dí al herrero instrucciones precisas para forjar unas herraduras especiales con las que se la deberá herrar, aunque deberéis absteneros de montarla en una larga temporada.
Aquello sonó casi como una orden, y, seguramente, Rosalie le habría increpado si se hubiesen encontrado bajo otras circunstancias, pero no tuvo más remedio que morderse la lengua.
-Ya se ha dispuesto una cama de arena en su cubil, que resulta lo mejor para este tipo de casos y he prohibido a los mozos que incluyan cebada en su dieta y que la sustituyan por avena, además de que controlen su dosis que parece ser que ha sido muy alta últimamente, causándole así esta dolencia -le explicó con voz firme y segura. -Le he añadido en su pileta de agua el extracto de corteza de sauce que me ha facilitado Su Majestad -añadió. -Con eso espero controlar el dolor y confío en que mañana se encuentre mejor.
El silencio que se dio en ese instante en el comedor era aplastante, en una mezcla de asombro y admiración por el empeño que había puesto Emmett en aquella yegua y con tanta capacidad y maestría. Incluso Alice se hallaba sin palabras y, a su vez, llena de orgullo por su querido amigo.
Rosalie por su parte se hundía en la confusión. Por un lado, aquel guardia se había esforzado por curar a Dama con ahínco, sin importarle la forma tan despectiva con la que ella lo había estado tratando desde que había llegado al castillo. Pero, por otro lado, le molestaba el tener que tragarse su orgullo y admitir que había hecho un buen trabajo, del que, además, debía estar agradecida.
En efecto, toda su familia la miraba expectante, de forma casi acusadora, esperando una muestra de gratitud, por mínima que fuera. Así que Rosalie, hizo gala de toda su entereza.
-No sé como agradecerte lo que has hecho por Dama -titubeó, casi sin ser capaz de mirarlo.
-No es necesario que me lo agradezcáis, Alteza -le dijo. -Bastará con que me deis permiso para retirarme y así podré asearme antes de comer algo -añadió Emmett, con el tono de su voz lo más plano posible. No hacía falta el sarcasmo o la ironía para dar a notar ante su familia lo reprobable y soez de su comentario al verlo entrar al comedor.
Rosalie se sonrojó abochornada mientras Emmett se tensaba firmemente en espera de su orden, acrecentando así su vergüenza.
-Retírate -susurró cabizbaja, no siendo capaz de controlar el timbre de su voz.
-Como deseéis -se inclinó Emmett. Y sin más, se marchó.
Re: "Mi corazon en tus manos"
CAPITULO 11
Aquellos pasos siguen sonando tras de mí, torturándome. Por más que corro para alejarme, no consigo deshacerme de ellos. Alzo mi vestido para evitar tropezarme y bajo los pequeños escalones que dan al patio cercano al jardín, dirigiéndome hacia él. Sin embargo, esa presencia sigue persiguiéndome como si fuera parte de mi destino, como si no importase lo que yo haga... tarde o temprano tendré que abandonarme a él.
Por un momento, mi mente hace acopio de un atisbo de lucidez y, aun sin parar de correr, me pregunto porque huyo. Se supone que mi posición me protege, se supone que su estatus no le permite ni siquiera pensarlo, se supone que bastaría con ponerlo en su lugar. Sería tan fácil escudarme ante la nobleza de mi cuna para rechazar a alguien como él pero... ¿por qué no lo hago entonces?
Es ahí donde, de súbito, se presenta ante mis ojos la certeza, la realidad, la verdad... no huyo de él, no huyo del ardor de sus ojos, ni del sonido de su voz que trata de hechizar mis sentidos, ni del tacto de sus manos que amenaza con marcar mi piel a fuego dejando su marca para siempre grabada en ella.... no... huyo de mí, de mi falta de voluntad, de no distinguir lo que está bien de lo que está mal, de la ausencia de temor a lo no permitido, a lo no establecido y lo peor, huyo de mis propios deseos, de mis anhelos...
Sigo corriendo con todas mis fuerzas, he de escapar, no puedo dejarme vencer ni rendirme, pero siento que con cada paso me debilito más y más. El no saber hacia donde debo ir, cual es mi vía de escape hace que la desazón me invada y me abandonen las ganas de luchar. Si al menos él cejase en su empeño por martirizarme, si dejase de atormentarme, de turbarme... sigo escuchando sus pasos cada vez más cerca y veo ante mí el momento de mi perdición.
Siento que su mano se aferra a mi muñeca, obligándome a detenerme. Toma mi hombro y hace que mi cuerpo gire ante él y, sin que yo pueda hacer nada por impedirlo, su mirada de fuego se funde con la mía. En un último intento para evitar lo inevitable poso mi mano sobre su pecho, tratando de alejarlo pero ni eso, ni mi mirada suplicante lo hacen desistir.
Sus labios apremiantes atrapan los míos, rodeando con su brazo mi cintura y atrayendo mi cuerpo hacia el suyo, moldeándolo, derritiéndolo con su tacto. En ese momento se acaba cualquier lucha, cualquier intención de escapar y me rindo al calor de sus manos, de su aliento, alzando mis brazos y mezclando mis dedos con su pelo negro. Un gemido escapa de su garganta y sus labios varoniles continúan acariciando los míos con exigencia pero con dulzura, la que se siente cuando al final se consigue lo que tanto se ha anhelado. Con su lengua roza suavemente mis labios como demanda y los entreabro para recibirlo, probando por fin la miel de su boca.
Sé que me espera el infierno después de esto, pero poco me importa ya, si he de arder que sea bajo el fuego de sus besos y de su cuerpo...
Rosalie se sentó sobresaltada en su cama, ahogando un grito de espanto, tapando su boca con sus manos. Por un momento perdió la noción del tiempo, sin saber muy bien donde estaba, hasta que poco a poco sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudiendo reconocer al fin su habitación. Su respiración agitada se fue sosegando al sentir la seguridad de su recámara al igual que se iba calmando su desbocado corazón...
De nuevo aquel maldito sueño había acudido esa noche a invadir su mente para manipular su cordura. En un movimiento inconsciente posó sus dedos sobre sus labios y los sintió arder, como si aquella fantasía perversa hubiera rozado la realidad. Y es que parecía tan real. Aún sentía en su boca el sabor de sus labios y su cintura podía rememorar sin error la forma de su cuerpo. De repente, un ápice de rabia la poseyó y golpeó con fuerza su almohada. Aquel guardia petulante la acosaba hasta en sueños, ni siquiera dormida le daba tregua.
Rosalie volvió a tumbarse y la rabia dejó paso a la congoja. Lo peor de todo era esa sensación de pérdida que le quedaba en su alma al despertarse, al darse cuenta de que todo era producto de un malévolo juego de su subconsciente. Sintió, como cada noche, sus brazos y su corazón vacíos, como si nunca más pudiera sentir aquello con otro que no fuera él.
Sacudió su cabeza para disolver aquel pensamiento y, como en su sueño, se propuso huir de aquello que tanto la estaba atormentando. Cerró los ojos haciendo firme intención de dormir o, de al menos, dejar de pensar en él.
Apenas había despuntado el alba cuando se levantó. Finalmente no había conseguido volver a dormir y, a cambio sólo obtuvo una jaqueca. Se vistió rápidamente y bajó al comedor, pero era tan temprano que las doncellas aún no habían preparado la mesa para el desayuno por lo que decidió acudir a la cocina.
-Buenos días, Alteza -la saludó sorprendida Charlotte en cuanto la vio aparecer.
