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"Mi corazon en tus manos"

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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:43 pm

Bien ya regrese, como ya puse en el otro tema, la historia no me pertenece, la autora es Riona25.

Esta es una pequeña introduccion, para que sepan de que se trata mas o menos:

"La historia comienza con una joven princesa que se ve obligada a casarse con un joven rey al que ni siquiera conoce… en el corazón no se manda así que, cualquier cosa es posible…"

hoy les dejo el primer capitulo...
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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:48 pm

CAPITULO 1

Érase una vez… así se supone que empiezan los cuentos de hadas ¿no? Sin embargo, para Alice, mejor dicho, para la Princesa Alice, su vida hacía unos días que había dejado de ser una fábula para convertirse en una pesadilla. Desde la ventana de su habitación veía como las nubes viajaban por el firmamento, hacia un destino desconocido, llevándose consigo sus sueños y fantasías. A lo lejos, asomaban nubarrones negros amenazando tormenta, por lo menos, el cielo lloraría con ella, acompañándola en su tristeza. No sólo debía sobrellevar la pena de la muerte de su padre, el Rey, sino que debía aceptar que, al saberse enfermo, hubiese jugado su última baza en un intento de mantener en pié su Reino, sin tomar en cuenta que esa última carta era la vida de su propia hija, su destino.
Hacía tiempo que el Reino de Ádamon amenazaba con iniciar una guerra para invadir sus tierras, así que, una buena solución era una alianza con el poderoso Reino de Los Lagos, el reino del Rey Jasper, su futuro marido. Una alianza con el reino vecino, basada en lazos matrimoniales e imposible de quebrantar, decidió su padre. A pesar de su juventud, el Rey Jasper tenía fama de buen gobernante, un hombre generoso y carismático al que no le faltaba valentía. Era mil veces preferible dejar el reino en sus manos a que cayera en las garras del Rey Laurent, famoso por sus excesos y por no ser precisamente un hombre justo y de buenas acciones. Además debía pensar en el futuro de su pequeña Alice, con esa alegría y esas ganas de vivir que contagiaban a cualquiera a 5 kilómetros a la redonda, pero tan ingenua e inocente a veces. De esa forma, pensó, tenía su futuro asegurado, dejándola al cuidado del que le parecía un buen hombre, y, con esa prioridad en su mente, se apresuró a presentarse ante él, esperando a que aceptase su propuesta. El joven Rey, además de todas esas virtudes con las que lo describían, era sobradamente inteligente y sensato, así que no tardó en comprender las ventajas de la alianza y aceptó su proposición, llenando al viejo Rey de alivio y felicidad. Sin embargo, ésta le duró bien poco, pues su viaje agravó su afección, por lo que, desde el que sería ya su lecho de muerte tuvo que informar a su dulce hija de la decisión que había tomado, porque él la había tomado por su propia cuenta, sin ni nombrárselo siquiera.
Alice se encontró de repente con la noticia de que su padre estaba gravemente enfermo y además, debía unirse en matrimonio lo antes posible con el Rey Jasper, un auténtico desconocido, a pesar de ser vecinos, y con la total incertidumbre de que iba a ser a partir de entonces su vida. Quizás porque su padre no era tan viejo y aún podía encontrar esposa que le diera heredero, nunca había forzado a Alice a pensar en el matrimonio, así que su corazón era libre para soñar y deleitarse en la ilusión del primer romance o de imaginar su primer beso, el despertar de ese sentimiento tan bello llamado Amor y que parecía ser que para ella estaba vetado. Hacía pocos días que su padre había fallecido, llevándose con él esos sueños e ilusiones que ya no cabían en su corazón y dejando paso a esos nubarrones que amenazaban con descargar su tristeza sobre ella en cualquier momento. Una pequeña lágrima ya recorría su mejilla como presagio de lo que se avecinaba.
-Alice, ¿ya has terminado el equipaje? –La voz de su prima Bella tras de sí la sobresaltó, pero decidió no voltear a mirarla, su mirada seguía fija en ese cielo ya encapotado, no quería que la viera llorar, otra vez.
-Va a haber tormenta –dijo Alice, a modo de respuesta, no sabiendo bien si se refería a la que venía acercándose por el Oeste o a la se abría paso en su corazón.
-Espero que sea pasajera, no me gustaría iniciar el viaje de mañana bajo la lluvia –se quejó Bella mientras se acercaba a la ventana a comprobar por ella misma el desesperanzador panorama que se presentaba acompañando a esas oscuras nubes.
-Hay tormentas que son perpetuas –respondió Alice.
-Nada dura eternamente, Alice –le rebatió su prima, posando su mano sobre su hombro como un gesto alentador. –Además –prosiguió –detrás de la tormenta siempre viene la calma.
Alice no respondió, sabía como seguiría la conversación, quizá evadiendo la respuesta, la evitaría, pero no iba a ser fácil.
-Debes sobreponerte, prima. –parecía más un ruego que una petición.
Alice inhaló lentamente, preparándose para, otra vez, escuchar el discurso con el que Bella, con la mejor de las intenciones, trataba de levantarle el ánimo, a veces, con planteamientos incluso absurdos, simplemente con el propósito de, al menos hacerle sonreír. Nunca lo conseguía, seguramente esta vez no sería diferente.
-Piensa en que vas a ser Reina –continuó Bella. Esa afirmación tomó por sorpresa a Alice ¿a dónde quería llegar con eso?
-Sabes que nunca me han importado los lujos, que me gusten los vestidos bonitos y el que sea para mí una debilidad el combinarlos correctamente con nuestros aderezos no significa que sea una frívola –respondió Alice levantando el tono de su voz y dirigiendo su mirada a su prima por primera vez desde que entrase a su habitación, no era posible que su prima creyera eso de ella.
-Sabes que nunca pensaría eso de ti, jamás podría llamarte frívola siendo tan generosa, desinteresada y de buen corazón como lo eres tú –se defendió Bella.
-Entonces no entiendo a que te refieres –contestó calmando de nuevo el tono de su voz y tornando sus ojos de nuevo al oscurecido cielo.
-Me refiero a que está claro que tu vida va a cambiar por completo. Sé que te aguarda un futuro incierto al lado de un hombre al que no conoces, al que no amas y que tampoco te ama a ti. Sé que es una realidad dura pero no te queda más que esperar y… ver que pasa. Sin embargo, Alice, de lo que sí estamos seguras es de que muy pronto te convertirás en Reina y eso conlleva una gran responsabilidad. Vas a tener que esforzarte para llevar a cabo una ardua labor y has de realizarla la mejor posible por el bien del pueblo. Por eso debes sobreponerte y cumplir con tu deber y reinar al lado de tu esposo de una manera justa y benevolente, como debe ser. Quien sabe, Alice, quizás tus esperanzas no están del todo perdidas. Todo el mundo que conoce al Rey Jasper lo describe como un buen hombre, honrado a pesar de su condición y su reino es cada vez más próspero debido a su buena estrategia como gobernante. No se le conoce ningún tipo de escándalo o falta por la que deba ser tomado en mala consideración, además de que dicen las malas lenguas que es muy apuesto –concluyó Bella con una sonrisa traviesa.
-Bella, por favor –le reprendió Alice con un mohín.
-Vamos, Alice –le cortó su prima –sólo digo que le des tiempo al tiempo, el amor de repente nos puede ofrecer caminos insospechados que recorrer. Además, por todos es sabido que, en ocasiones, los matrimonios concertados dan gratas sorpresas –afirmó Bella esta vez con una leve risita.
-Tú puedes decir eso porque no te vas a casar con un desconocido, te vas a casar enamorada y con alguien que te corresponde, porque, estoy segura de que el día menos pensado el Príncipe Jacob le pide tu mano a tu padre –le reclamó Alice.
-Yo no estoy enamorada del Príncipe Jacob –le rectificó ella.
-Pero él si lo está de ti y no me puedes negar que te gusta ¿verdad? –la miró de frente de nuevo con ojos inquisidores.