-Buenos días -contestó Rosalie.
-Tenéis mal semblante ¿habéis pasado mala noche? -le preguntó al ver la palidez de su rostro. Rosalie afirmó con la cabeza.
-Permitidme que os prepare una tisana, quizás os alivie -se ofreció. -Podéis sentaros en el comedor y os la llevaré enseguida.
-No -respondió -quisiera salir al patio a tomar algo de aire fresco.
Al cabo de un momento la doncella la alargaba una jarrita con el brebaje humeante.
Gracias - le dijo antes de retirarse.
Rosalie salió por la puerta trasera de la cocina y se dirigió al patio por uno de los corredores exteriores. Iba a cruzar la última de las arcadas de piedra cuando se detuvo súbitamente y se escondió tras una de las pilastras. En mitad del patio vio como se materilizaba el objeto de sus sueños. Emmett se encontraba allí al parecer entrenando, lanzando con afán su espada contra un poste envuelto con sogas de esparto. Pero en verdad no había sido esa imagen la que la había turbado tanto, sino el hecho de que lo estuviera haciendo con el torso descubierto... ¿cómo osaba? ¿cómo se atrevía a obnubilar sus sentidos y su voluntad de tal manera que pareciera que no hubiera visto jamás el torso desnudo de un hombre?
Despacio, asomó un poco la cabeza y alcanzó a observarlo de nuevo. Su espalda surcada por el sudor le hizo recordar aquella vez que lo había visto nadando en el lago, cuando las gotas cristalinas recorrían su cuerpo. Ahora, sin embargo, aquella visión se presentaba ante ella en todo su esplendor. Los músculos de su espalda se marcaban con cada movimiento de su cuerpo, mientras su brazos bien formados golpeaban con fuerza contra la madera. Rosalie se sintió estremecer ante la imagen de aquellos brazos poderosos que le recordaban tanto a los que la habían sostenido con firmeza hacía apenas unas horas en sus sueños.
Emmett levantó la espada sobre su cabeza y comenzó a danzar alrededor de la estaca, como si se estuviera preparando para el ataque de un enemigo. Rosalie pudo apreciar entonces su corpulencia y lo bien contorneado de sus pectorales. Emmett se detuvo entonces y lanzó su espada contra las cuerdas, tensando toda la musculatura de su cuello y sus hombros. Sin duda ese cuerpo parecía esculpido por los mismos dioses y la dureza de sus músculos semejante al pétreo mármol. Fue en el siguiente de sus embates cuando Rosalie se percató de una gran cicatriz que le cruzaba el abdomen, que empezaba en la parte izquierda de las costillas hasta la cadera derecha, perdiéndose por debajo de la cincha del pantalón. Aquello, en vez de restarle belleza a ese cuerpo perfecto le daba un aspecto mucho más varonil. De forma inconsciente se mordió el labio inferior mientras se preguntaba como sería el tacto de aquella linea rosada y como se sentiría bajo sus dedos.
Una mezcla de deseo y desesperación recorrió todo su cuerpo y, aquel vacío que había sentido esa noche tras despertarse de aquella abrumadora ilusión volvió a invadirla. Se sintió impotente al no poder apartar de su mente ni de sus recuerdos aquella boca que la había besado con fervor en su ensoñación ¿cómo sería ser besada por esos labios? ¿sería comparable a su fantasía? Detuvo su mirada sobre ellos y le resultaron tan turbadoramente conocidos...
En ese instante, Emmett alzó la vista y Rosalie rápidamente se ocultó de nuevo tras la pilastra. Escuchó como los pasos del joven se acercaban a ella, así que decidió llevarse la jarra a la boca y beber, tratando con ello de ocultar o, al menos, disimular su azoramiento. Quizás no la hubiera visto y pasara de largo.
Sin embargo, en cuanto Emmett llegó a su altura, se detuvo ante ella. Apoyó la punta de la espada en el suelo y se inclinó, acercando su rostro al de Rosalie.
-Por suerte esta vez no vais a caballo, podríais haberos lastimado de nuevo -le dijo con una mezcla de apatía e indiferencia en su voz.
Dicho esto se apartó de ella. Rosalie no tuvo tiempo ni fuerzas para contestar. Hubiera preferido uno de sus ataques altaneros y soeces a esa frialdad que no sabía porque se le había clavado en el pecho. Un pequeña lágrima recorrió su rostro mientras lo vio alejarse por aquel corredor.
.
§ ~ * ~ §
.
Bella estaba frente al espejo, acabando de acicalar su cabello cuando alguien llamó a la puerta.
-Bella, soy Edward ¿puedo pasar? -se escuchó desde el otro lado.
La muchacha acudió a abrir la puerta. No había terminando de hacerlo cuando, de repente, se vio envuelta entre sus brazos mientras sus labios la besaban con impaciencia.
-Buenos días -dijo al fin, sin separarse de ella.
-Buenos días -respondió ella con la respiración entrecortada.
Aquellos pasos siguen sonando tras de mí, torturándome. Por más que corro para alejarme, no consigo deshacerme de ellos. Alzo mi vestido para evitar tropezarme y bajo los pequeños escalones que dan al patio cercano al jardín, dirigiéndome hacia él. Sin embargo, esa presencia sigue persiguiéndome como si fuera parte de mi destino, como si no importase lo que yo haga... tarde o temprano tendré que abandonarme a él.
Por un momento, mi mente hace acopio de un atisbo de lucidez y, aun sin parar de correr, me pregunto porque huyo. Se supone que mi posición me protege, se supone que su estatus no le permite ni siquiera pensarlo, se supone que bastaría con ponerlo en su lugar. Sería tan fácil escudarme ante la nobleza de mi cuna para rechazar a alguien como él pero... ¿por qué no lo hago entonces?
Es ahí donde, de súbito, se presenta ante mis ojos la certeza, la realidad, la verdad... no huyo de él, no huyo del ardor de sus ojos, ni del sonido de su voz que trata de hechizar mis sentidos, ni del tacto de sus manos que amenaza con marcar mi piel a fuego dejando su marca para siempre grabada en ella.... no... huyo de mí, de mi falta de voluntad, de no distinguir lo que está bien de lo que está mal, de la ausencia de temor a lo no permitido, a lo no establecido y lo peor, huyo de mis propios deseos, de mis anhelos...
Sigo corriendo con todas mis fuerzas, he de escapar, no puedo dejarme vencer ni rendirme, pero siento que con cada paso me debilito más y más. El no saber hacia donde debo ir, cual es mi vía de escape hace que la desazón me invada y me abandonen las ganas de luchar. Si al menos él cejase en su empeño por martirizarme, si dejase de atormentarme, de turbarme... sigo escuchando sus pasos cada vez más cerca y veo ante mí el momento de mi perdición.
Siento que su mano se aferra a mi muñeca, obligándome a detenerme. Toma mi hombro y hace que mi cuerpo gire ante él y, sin que yo pueda hacer nada por impedirlo, su mirada de fuego se funde con la mía. En un último intento para evitar lo inevitable poso mi mano sobre su pecho, tratando de alejarlo pero ni eso, ni mi mirada suplicante lo hacen desistir.
Sus labios apremiantes atrapan los míos, rodeando con su brazo mi cintura y atrayendo mi cuerpo hacia el suyo, moldeándolo, derritiéndolo con su tacto. En ese momento se acaba cualquier lucha, cualquier intención de escapar y me rindo al calor de sus manos, de su aliento, alzando mis brazos y mezclando mis dedos con su pelo negro. Un gemido escapa de su garganta y sus labios varoniles continúan acariciando los míos con exigencia pero con dulzura, la que se siente cuando al final se consigue lo que tanto se ha anhelado. Con su lengua roza suavemente mis labios como demanda y los entreabro para recibirlo, probando por fin la miel de su boca.