-Es de ti y no de mí de quien hablamos –se defendió ella. -No puedes cerrarte en banda y darlo todo por perdido así de entrada. ¡Por el amor de Dios, Alice, ni siquiera lo conoces! Al menos date la oportunidad de conocerlo y de que él te conozca a ti. Y deja ya a un lado ese prejuicio al que te estás aferrando y que, desde luego, no es propio de ti porque lo más probable es que te equivoques y, conociéndote, sé que lo lamentarás.
Alice no le contestó, se limitó perder de nuevo su mirada en el horizonte. Bella sabía que, así, daba por finalizada la conversación, aunque esperaba que al menos considerara sus palabras.
-Voy a hablar con Emmett, quiero ver si está todo listo para partir mañana –le informó Bella rompiendo el silencio que había surgido entre las dos, antes de retirarse. Se le hacían raros e incómodos esos silencios entre ellas. Si algo caracterizaba a Alice no era precisamente el que ella fuera una muchacha callada y tranquila, al contrario, era un torbellino de alegría que arrollaba toda la tristeza a su paso. Así había sido, hasta entonces, pensó con tristeza.
Nada más salir de los aposentos de su prima se encontró con Emmett, por supuesto, en su lugar, fiel y dispuesto, siempre al servicio de Alice. A pesar de ser unos pocos años mayor que ellas, su aspecto fuerte y fornido le hacía parecer mucho mayor. Sin embargo, su aspecto duro no correspondía en absoluto con su personalidad pues era un muchacho entrañable y de buen carácter. Siempre se mostraba afable y educado con todos, pero además, muy sobreprotector en lo que respectaba a Alice; más allá de su deber para con ella, estaba el gran cariño que le tenía, bueno, en realidad, que se tenían porque, si bien era cierto que el status y las normas dejaban unos límites claramente establecidos en la relación entre un noble y su guardia personal, el carácter despreocupado de Alice pasaba por encima de todo eso y pronto pasó a considerar a Emmett como el hermano mayor que nunca tuvo. Para Emmett por su parte, fue difícil el evitar ser conquistado por la simpatía y el entusiasmo de la pequeña Alice, a la que quería como si fuera una hermana, por supuesto, sin faltarle jamás el respeto o a su confianza.
-Emmett –le llamó mientras se acercaba a él.
-Dígame, Princesa –contestó cuadrándose ante ella a modo de saludo.
-Sólo quería saber si está todo listo para partir mañana –preguntó.
-Está todo preparado, Alteza, a falta, únicamente de su equipaje y el de la Princesa Alice. Saldremos al alba –le informó él.
-De acuerdo, voy a terminar de hacer mi equipaje. En cuanto al de la Princesa, por favor, llama a sus camareras para que vengan a ayudarme. Yo misma me encargaré de preparárselo.
-Con todos mis respetos, Alteza, es una suerte que estéis en estos momentos al lado de la Princesa –le dijo Emmett con agradecimiento.
-Es lo menos que podía hacer por mi querida prima –le respondió. –Sólo espero que este arrebato de pena y melancolía se le pase pronto.
-Todos en el castillo echamos de menos su risa y sus cantos –le confesó él con tristeza.
Bella no pudo menos que sonreír ante eso. Alice se ganaba el corazón de cualquiera con una de sus sonrisas. Esperaba que en su nuevo hogar todos llegasen a quererla del mismo modo, no podía ser de otra manera.
-Cumpliré sus órdenes inmediatamente –dijo Emmett, recuperando de nuevo la compostura.
-Gracias, Emmett –concluyó ella, para dirigirse hacia sus aposentos, mientras recordaba la conversación que acababa de tener con su prima. Sabía que en cierto modo Alice tenía razón, ella no estaba en la mejor situación para dar ese tipo de consejos. Era muy poco probable que tuviera que enfrentarse a un matrimonio con un desconocido porque, aunque nunca se había hecho oficial su compromiso con el Príncipe Jacob, su padre, el Rey William, y el padre de Bella, el Rey Charles, eran grandes amigos y prácticamente daban por sentado el matrimonio entre sus hijos.
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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:50 pm

A Bella no le desagradaba la idea, aunque no creía estar enamorada de él, o, por lo menos, lo que sentía no era lo que expresaban sus libros cuando hablaban del amor. Pero tenía que reconocer que le gustaba, le agradaba su compañía, era un muchacho amable y divertido y siempre fue muy respetuoso con ella. Quizá no le amaba pero creía que podría ser feliz junto a él y aprender a quererlo con el tiempo.
Desde luego su situación era preferible a la de su prima ahora mismo, pero seguía convencida de que Alice estaba llevándolo al extremo. Ella tampoco conocía al Rey Jasper pero toda la nobleza a la que conocía hablaba muy bien de él. Todos coincidían en que era un rey de carácter serio y fuerte, con carisma y valentía, pero además era un hombre culto y de buen corazón. No eran en absoluto malas cualidades para un rey y menos para un hombre. Quizás su corazón de rey estaba endurecido por el difícil rol que supone gobernar, un rey no puede mostrar debilidad pero, quizás, su corazón de hombre sería más fácil de conquistar por un alma tan pura como la de Alice. Pero para ello, debía dejar de lado ese halo de tristeza que la envolvía y abrirle su corazón. Quien sabe, quizás él lo consiga y esta niña tan tozuda vuelva a sonreír –pensó mientras entraba a su habitación para terminar de preparar sus cosas.
Lo que ella no sabía era que en ese preciso momento alguien más se preocupaba por el futuro de la joven pareja. Al otro lado de las montañas, al pie de un precioso lago se erigía un hermoso castillo, donde, en la torre más alta, un joven muchacho miraba con asombro y una pizca de diversión como otro joven caminaba nerviosamente por la habitación, una y otra vez, siempre siguiendo la misma pauta, con sus manos en la espalda y sin levantar la mirada del suelo, como si con esa danza frenética pudiera encontrar ese bálsamo que calmase su agitado estado de ánimo.
-Primo, vas a desgastar las baldosas como sigas así –dijo el muchacho reprimiendo la risa que luchaba por salir de su garganta –y no creo que dibujar un surco en el suelo te ayude.
-Edward, tú tampoco me estás ayudando en nada –le reclamó secamente el otro joven, cesando su deambular para mirarlo de frente con el ceño fruncido por la inquietud. De repente, su mirada se llenó de remordimiento –lo siento mucho, Edward, estoy un poco tenso –se disculpó mientras se pasaba la mano por su ondulado cabello rubio.
-¿Un poco tenso? –contestó dejando escapar la risa que por fin se abría paso. –Jasper, jamás te había visto tan angustiado como esta noche, ni siquiera antes de la peor de las batallas. ¿Dónde están la calma y el temple que siempre te acompañan? Tú siempre te muestras tan sosegado, con nervios de acero. De verdad primo, perdóname, pero no creí que llegaría el día en el que algo te sacara de tus casillas de esta forma, es que no te reconozco –dijo riéndose de nuevo.
-Y por lo visto también te parezco divertido –exclamó con una mueca mientras se cruzaba de brazos.
-Discúlpame –le pidió con tono más serio esta vez. Era verdad que, hasta cierto punto, era sorprendente y hasta gracioso ver Jasper en tal estado de ansiedad pero, el trasfondo era que, en realidad, su primo necesitaba su apoyo. –Me puedo hacer vagamente una idea de que es lo que te preocupa pero, no acabo de comprender cual es el motivo de tal desasosiego.
Jasper respiró hondo en un intento de calmar un poco sus descontrolados nervios y caminó hacia el ventanal para sentarse en el alféizar, era estúpido guardar las formas ante su propio primo.
-Cuando el Rey Alexandre vino a proponerme la alianza entre nuestros reinos -comenzó Jasper -inmediatamente vi grandes ventajas, difíciles de obviar como para no aceptarla. Es un gran Reino, puede que no tan próspero como éste y con algunos problemas internos de mal manejo de impuestos y de influencias, pero nada que un gobierno duro y firme no pueda solucionar. A pesar de ganarnos un enemigo como el Rey Laurent, tiene un gran ejército que unido al nuestro nos haría casi invencibles en cualquier enfrentamiento. Sin lugar a dudas era un trato ventajoso al que nadie medianamente inteligente se negaría. Mi única parte del trato a cumplir era tomar a su hija en matrimonio.