Sé que me espera el infierno después de esto, pero poco me importa ya, si he de arder que sea bajo el fuego de sus besos y de su cuerpo...
Rosalie se sentó sobresaltada en su cama, ahogando un grito de espanto, tapando su boca con sus manos. Por un momento perdió la noción del tiempo, sin saber muy bien donde estaba, hasta que poco a poco sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudiendo reconocer al fin su habitación. Su respiración agitada se fue sosegando al sentir la seguridad de su recámara al igual que se iba calmando su desbocado corazón...
De nuevo aquel maldito sueño había acudido esa noche a invadir su mente para manipular su cordura. En un movimiento inconsciente posó sus dedos sobre sus labios y los sintió arder, como si aquella fantasía perversa hubiera rozado la realidad. Y es que parecía tan real. Aún sentía en su boca el sabor de sus labios y su cintura podía rememorar sin error la forma de su cuerpo. De repente, un ápice de rabia la poseyó y golpeó con fuerza su almohada. Aquel guardia petulante la acosaba hasta en sueños, ni siquiera dormida le daba tregua.
Rosalie volvió a tumbarse y la rabia dejó paso a la congoja. Lo peor de todo era esa sensación de pérdida que le quedaba en su alma al despertarse, al darse cuenta de que todo era producto de un malévolo juego de su subconsciente. Sintió, como cada noche, sus brazos y su corazón vacíos, como si nunca más pudiera sentir aquello con otro que no fuera él.
Sacudió su cabeza para disolver aquel pensamiento y, como en su sueño, se propuso huir de aquello que tanto la estaba atormentando. Cerró los ojos haciendo firme intención de dormir o, de al menos, dejar de pensar en él.
Apenas había despuntado el alba cuando se levantó. Finalmente no había conseguido volver a dormir y, a cambio sólo obtuvo una jaqueca. Se vistió rápidamente y bajó al comedor, pero era tan temprano que las doncellas aún no habían preparado la mesa para el desayuno por lo que decidió acudir a la cocina.
-Buenos días, Alteza -la saludó sorprendida Charlotte en cuanto la vio aparecer.
-Buenos días -contestó Rosalie.
-Tenéis mal semblante ¿habéis pasado mala noche? -le preguntó al ver la palidez de su rostro. Rosalie afirmó con la cabeza.
-Permitidme que os prepare una tisana, quizás os alivie -se ofreció. -Podéis sentaros en el comedor y os la llevaré enseguida.
-No -respondió -quisiera salir al patio a tomar algo de aire fresco.
Al cabo de un momento la doncella la alargaba una jarrita con el brebaje humeante.
Gracias - le dijo antes de retirarse.
Rosalie salió por la puerta trasera de la cocina y se dirigió al patio por uno de los corredores exteriores. Iba a cruzar la última de las arcadas de piedra cuando se detuvo súbitamente y se escondió tras una de las pilastras. En mitad del patio vio como se materilizaba el objeto de sus sueños. Emmett se encontraba allí al parecer entrenando, lanzando con afán su espada contra un poste envuelto con sogas de esparto. Pero en verdad no había sido esa imagen la que la había turbado tanto, sino el hecho de que lo estuviera haciendo con el torso descubierto... ¿cómo osaba? ¿cómo se atrevía a obnubilar sus sentidos y su voluntad de tal manera que pareciera que no hubiera visto jamás el torso desnudo de un hombre?
Despacio, asomó un poco la cabeza y alcanzó a observarlo de nuevo. Su espalda surcada por el sudor le hizo recordar aquella vez que lo había visto nadando en el lago, cuando las gotas cristalinas recorrían su cuerpo. Ahora, sin embargo, aquella visión se presentaba ante ella en todo su esplendor. Los músculos de su espalda se marcaban con cada movimiento de su cuerpo, mientras su brazos bien formados golpeaban con fuerza contra la madera. Rosalie se sintió estremecer ante la imagen de aquellos brazos poderosos que le recordaban tanto a los que la habían sostenido con firmeza hacía apenas unas horas en sus sueños.
Emmett levantó la espada sobre su cabeza y comenzó a danzar alrededor de la estaca, como si se estuviera preparando para el ataque de un enemigo. Rosalie pudo apreciar entonces su corpulencia y lo bien contorneado de sus pectorales. Emmett se detuvo entonces y lanzó su espada contra las cuerdas, tensando toda la musculatura de su cuello y sus hombros. Sin duda ese cuerpo parecía esculpido por los mismos dioses y la dureza de sus músculos semejante al pétreo mármol. Fue en el siguiente de sus embates cuando Rosalie se percató de una gran cicatriz que le cruzaba el abdomen, que empezaba en la parte izquierda de las costillas hasta la cadera derecha, perdiéndose por debajo de la cincha del pantalón. Aquello, en vez de restarle belleza a ese cuerpo perfecto le daba un aspecto mucho más varonil. De forma inconsciente se mordió el labio inferior mientras se preguntaba como sería el tacto de aquella linea rosada y como se sentiría bajo sus dedos.
Una mezcla de deseo y desesperación recorrió todo su cuerpo y, aquel vacío que había sentido esa noche tras despertarse de aquella abrumadora ilusión volvió a invadirla. Se sintió impotente al no poder apartar de su mente ni de sus recuerdos aquella boca que la había besado con fervor en su ensoñación ¿cómo sería ser besada por esos labios? ¿sería comparable a su fantasía? Detuvo su mirada sobre ellos y le resultaron tan turbadoramente conocidos...
En ese instante, Emmett alzó la vista y Rosalie rápidamente se ocultó de nuevo tras la pilastra. Escuchó como los pasos del joven se acercaban a ella, así que decidió llevarse la jarra a la boca y beber, tratando con ello de ocultar o, al menos, disimular su azoramiento. Quizás no la hubiera visto y pasara de largo.
Sin embargo, en cuanto Emmett llegó a su altura, se detuvo ante ella. Apoyó la punta de la espada en el suelo y se inclinó, acercando su rostro al de Rosalie.
-Por suerte esta vez no vais a caballo, podríais haberos lastimado de nuevo -le dijo con una mezcla de apatía e indiferencia en su voz.
Dicho esto se apartó de ella. Rosalie no tuvo tiempo ni fuerzas para contestar. Hubiera preferido uno de sus ataques altaneros y soeces a esa frialdad que no sabía porque se le había clavado en el pecho. Un pequeña lágrima recorrió su rostro mientras lo vio alejarse por aquel corredor.
.
§ ~ * ~ §
.
Bella estaba frente al espejo, acabando de acicalar su cabello cuando alguien llamó a la puerta.
-Bella, soy Edward ¿puedo pasar? -se escuchó desde el otro lado.
La muchacha acudió a abrir la puerta. No había terminando de hacerlo cuando, de repente, se vio envuelta entre sus brazos mientras sus labios la besaban con impaciencia.
-Buenos días -dijo al fin, sin separarse de ella.
-Buenos días -respondió ella con la respiración entrecortada.
Re: "Mi corazon en tus manos"
Apenas si tuvo tiempo de tomar aliento pues Edward volvió a besarla con el mismo fervor. Sin duda, el mantenerse alejado de ella, aunque sólo fuera por el tiempo que duraba una noche, era mucho más de lo que él podía soportar.