En vista de que Jasper no continuaba su discurso, Edward comprendió que en ese último aspecto era donde residía el mayor problema. Ya que había empezado a hablar, iba a llegar al fondo del asunto en ese mismo momento, aunque tuviera que sonsacarle la información a modo de interrogatorio.
-¿Tu problema es el matrimonio? –le preguntó finalmente.
-No, mi problema es “este” matrimonio –le indicó. Edward dejó entrever la confusión en su rostro. –Sabes que nunca he tenido interés ni por el romance, ni por perseguir mujeres y mucho menos por conseguir esposa –continuó. –Consideraba que siendo tan joven aún quedaba mucho tiempo como para planteármelo siquiera. En el poco tiempo que llevo reinando sólo me he preocupado por volver a componer este reino que, por desgracia, mi padre había dejado tan maltrecho, en un estado deplorable. Todos mis esfuerzos se han basado en intentar gobernar con severidad, pero con benevolencia y justicia, no dejando ninguna de mis acciones al azar, siempre siguiendo un plan establecido, unas pautas, una estrategia. Sabes que siempre me ha gustado controlar la situación con todas sus posibilidades, sin dejar nada por estudiar o considerar.
-No entiendo a donde quieres llegar, Jasper –le interrumpió su primo.
-Ese es el problema, Edward –exclamó mientras bajaba del alféizar para volver de nuevo a su peregrinaje sin destino a lo largo de su habitación. La confusión de Edward se hizo mayor si cabe. –No sé a donde voy a llegar con este matrimonio, que es lo que me espera, que me deparará el futuro. Siento que, de repente, no sé como debo actuar, que debo hacer para que esto funcione. Esto no es una batalla con soldados y órdenes que dar para ganar una guerra. Sólo somos dos completos desconocidos que, de una día para otro se van a convertir en marido y mujer y con el hecho de gobernar nuestros reinos como único punto en común.
-Eso no lo puedes saber porque, como bien has dicho, aún no la conoces –le corrigió Edward –Aunque yo tampoco conozco a la Princesa Alice –prosiguió –he oído decir que es una joven virtuosa, muy generosa y de buen corazón. Además tengo entendido que es muchacha muy hermosa y que su belleza sólo queda igualada por su alegría y encanto.
-Eso es lo que más me preocupa –reconoció más para él que para su primo. Esa confesión tomó por sorpresa a Edward. No consideraba a Jasper superficial en absoluto así que no entendía su afirmación.
-¿Crees que no te va a gustar? –se atrevió finalmente a preguntar.
Jasper se limitó a devolverle una mueca de desacuerdo.
-¿Entonces? -inquirió Edward.
-Le temo más a que yo no le guste a ella –aceptó muy a su pesar, arrepintiéndose inmediatamente de haberlo dicho en voz alta, quizás su primo lo tomara como otra buena excusa para mofarse de él un poco más. Sin embargo, fue todo lo contrario.
Quizás nunca se lo había dicho, pero Edward admiraba profundamente a su primo, por muchísimas razones. El hacerse cargo de un país cuyo estado era lamentable con tan sólo quince años era digno de admirar. Además no había conocido a un estratega mejor que él, ni que decir tenía de su carisma y don de gentes y de su forma de gobernar. Había llevado a su pueblo y al reino de nuevo al máximo esplendor y por ello lo aclamaban. A todo eso había que añadirle que era un hombre honrado y de buenos sentimientos, y en ese mismo momento le estaba dando la mayor de las pruebas. Se preocupaba más por el bienestar de una muchacha, a la que ni siquiera conocía, que por el suyo propio.
-Primo, yo no entiendo de hombres, pero no te ves nada mal –bromeó Edward tratando de poner una nota de humor al cariz tan serio que estaba tomando la conversación. Para regocijo de Edward tuvo el resultado que esperaba y Jasper rompió a reír.
-A veces eres incorregible, Edward –se rió Jasper. –Estoy tratando de hablarte sobre mis inquietudes y tú lo tomas como un juego.