-Es un tormento dormir cada noche tan cerca de ti -susurró Edward. -No veo el día en que nos casemos.
-Debes tener paciencia -sonrió ella.-Mi padre no debe tardar en contestar mi carta.
Edward resopló con resignación.
-¿Bajamos a desayunar? -preguntó Bella.
-No -respondió Edward mientras la soltaba, tomando sus manos. -Además de darte los buenos días -sonrió travieso -vengo a avisarte de que parto ahora mismo con Jasper. Tiene algo que resolver en algunos feudos cercanos y quiere que le dé mi parecer sobre el tema en cuestión, así que he decidido ir con él.
Bella lo miró con preocupación.
-No, no, tranquila, no es nada grave. Se podría decir que es una campaña extraoficial, de hecho, sólo vamos a llevar a unos cuantos guardias con nosotros -le explicó.
-¿Tardareis mucho en regresar?
-Espero que hayamos vuelto antes del atardecer -le dijo.
La mirada de Bella se entristeció y bajó el rostro. Edward la tomó por la barbilla y la obligó a mirarle.
-Yo también te voy a extrañar -murmuró mientras acariciaba su mejilla. Volvió a inclinarse sobre ella y atrapó de nuevo sus labios. Esta vez, Bella lanzó sus manos hacia su nuca uniéndose más a él. Edward, alentado por la emotividad de su prometida la abrazó nuevamente, con fuerza, profundizando más su beso. Podía sentir el delicioso néctar de su boca que poco a poco iba invadiendo hasta el último rincón de su ser... su dulzura era embriagadora.
-Voy a marcharme cada día para que vuelvas a besarme así -susurró sonriendo. -Te amo, Bella.
-Y yo a ti -respondió abrazándolo. -Cuídate mucho.
-Te lo prometo -le aseguró él.
-¡Así que aquí estás! -exclamó Rosalie desde el otro extremo del corredor. -Mi hermano te está esperando en la entrada -dijo encaminándose hacia ellos.
Edward le dio un beso rápido a Bella como despedida y se dirigió hacia Rosalie corriendo.
-Tienes mala cara, prima -le dijo bromeando cuando pasó por su lado. Ella le respondió con un mohín.
-Es cierto -le dijo Bella cuando llegó a su altura -te ves pálida.
-Digamos que no es el mejor de mis días. Alice parece que aún no se ha levantado -dijo cambiando de tema.
-Pues vamos a despertarla -sonrió pensando en el modo de tomarse la revancha.
Cuando llegaron a la recámara de Alice, ambas muchachas entraron con sigilo y comprobaron que, efectivamente, aún dormía. Caminaron muy despacio y se posicionó cada una en un lado de la cama. Bella alzó una mano y empezó a contar con los dedos. En cuanto marcó el tres, saltaron al unísono encima de la cama. Como era de esperarse, Alice se despertó con un grito sentándose en la cama mientras las jóvenes no dejaban de reír.
-Bella, la venganza será terrible -le advirtió Alice tratando de sosegarse.
-No exageres, dormilona -se rió Bella.
-Apúrate que muero de hambre -la ostigó Rosalie.
-Está bien, está bien -se rió Alice levantándose de la cama. De súbito, durante un momento cerró los ojos inspirando profundamente. Después los abrió y comenzó a buscar con la mirada por la habitación.
-¿Qué sucede, Alice? -quiso saber Bella.
Alice no le contestó. Se limitó a caminar hacia un pequeña cómoda situada bajo la ventana en la que había situado un cofre que no había visto hasta entonces. Encima de él había un pequeño ramillete de violetas y rosas blancas descansando sobre una nota. Alice tomó las flores llevándolas hacia su rostro oliendo aquel perfume tan perfecto mientras leía la nota.
Buenos días, mi señora. Confío en que hayáis descansando bien.
Vine a despedirme de vos pero os vi dormida tan plácidamente que no me atreví a despertaros.
He de partir pues unos asuntos urgentes me reclaman fuera del castillo, mas espero regresar antes del anochecer.
Os veo esta noche en la cena.
Vuestro por siempre, Jasper.
P.D.: Hoy hace siete días desde que os unisteis a mi vida para iluminarla con vuestra sonrisa.
-¿Qué es? -preguntó Rosalie impaciente.
-Una nota de tu hermano -Alice apenas podía hablar, sólo leía la nota una y otra vez... aquella posdata.
-¿Qué te dice? -preguntó Bella acercándose a ella. Sin que Alice pudiera evitarlo le arrebató el pliego de sus manos.
-¡Bella, no! -gritó Alice persiguiéndola. Bella se apresuró a leerla en voz alta mientras Rosalie tomaba el cofre y lo llevaba a la cama, sentándose.
-¡Qué romántico! -suspiró Bella devolviéndole la nota y sentándose cerca de Rosalie. -¡Vamos, abre el cofre! -la instó emocionada. Alice se colocó en el otro lado de la cama bajando su rostro enrojecido y tomó el cofre para abrirlo.
-¡Cielo Santo! - exclamó Alice perpleja al ver el tesoro que contenía aquella caja. Era un precioso collar formado por un rosario de flores, blancas como la nieve, con miles de diminutos diamantes incrustados en ellas, cayendo de sus pétalos zafiros de un azul profundo en forma de lágrima, engarzados por perfectos marcos de brillantes. Alice lo tomó con cuidado sacándolo del cofre y los pequeños brillantes resplandecían con el sol de la mañana.
-¡Es la Sonrisa de Los Lagos! -clamó Rosalie.
-¿Cómo? -preguntó Bella sorprendida. Alice, definitivamente, había enmudecido.
-Ese collar perteneció a mi madre -les explicó. -Mi padre se lo regaló poco tiempo después de casarse como símbolo de su amor. Se dice que los zafiros representan cada uno de los lagos de nuestro reino y los diamantes, el sol que los abraza cada día, iluminándolos. Mi padre decía que, en realidad, eran para que, cada vez que mi madre los viera relucir, recordase como ella iluminaba cada uno sus días con su sonrisa. Poco antes de morir, mi madre se lo dio a Jasper para que se lo entregara a su esposa, la que pasaría a ser soberana de estas tierras y de estos lagos -concluyó mientras tomaba uno de los zafiros en sus dedos.
-¡Es lo más hermoso que escuché jamás! -dijo Bella posando sus manos sobre su pecho con emoción.
-Sin duda mi hermano te está cortejando -concluyó Rosalie , mirando a Alice con una sonrisa insinuante.
-Pues si es así no seré indiferente -habló por fin Alice con el nerviosismo marcado en su voz.
-¿Qué piensas hacer? -preguntó Bella con impaciencia.
-Por lo pronto, saca mi vestido azul. Dile a alguna doncella que por favor lo deje listo para esta noche. Me lo pondré con el collar -le pidió con voz más segura.
-¿No deberías esperar a algún acontecimiento o alguna celebración para usarlo? -cuestionó Bella mientras se encaminaba a buscar el vestido.
-¿Qué mejor día que hoy, Bella? -la corrigió. -Hoy hace siete días que nos casamos ¿no?
-Me parece perfecto -sonrió Rosalie al ver el vestido.
-Además, pienso cocinar para él -añadió.
-¿Qué? -exclamó Rosalie girándose hacia ella.
-¿Has perdido el juicio? -le espetó su prima.
-No puedes hacer eso, Alice -dijo Rosalie un poco más calmada. -Te recuerdo que eres la Reina ¿dónde se ha visto que una soberana se meta a la cocina a mezclarse con calderos y sartenes?
-Entonces no lo haré como Reina de Los Lagos sino como la esposa de Jasper -sentenció.
.
§ ~ * ~ §
.
A mitad tarde, la tres muchachas de dirigieron
a la cocina. Las doncellas, en cuanto las vieron llegar, se inclinaron para saludarlas.
-Es un tormento dormir cada noche tan cerca de ti -susurró Edward. -No veo el día en que nos casemos.
-Debes tener paciencia -sonrió ella.-Mi padre no debe tardar en contestar mi carta.
Edward resopló con resignación.
-¿Bajamos a desayunar? -preguntó Bella.
-No -respondió Edward mientras la soltaba, tomando sus manos. -Además de darte los buenos días -sonrió travieso -vengo a avisarte de que parto ahora mismo con Jasper. Tiene algo que resolver en algunos feudos cercanos y quiere que le dé mi parecer sobre el tema en cuestión, así que he decidido ir con él.
Bella lo miró con preocupación.
-No, no, tranquila, no es nada grave. Se podría decir que es una campaña extraoficial, de hecho, sólo vamos a llevar a unos cuantos guardias con nosotros -le explicó.
-¿Tardareis mucho en regresar?
-Espero que hayamos vuelto antes del atardecer -le dijo.
La mirada de Bella se entristeció y bajó el rostro. Edward la tomó por la barbilla y la obligó a mirarle.
-Yo también te voy a extrañar -murmuró mientras acariciaba su mejilla. Volvió a inclinarse sobre ella y atrapó de nuevo sus labios. Esta vez, Bella lanzó sus manos hacia su nuca uniéndose más a él. Edward, alentado por la emotividad de su prometida la abrazó nuevamente, con fuerza, profundizando más su beso. Podía sentir el delicioso néctar de su boca que poco a poco iba invadiendo hasta el último rincón de su ser... su dulzura era embriagadora.
-Voy a marcharme cada día para que vuelvas a besarme así -susurró sonriendo. -Te amo, Bella.
-Y yo a ti -respondió abrazándolo. -Cuídate mucho.
-Te lo prometo -le aseguró él.
-¡Así que aquí estás! -exclamó Rosalie desde el otro extremo del corredor. -Mi hermano te está esperando en la entrada -dijo encaminándose hacia ellos.
Edward le dio un beso rápido a Bella como despedida y se dirigió hacia Rosalie corriendo.
-Tienes mala cara, prima -le dijo bromeando cuando pasó por su lado. Ella le respondió con un mohín.
-Es cierto -le dijo Bella cuando llegó a su altura -te ves pálida.
-Digamos que no es el mejor de mis días. Alice parece que aún no se ha levantado -dijo cambiando de tema.
-Pues vamos a despertarla -sonrió pensando en el modo de tomarse la revancha.
Cuando llegaron a la recámara de Alice, ambas muchachas entraron con sigilo y comprobaron que, efectivamente, aún dormía. Caminaron muy despacio y se posicionó cada una en un lado de la cama. Bella alzó una mano y empezó a contar con los dedos. En cuanto marcó el tres, saltaron al unísono encima de la cama. Como era de esperarse, Alice se despertó con un grito sentándose en la cama mientras las jóvenes no dejaban de reír.
-Bella, la venganza será terrible -le advirtió Alice tratando de sosegarse.
-No exageres, dormilona -se rió Bella.
-Apúrate que muero de hambre -la ostigó Rosalie.
-Está bien, está bien -se rió Alice levantándose de la cama. De súbito, durante un momento cerró los ojos inspirando profundamente. Después los abrió y comenzó a buscar con la mirada por la habitación.
-¿Qué sucede, Alice? -quiso saber Bella.
Alice no le contestó. Se limitó a caminar hacia un pequeña cómoda situada bajo la ventana en la que había situado un cofre que no había visto hasta entonces. Encima de él había un pequeño ramillete de violetas y rosas blancas descansando sobre una nota. Alice tomó las flores llevándolas hacia su rostro oliendo aquel perfume tan perfecto mientras leía la nota.
Buenos días, mi señora. Confío en que hayáis descansando bien.
Vine a despedirme de vos pero os vi dormida tan plácidamente que no me atreví a despertaros.
He de partir pues unos asuntos urgentes me reclaman fuera del castillo, mas espero regresar antes del anochecer.
Os veo esta noche en la cena.
Vuestro por siempre, Jasper.
P.D.: Hoy hace siete días desde que os unisteis a mi vida para iluminarla con vuestra sonrisa.
-¿Qué es? -preguntó Rosalie impaciente.
-Una nota de tu hermano -Alice apenas podía hablar, sólo leía la nota una y otra vez... aquella posdata.
-¿Qué te dice? -preguntó Bella acercándose a ella. Sin que Alice pudiera evitarlo le arrebató el pliego de sus manos.
-¡Bella, no! -gritó Alice persiguiéndola. Bella se apresuró a leerla en voz alta mientras Rosalie tomaba el cofre y lo llevaba a la cama, sentándose.
-¡Qué romántico! -suspiró Bella devolviéndole la nota y sentándose cerca de Rosalie. -¡Vamos, abre el cofre! -la instó emocionada. Alice se colocó en el otro lado de la cama bajando su rostro enrojecido y tomó el cofre para abrirlo.
-¡Cielo Santo! - exclamó Alice perpleja al ver el tesoro que contenía aquella caja. Era un precioso collar formado por un rosario de flores, blancas como la nieve, con miles de diminutos diamantes incrustados en ellas, cayendo de sus pétalos zafiros de un azul profundo en forma de lágrima, engarzados por perfectos marcos de brillantes. Alice lo tomó con cuidado sacándolo del cofre y los pequeños brillantes resplandecían con el sol de la mañana.
-¡Es la Sonrisa de Los Lagos! -clamó Rosalie.
-¿Cómo? -preguntó Bella sorprendida. Alice, definitivamente, había enmudecido.
-Ese collar perteneció a mi madre -les explicó. -Mi padre se lo regaló poco tiempo después de casarse como símbolo de su amor. Se dice que los zafiros representan cada uno de los lagos de nuestro reino y los diamantes, el sol que los abraza cada día, iluminándolos. Mi padre decía que, en realidad, eran para que, cada vez que mi madre los viera relucir, recordase como ella iluminaba cada uno sus días con su sonrisa. Poco antes de morir, mi madre se lo dio a Jasper para que se lo entregara a su esposa, la que pasaría a ser soberana de estas tierras y de estos lagos -concluyó mientras tomaba uno de los zafiros en sus dedos.
-¡Es lo más hermoso que escuché jamás! -dijo Bella posando sus manos sobre su pecho con emoción.
-Sin duda mi hermano te está cortejando -concluyó Rosalie , mirando a Alice con una sonrisa insinuante.
-Pues si es así no seré indiferente -habló por fin Alice con el nerviosismo marcado en su voz.
-¿Qué piensas hacer? -preguntó Bella con impaciencia.
-Por lo pronto, saca mi vestido azul. Dile a alguna doncella que por favor lo deje listo para esta noche. Me lo pondré con el collar -le pidió con voz más segura.
-¿No deberías esperar a algún acontecimiento o alguna celebración para usarlo? -cuestionó Bella mientras se encaminaba a buscar el vestido.
-¿Qué mejor día que hoy, Bella? -la corrigió. -Hoy hace siete días que nos casamos ¿no?
-Me parece perfecto -sonrió Rosalie al ver el vestido.