-Es que es muy posible que tú te lo estés tomando muy a pecho. Entiendo perfectamente tu preocupación, vas a iniciar una vida en común con alguien que no conoces, con una muchacha con la que tal vez no tienes nada en común, quizás con un carácter totalmente incompatible al tuyo y a lo mejor, sin que surja ningún tipo de atracción entre ambos.
-¿Lo ves? ¿Te haces cargo ya de la envergadura de mi problema? –dijo con alivio.
-¿Y tú te haces cargo de que no he parado de decir cosas como “tal vez”, “quizás”, “a lo mejor”? –le rebatió Edward. ¡Por el amor de Dios, Jasper! Tú mismo lo has dicho ¡Ni siquiera la conoces! ¿No crees que al menos deberías dejar de preocuparte por un momento por lo que pueda pasar? ¿Para que regalarte noches de insomnio pensando en que podrías hacer para que lo vuestro funcione cuando a lo mejor mañana, en cuanto os veáis por primera vez os enamoráis irremediablemente el uno del otro?
-Edward… -intentó reprenderle Jasper.
-No Jasper –le cortó, tomándole por el brazo obligándole a parar su transitar para que le prestase la máxima atención -en el fondo, aunque ahora no quieras reconocerlo, sabes que tengo razón. Quizás me he excedido en lo del “amor a primera vista” pero sabes perfectamente a lo que me refiero. Deja de intentar controlar la situación, como siempre haces con todo, porque, al contrario que en el resto de ocasiones, esta vez no te va a salir tan bien como de costumbre. El corazón no entiende ni de estrategias ni de planificaciones y, aunque intentes controlar el tuyo, no vas a poder controlar el de ella. Lo siento primo pero me temo que te va a tocar jugar a un juego al que no estás acostumbrado.
-¿A cuál? –le preguntó si entender muy bien de que le hablaba.
-Al de “dejarse llevar” –le contestó dándole una palmada afectuosa en la espalda. Jasper por su parte agachó la mirada hacia sus pies, en señal de derrota. –Si esta noche eliges desvelarte de nuevo –le dijo mientras se dirigía hacia la puerta de la habitación, -no sería mala idea que tomases en consideración lo que te acabo de decir. Aunque –añadió con una sonrisa pícara mientras tomaba el pomo de la puerta –deberías tratar de descansar si quieres tener un buen aspecto mañana y causarle una buena impresión a tu prometida.
Edward salió riéndose de su propia ocurrencia, cerrando la puerta tras de sí rápidamente, antes de que le alcanzara el primer libro que su primo había tomado para lanzárselo. Jasper no pudo evitar sonreír ante su broma. Tenía a su primo en gran estima a pesar de que su visión de las cosas no siempre coincidiera, como en ese momento. Sin embargo, nunca estaba de más ver el espejo bajo otra mirada, verdaderamente su visión estaba más que borrosa, quizás la de su primo le diera un poco de luz.
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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:53 pm

Bueno dado que estoy de buenas les dejo otros 2:
CAPITULO 2

Rosalie avanzaba rápidamente por el corredor hacia los aposentos de su hermano. Aún faltaban algunas horas para que su futura cuñada llegase pero tenía que estar todo dispuesto cuanto antes. A pesar de que le había dado instrucciones precisas a la gobernanta, quería ser ella misma la que supervisase todo, como hacía siempre desde que su hermano accediese al trono seis años atrás. Desde un principio supo que Jasper no iba a precisar de su ayuda para hacer frente a tal responsabilidad por lo que optó por ayudarlo de una forma más práctica, así que era ella la que llevaba el control sobre el funcionamiento del castillo. Jamás se sintió como una simple “ama de llaves”, al contrario, tenía la libertad y el poder para manejar todo el castillo y su servidumbre tal y como ella consideraba oportuno y nunca recibió una queja o reclamo por parte de su hermano. Siempre contaba con su apoyo a la hora de tomar de decisiones, y se mostraba agradecido de que le liberase de la responsabilidad de ocuparse de todo ese tipo de “asuntos domésticos”.