-Además, pienso cocinar para él -añadió.
-¿Qué? -exclamó Rosalie girándose hacia ella.
-¿Has perdido el juicio? -le espetó su prima.
-No puedes hacer eso, Alice -dijo Rosalie un poco más calmada. -Te recuerdo que eres la Reina ¿dónde se ha visto que una soberana se meta a la cocina a mezclarse con calderos y sartenes?
-Entonces no lo haré como Reina de Los Lagos sino como la esposa de Jasper -sentenció.
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A mitad tarde, la tres muchachas de dirigieron
a la cocina. Las doncellas, en cuanto las vieron llegar, se inclinaron para saludarlas.
Re: "Mi corazon en tus manos"
-Voy a necesitar tu ayuda, Charlotte -le dijo Alice. La muchacha la miró confundida. -Hoy cocinaré yo.
-Parece que la soberana nos ha salido quisquillosa en cuanto a gustos culinarios -le susurró María a Jessica, casi de modo imperceptible para los demás.
-¿Algún problema? -preguntó Rosalie con voz firme.
-No, Alteza. Nos preocupa que Su Majestad no esté contenta con nuestra cocina -mintió Jessica dando un pequeño codazo a María para que guardara silencio.
-En absoluto -la corrigió Alice.
-Su Majestad va a cocinar hoy, es lo único que debéis saber -puntualizó Rosalie.
-Angela, por favor, en la recámara de Su Majestad hay un vestido sobre el baúl. ¿Podrías alistarlo para esta noche? -le pidió Bella.
-Por supuesto, Alteza -respondió inclinándose antes de salir.
-Pásame un delantal, por favor -le indicó Alice a Charlotte. -¿Queréis partir los vegetales? -les preguntó con cierta ironía a las princesas.
-Vemos que os las arregláis perfectamente -respondió Rosalie negando con la cabeza.
-Con permiso, Majestad -se inclinó Bella. Las dos se echaron a reír mientras se iban, dejando a las doncellas desconcertadas viendo con que habilidad se desenvolvía la soberana.
Cuando Jasper y Edward llegaron al castillo ya había caído la noche. Se apuraron en ir a sus habitaciones a asearse después de una larga jornada para bajar a cenar. Al llegar al comedor únicamente los aguardaban los padres de Edward.
-¿Y las muchachas? -preguntó Jasper.
Carlisle le hizo una seña con la cabeza para que mirara tras de sí. Flanqueada por Bella y Rosalie vislumbró la única imagen que había querido tener frente sus ojos durante aquel largo día, la de su esposa. La había extrañado tanto, y ahora se presentaba ante él tan bella, tan hermosa, con aquel vestido azul intenso, como el de los zafiros que pendían de su cuello. Su corazón empezó a latir emocionado al ver el collar de su madre. Le honraba tanto que hubiera decidido ponérselo aquel día. Pero, sobre todo le aturdía tanta belleza, tanta que ni las piedras preciosas conseguían opacarla. Se acercó hacia ella y tomó su mano.
-Gracias -susurró besando sus dedos. Ella asintió sonriendo, con los ojos brillantes al ver que le complacía su elección y dejó que la guiará a la mesa.
-Oh, ¡es el collar de mi hermana! -exclamó Esme con alegría.
-Sí, tía -afirmó Rosalie que ya estaba a la mesa. -El collar de una Reina para otra Reina, ¿verdad Jasper? -insinuó.
Jasper asintió con la cabeza sin dejar de mirar a su esposa. Definitivamente lo había hechizado.
Al instante, Charlotte apareció en el comedor para servir la cena. Alice, Bella y Rosalie compartieron una mirada de complicidad con ella antes de que se retirara.
Todos comenzaron a comer excepto Alice que, jugueteando con su cubierto, aguardó hasta que Jasper lo hizo. En cuanto el muchacho introdujo la pieza de carne en su boca, notó su delicioso sabor. Por un momento, miró su plato pensativo.
-¿Sucede algo, mi señor? -preguntó Alice viendo su expresión.
-Nada, sólo que no había probado jamás un venado tan sabroso -le explicó.
-Es cierto -agregó Carlisle -Y no sólo el venado, las verduras están cocinadas justo en su punto, muy apetitosas.
Alice sonrió para sí, le satisfacía tanto que hubiera sido de su agrado...
Todos comieron muy animados, llenando la mesa de comentarios sobre las viandas tan gustosamente preparadas. A punto de finalizar, acudió Charlotte para servir el postre.
-¿Qué es este platillo? -quiso saber Jasper.
-Son frutas en almíbar de hierbabuena y canela, Majestad -le informó.
-Sin ninguna duda hoy te has esmerado con el menú -la felicitó él.
-Debo aclararos que el mérito no es mío, Majestad -admitió.
Jasper la miró sorprendido mientras Alice bajaba su rostro mordiéndose el labio inferior como siempre hacía al encontrarse frente a un posible desacierto por su parte. Quizás su esposo también hallase reprobable su comportamiento, al igual que lo había sido para Rosalie y Bella.
-¿Qué quieres decir? -Jasper continuó con su interrogatorio.
-El menú ha sido preparado por Su Majestad -declaró antes de retirarse.
-¿Vos? -preguntó asombrado buscando una respuesta en la mirada huidiza de su esposa.
Jasper alzó el rostro hacia la mirada expectante de su familia y se maravilló al comprobar el semblante de Rosalie y Bella que, lejos de estar impresionadas como él, se mostraban preocupadas. Entonces, al instante, entendió lo que estaba ocurriendo. La intención de Alice había sido complacerlo, no sólo deslumbrándolo con su delicada belleza, sino agasajándolo con aquel exquisito banquete, tal y como haría una esposa hacia su marido, aunque para ello hubiera tenido que descender de su posición de soberana. Aquella certeza lo conmovió sobremanera, era algo que jamás hubiera imaginado.
Volvió a mirar a Alice y rescató una de sus manos que se apretaban contra su regazo, presionándolo levemente.
-No la culpéis, mi señor -se excusóAlice rápidamente -Yo se lo pedí.
Jasper hizo un movimiento con su mano, interrumpiéndola.
-No deberíais haberos molestado, mi señora -le dijo suavemente.
-No ha sido ninguna molestia -susurró aliviada. -Al contrario, me he sentido muy dichosa de poder hacerlo.
-Os doy las gracias de nuevo -murmuró llevando su mano a sus labios y besándola con ternura.
-Brindemos entonces por la improvisada cocinera -anunció Edward alzando su copa. Todos rompieron en vítores y brindaron por tan deliciosa velada.
Tras la cena y, como cada noche, Jasper condujo a Alice hasta sus habitaciones. Su corazón no había dejado de golpear fuertemente contra su pecho desde que la había visto enfundada en aquel vestido, tanto que temía que le fallase la voz por la inquietud, así que hizo gala de todo su autocontrol tratando de hallar algo de calma.
-De nuevo os agradezco esta noche tan maravillosa -dijo en cuanto se detuvieron frente a la recámara de Alice.
-Soy yo la que debe agradeceros, mi señor -respondió posando sus dedos sobre la valiosa alhaja que adornaba su cuello. -Lo llevaré con orgullo.
Jasper negó con la cabeza.
-Hasta hoy había creído que era una de las cosas más hermosas que mis ojos habían tenido la fortuna de contemplar pero, esta noche, me dado cuenta de que no es digno de vuestra belleza.
Alice bajó el rostro ruborizada, abrumada, sin que acudiera ni una sola palabra a su mente, al menos para agradecerle el cumplido. Jasper tomó su barbilla y la alzó lentamente.