Por su parte, ella tampoco tenía motivos para estar disconforme. Por un lado esta tarea la mantenía ocupada, no le resultaba nada atractiva la idea de una vida ociosa y despreocupada. Además siempre encontraba tiempo libre para dedicarle a su ocupación favorita, la cría de caballos. Era perfectamente consciente de que ésta no era la afición propia de una “damisela”, según muchos debería pasarse la vida bordando o paseando por el jardín. Sin embargo, el qué dirán o la opinión de los demás no eran algo suficiente para ella como para renunciar a su pasión. Se sentía orgullosa de que las cuadras reales contaran con los mejores y más hermosos ejemplares, gracias a su dedicación y cuidados diarios.
Cuando entró en la recámara, las muchachas, al verla, hicieron una rápida reverencia saludándola, volviendo rápidamente a sus quehaceres. Dio una vuelta completa alrededor de la habitación para comprobar que todo estaba quedando perfecto, tal cual lo había ordenado. Se dirigió a una pequeña puerta abierta que había al final de la habitación, que comunicaba con la recámara que iba a ser ocupada por la Princesa Alice. En un principio, su hermano se había mostrado reticente ante la idea de ocupar antes de la boda los que eran los aposentos de sus padres pero, Rosalie, le mostró el lado lógico de su idea y él no tuvo más que aceptar, esperando que su prometida también lo hiciera.
Estaba por entrar a la recámara de la princesa cuando vio aparecer por la puerta de la habitación a Jasper, con un ramo de flores en la mano. Era un bouquet de rosas blancas con pequeñísimas violetas adornándolo, un arreglo hermoso y delicado.
-Qué flores tan bellas, ¿son para mí? -preguntó divertida sabiendo cual era la respuesta.
-Éstas en concreto no son para ti, pero creo que por aquí tengo algo más apropiado con tu encanto -respondió mientras sacaba un rosa roja que llevaba escondida bajo la casaca y se la ofrecía.
-No me digas que entre los asuntos de estado, posibles invasiones y revisiones de impuestos encuentras tiempo para dedicarte a la jardinería. Puedo buscarte trabajo en la cocina si quieres -bromeó mientras olía la flor que le acababa de entregar.
-¿Acaso no te gusta? -le cuestionó sonriendo mientras colocaba el ramo en un jarrón. Ella se acercó para terminar de acomodarlo.
-A las mujeres nos suelen gustar este tipo de lindezas, eso es cierto -afirmó con mirada cómplice.
-Espero que tengas razón -suspiró con preocupación.
-Deja ya de afligirte tanto. Todo va a salir muy bien -le aseguró. -Posiblemente estará agotada tras el viaje pero podría apostar que el detalle de las flores no le pasará desapercibido, al contrario, le va a encantar -concluyó tratando de animar a su hermano mientras él se lo agradecía con una sonrisa. Tras eso, abandonó la habitación para seguir con su tarea y asegurarse de que todo estaba preparado a tiempo.
Efectivamente, para Alice, el viaje estaba resultando tedioso y extenuante. Bella se había pasado todo el trayecto leyendo uno de esos libros sobre filosofía que a ella le costaban tanto leer, así que el silencio reinaba en el carruaje. Seguramente, en otras circunstancias habría sido molesto, incluso poco probable, pero en ese momento no le importaba en absoluto. Con su humor no era buena compañía para nadie y, en realidad, se alegraba de que Bella así lo hubiera entendido.
Miró por enésima vez por la ventanilla, los rosas y anaranjados estaban tiñendo ya el cielo del atardecer, que se fundía con el azul del lago que estaban bordeando en ese momento. Una cosa era cierta, los paisajes del que iba a ser su nuevo reino eran incomparables. Notó como el carruaje giraba en un recodo del camino y la silueta de un gran castillo recortando el horizonte se presentó ante ella. Un escalofrío recorrió su espalda. El viaje estaba a punto de finalizar y con ello daba paso al inicio de otro viaje del que aún no conocía el rumbo y cuyo destino era del todo incierto.