-Yo... -alcanzó a decir perdiéndose en aquella mirada violácea como las amatistas.
-¿Sí, mi señor? -murmuró Alice.
Jasper siguió observándola, en silencio, debatiendo su propia lucha interior. Era tan hermosa, sus ojos parecían brillar por la expectación. Hizo ademán de inclinarse hacia ella pero de nuevo la indecisión y la inseguridad se abrieron paso rápidamente, ganando finalmente la batalla.
-Me preguntaba si podría abusar mañana de vuestro tiempo -dijo casi con brusquedad, molesto consigo mismo por su vacilación.
-Claro, mi señor -respondió sin ser capaz de ocultar una nota de decepción en su voz. -¿Me necesitáis para algo?
-Sí, mi señora, preciso de vuestra “visión” -respondió con media sonrisa. Alice sonrió tímidamente al recordar aquella conversación entre ellos.
-Como gustéis -aceptó ella.
-Estaré toda la mañana en mi escritorio -le informó -Os estaré esperando.
Alice asintió con la cabeza.
-Qué descanséis -se despidió besando su mano.
-Buenas noches -respondió Alice antes de entrar a su habitación.
En cuanto Jasper cerró la puerta de su recámara se dirigió hacia su cama y golpeó con fuerza uno de los almohadones. Se sentó sobre el borde de la cama ocultando su rostro entre sus manos, reprimiendo un grito de rabia que luchaba por escapar de su garganta, avergonzado de su propia debilidad. Nunca se había considerado cobarde y, aunque no tenía gran experiencia con las mujeres sabía con seguridad que no era la timidez lo que le hacía actuar así. Se dejó caer sobre la cama con gesto pensativo y no le hizo falta ahondar mucho en su mente para saber que lo reprimía de ese modo. Era el miedo, el temor a que Alice no sintiera lo mismo por él pues, aunque seguía creyendo que había pasado muy poco tiempo desde que se conocieran, era más que suficiente para que él sintiera que le faltaba el aire si no la tenía cerca. Se había metido en su alma de tal manera que no creía soportar su rechazo o su indiferencia.
Se levantó de la cama y se dirigió sin hacer ruido hacia la pequeña puerta que lo separaba de la dueña de su corazón, apoyando con cuidado una de sus manos en la fría madera. Tan cerca y a la vez tan lejos -pensó. Era una tortura tenerla ahí mismo, al alcance de su mano y no poder tocarla, no poder abrazarla, besarla... tenerla. Debía acabar con ese castigo que él mismo se había autoinfligido con su propia indecisión y debía hacerlo pronto o corría el riesgo de perder la cordura por tal desasosiego.
Sacudió la cabeza y se dirigió de nuevo a la cama desvistiéndose. Apagó la luz de la vela tras acostarse, aún sabiendo que aquella noche no sería capaz de dormir.
Al otro lado de la puerta, Alice también luchaba, no sólo por dormir sino por vencer aquella desazón que amenazaba con invadirla.
En sus labios ardía ese beso que Jasper no le había dado y que ella había deseado con anhelo. No era la primera vez que vacilaba al tratar de besarla y se preguntaba porqué. ¿Será que no le agrado? -pensó ¿será por eso que no quiso consumar nuestro matrimonio?. Alice negó con la cabeza. Ese no podía ser el motivo, sabía que, por regla general, para los hombres era relativamente fácil no poner el corazón al poseer a una mujer si con ello sólo buscaban satisfacer sus deseos. No, él hubiera podido tenerla si hubiera querido. Sin embargo le ofreció tiempo... ¿tiempo para qué? ¿para que lo aceptase, para que confiase, para que se enamorará de él? Pues, si ese era el motivo, ya no era necesario esperar más porque Alice ya lo amaba con todas las fuerzas de su ser.
-Parece que la soberana nos ha salido quisquillosa en cuanto a gustos culinarios -le susurró María a Jessica, casi de modo imperceptible para los demás.
-¿Algún problema? -preguntó Rosalie con voz firme.
-No, Alteza. Nos preocupa que Su Majestad no esté contenta con nuestra cocina -mintió Jessica dando un pequeño codazo a María para que guardara silencio.
-En absoluto -la corrigió Alice.
-Su Majestad va a cocinar hoy, es lo único que debéis saber -puntualizó Rosalie.
-Angela, por favor, en la recámara de Su Majestad hay un vestido sobre el baúl. ¿Podrías alistarlo para esta noche? -le pidió Bella.
-Por supuesto, Alteza -respondió inclinándose antes de salir.
-Pásame un delantal, por favor -le indicó Alice a Charlotte. -¿Queréis partir los vegetales? -les preguntó con cierta ironía a las princesas.
-Vemos que os las arregláis perfectamente -respondió Rosalie negando con la cabeza.
-Con permiso, Majestad -se inclinó Bella. Las dos se echaron a reír mientras se iban, dejando a las doncellas desconcertadas viendo con que habilidad se desenvolvía la soberana.
Cuando Jasper y Edward llegaron al castillo ya había caído la noche. Se apuraron en ir a sus habitaciones a asearse después de una larga jornada para bajar a cenar. Al llegar al comedor únicamente los aguardaban los padres de Edward.
-¿Y las muchachas? -preguntó Jasper.
Carlisle le hizo una seña con la cabeza para que mirara tras de sí. Flanqueada por Bella y Rosalie vislumbró la única imagen que había querido tener frente sus ojos durante aquel largo día, la de su esposa. La había extrañado tanto, y ahora se presentaba ante él tan bella, tan hermosa, con aquel vestido azul intenso, como el de los zafiros que pendían de su cuello. Su corazón empezó a latir emocionado al ver el collar de su madre. Le honraba tanto que hubiera decidido ponérselo aquel día. Pero, sobre todo le aturdía tanta belleza, tanta que ni las piedras preciosas conseguían opacarla. Se acercó hacia ella y tomó su mano.
-Gracias -susurró besando sus dedos. Ella asintió sonriendo, con los ojos brillantes al ver que le complacía su elección y dejó que la guiará a la mesa.
-Oh, ¡es el collar de mi hermana! -exclamó Esme con alegría.
-Sí, tía -afirmó Rosalie que ya estaba a la mesa. -El collar de una Reina para otra Reina, ¿verdad Jasper? -insinuó.
Jasper asintió con la cabeza sin dejar de mirar a su esposa. Definitivamente lo había hechizado.
Al instante, Charlotte apareció en el comedor para servir la cena. Alice, Bella y Rosalie compartieron una mirada de complicidad con ella antes de que se retirara.
Todos comenzaron a comer excepto Alice que, jugueteando con su cubierto, aguardó hasta que Jasper lo hizo. En cuanto el muchacho introdujo la pieza de carne en su boca, notó su delicioso sabor. Por un momento, miró su plato pensativo.
-¿Sucede algo, mi señor? -preguntó Alice viendo su expresión.
-Nada, sólo que no había probado jamás un venado tan sabroso -le explicó.
-Es cierto -agregó Carlisle -Y no sólo el venado, las verduras están cocinadas justo en su punto, muy apetitosas.
Alice sonrió para sí, le satisfacía tanto que hubiera sido de su agrado...
Todos comieron muy animados, llenando la mesa de comentarios sobre las viandas tan gustosamente preparadas. A punto de finalizar, acudió Charlotte para servir el postre.
-¿Qué es este platillo? -quiso saber Jasper.
-Son frutas en almíbar de hierbabuena y canela, Majestad -le informó.
-Sin ninguna duda hoy te has esmerado con el menú -la felicitó él.
-Debo aclararos que el mérito no es mío, Majestad -admitió.
Jasper la miró sorprendido mientras Alice bajaba su rostro mordiéndose el labio inferior como siempre hacía al encontrarse frente a un posible desacierto por su parte. Quizás su esposo también hallase reprobable su comportamiento, al igual que lo había sido para Rosalie y Bella.
-¿Qué quieres decir? -Jasper continuó con su interrogatorio.
-El menú ha sido preparado por Su Majestad -declaró antes de retirarse.
-¿Vos? -preguntó asombrado buscando una respuesta en la mirada huidiza de su esposa.
Jasper alzó el rostro hacia la mirada expectante de su familia y se maravilló al comprobar el semblante de Rosalie y Bella que, lejos de estar impresionadas como él, se mostraban preocupadas. Entonces, al instante, entendió lo que estaba ocurriendo. La intención de Alice había sido complacerlo, no sólo deslumbrándolo con su delicada belleza, sino agasajándolo con aquel exquisito banquete, tal y como haría una esposa hacia su marido, aunque para ello hubiera tenido que descender de su posición de soberana. Aquella certeza lo conmovió sobremanera, era algo que jamás hubiera imaginado.
Volvió a mirar a Alice y rescató una de sus manos que se apretaban contra su regazo, presionándolo levemente.
-No la culpéis, mi señor -se excusóAlice rápidamente -Yo se lo pedí.
Jasper hizo un movimiento con su mano, interrumpiéndola.
-No deberíais haberos molestado, mi señora -le dijo suavemente.
-No ha sido ninguna molestia -susurró aliviada. -Al contrario, me he sentido muy dichosa de poder hacerlo.
-Os doy las gracias de nuevo -murmuró llevando su mano a sus labios y besándola con ternura.
-Brindemos entonces por la improvisada cocinera -anunció Edward alzando su copa. Todos rompieron en vítores y brindaron por tan deliciosa velada.
Tras la cena y, como cada noche, Jasper condujo a Alice hasta sus habitaciones. Su corazón no había dejado de golpear fuertemente contra su pecho desde que la había visto enfundada en aquel vestido, tanto que temía que le fallase la voz por la inquietud, así que hizo gala de todo su autocontrol tratando de hallar algo de calma.
-De nuevo os agradezco esta noche tan maravillosa -dijo en cuanto se detuvieron frente a la recámara de Alice.
-Soy yo la que debe agradeceros, mi señor -respondió posando sus dedos sobre la valiosa alhaja que adornaba su cuello. -Lo llevaré con orgullo.
Jasper negó con la cabeza.
-Hasta hoy había creído que era una de las cosas más hermosas que mis ojos habían tenido la fortuna de contemplar pero, esta noche, me dado cuenta de que no es digno de vuestra belleza.
Alice bajó el rostro ruborizada, abrumada, sin que acudiera ni una sola palabra a su mente, al menos para agradecerle el cumplido. Jasper tomó su barbilla y la alzó lentamente.
-Yo... -alcanzó a decir perdiéndose en aquella mirada violácea como las amatistas.
-¿Sí, mi señor? -murmuró Alice.
Jasper siguió observándola, en silencio, debatiendo su propia lucha interior. Era tan hermosa, sus ojos parecían brillar por la expectación. Hizo ademán de inclinarse hacia ella pero de nuevo la indecisión y la inseguridad se abrieron paso rápidamente, ganando finalmente la batalla.
-Me preguntaba si podría abusar mañana de vuestro tiempo -dijo casi con brusquedad, molesto consigo mismo por su vacilación.
-Claro, mi señor -respondió sin ser capaz de ocultar una nota de decepción en su voz. -¿Me necesitáis para algo?
-Sí, mi señora, preciso de vuestra “visión” -respondió con media sonrisa. Alice sonrió tímidamente al recordar aquella conversación entre ellos.
-Como gustéis -aceptó ella.
-Estaré toda la mañana en mi escritorio -le informó -Os estaré esperando.
Alice asintió con la cabeza.
-Qué descanséis -se despidió besando su mano.
-Buenas noches -respondió Alice antes de entrar a su habitación.
En cuanto Jasper cerró la puerta de su recámara se dirigió hacia su cama y golpeó con fuerza uno de los almohadones. Se sentó sobre el borde de la cama ocultando su rostro entre sus manos, reprimiendo un grito de rabia que luchaba por escapar de su garganta, avergonzado de su propia debilidad. Nunca se había considerado cobarde y, aunque no tenía gran experiencia con las mujeres sabía con seguridad que no era la timidez lo que le hacía actuar así. Se dejó caer sobre la cama con gesto pensativo y no le hizo falta ahondar mucho en su mente para saber que lo reprimía de ese modo. Era el miedo, el temor a que Alice no sintiera lo mismo por él pues, aunque seguía creyendo que había pasado muy poco tiempo desde que se conocieran, era más que suficiente para que él sintiera que le faltaba el aire si no la tenía cerca. Se había metido en su alma de tal manera que no creía soportar su rechazo o su indiferencia.
Se levantó de la cama y se dirigió sin hacer ruido hacia la pequeña puerta que lo separaba de la dueña de su corazón, apoyando con cuidado una de sus manos en la fría madera. Tan cerca y a la vez tan lejos -pensó. Era una tortura tenerla ahí mismo, al alcance de su mano y no poder tocarla, no poder abrazarla, besarla... tenerla. Debía acabar con ese castigo que él mismo se había autoinfligido con su propia indecisión y debía hacerlo pronto o corría el riesgo de perder la cordura por tal desasosiego.
Sacudió la cabeza y se dirigió de nuevo a la cama desvistiéndose. Apagó la luz de la vela tras acostarse, aún sabiendo que aquella noche no sería capaz de dormir.
Al otro lado de la puerta, Alice también luchaba, no sólo por dormir sino por vencer aquella desazón que amenazaba con invadirla.
En sus labios ardía ese beso que Jasper no le había dado y que ella había deseado con anhelo. No era la primera vez que vacilaba al tratar de besarla y se preguntaba porqué. ¿Será que no le agrado? -pensó ¿será por eso que no quiso consumar nuestro matrimonio?. Alice negó con la cabeza. Ese no podía ser el motivo, sabía que, por regla general, para los hombres era relativamente fácil no poner el corazón al poseer a una mujer si con ello sólo buscaban satisfacer sus deseos. No, él hubiera podido tenerla si hubiera querido. Sin embargo le ofreció tiempo... ¿tiempo para qué? ¿para que lo aceptase, para que confiase, para que se enamorará de él? Pues, si ese era el motivo, ya no era necesario esperar más porque Alice ya lo amaba con todas las fuerzas de su ser.
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Lun Jun 24, 2013 11:51 pm por Renesmee C. Cullen
» Ausencia...
Jue Jun 17, 2010 9:51 pm por Mia Bright
» acompañando a una vampiro a casa (alice, y los que se quieran meter maximo 3 xD)
Lun Mayo 10, 2010 2:02 pm por Katherine Hale
» necesito verte (alice)
Lun Abr 26, 2010 4:46 pm por Alice Hale
» regresando a londres....(libre)
Jue Abr 22, 2010 11:40 pm por Makenna
» Crepusculo-Evolucion
Miér Abr 21, 2010 10:00 pm por Mia Bright
» "Mi corazon en tus manos"
Vie Abr 16, 2010 7:00 pm por Rose Daniels
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