Ya había oscurecido cuando atravesaron las murallas y recorrieron los últimos metros que restaban para alcanzar el portón principal. Por fin, el carruaje se detuvo al pie de una escalinata que se elevaba ante el imponente castillo. Al final de las escaleras pudo ver tres figuras flanqueadas por sendos guardias. En medio se hallaba un muchacho alto y delgado, pero bien formado, de cabello rubio y ondulado, el Rey Jasper, supuso. A su izquierda se encontraba otro muchacho de cabellos cobrizos y un tanto alborotados, casi tan alto como el anterior y de semejante complexión. A su derecha vio una muchacha esbelta, de cabello rubio, que caía en cascada casi hasta su cintura. No percibía del todo sus facciones debido a la distancia pero, parecía muy bella. Su elegancia y distinción eran notorias.
Fijó su vista en los escalones, recorriéndolos despacio. Cuando llegaron a lo alto, escuchó la voz de Emmett, efectuando las presentaciones pertinentes.
-Buenas tardes, Majestad, Altezas -dijo mientras se inclinaba. -Permítanme que les presente a sus Altezas, la Princesa Alice y la Princesa Bella -anunció señalando a cada una de ellas.
Alice, cabizbaja aún, tomó delicadamente su vestido, para, al igual que su prima, inclinarse en una reverencia. Aún no se había incorporado totalmente cuando sintió como una mano tomaba dulcemente la suya.
-Espero que hayáis tenido un buen viaje –dijo Jasper antes de bajar su rostro y posar levemente sus labios en la mano de la muchacha.
Fue un roce suave, pero cálido, lo suficiente como para sacar a Alice de su sopor y hacerle alzar, por fin, la vista del suelo, y ver como el joven besaba suavemente su mano. De repente, sintió como esa calidez se extendía desde sus dedos hacia todo su cuerpo, llenando de esa agradable y desconocida sensación todos los rincones de su ser, mientras el deseo de no dejar de sentir jamás el tacto de esa mano en su piel nacía incomprensible e irrefrenablemente en su corazón. Cuando Jasper levantó el rostro al fin para incorporarse, los ojos de Alice se toparon con una maravillosa mirada azul. En ese preciso instante, la mente de Jasper quedó atravesada por la visión más hermosa que jamás hubiera podido imaginar, la de unos bellos ojos grises que lo miraban llenos de anhelo, quedando irremediablemente prendido de ellos. Se dio cuenta de que quizás estuviese tardando demasiado en liberar la delicada mano de la muchacha y de que, posiblemente, no era apropiado el mantener su mirada fija de esa manera en aquel rostro angelical, pero había quedado atrapado por el embrujo de aquellos ojos y el resto dejó de tener importancia para él. Sólo la necesidad de perderse en ellos, y no regresar hasta haber reconocido cada tonalidad plateada que recorría sus pupilas, hasta no haber memorizado cada uno de sus reflejos violáceos que los adornaban y que los hacían más hermosos si eso era posible. Finalmente y, muy a su pesar, la voz de Edward lo sacó de su ensimismamiento.
-Permitidme que me presente -dijo dirigiéndose a Bella -soy el Príncipe Edward, primo de su Majestad –informó mientras se inclinaba besando su mano.
-Sí –afirmó Jasper recuperando ya su compostura –y esta es mi hermana, la Princesa Rosalie, -añadió mientras soltaba la mano de Alice para tomar la de su gemela. Ella a su vez hizo una reverencia a la que ambas muchachas respondieron de la misma forma.
-Imagino que estaréis agotadas después de una jornada de viaje –supuso la joven -¿por qué mejor no entramos y os mostramos vuestros aposentos? –indicó dirigiendo ya sus pasos al interior del castillo, justo para detenerse en la antesala.
-Por favor, conducirlas a sus recámaras. –le pidió a su hermano y a su primo. -Yo le indicaré al muchacho donde están las habitaciones de la guardia ya que me dirijo a la cocina. Voy a ordenar que os preparen un buen baño y algún refrigerio para que lo toméis en vuestra habitación. Es muy tarde así que dejemos las formalidades para mañana –dijo ahora con una mirada comprensiva hacia las princesas. –Espero que paséis una buena noche –se despidió amablemente. Seguidamente, dirigió sus pasos a la cocina y, sin mirarlo siquiera, exclamó secamente –Muchacho, acompáñame.
Los ojos sorprendidos de Emmett buscaron los de Alice. Ella afirmó levemente con la cabeza, por lo que se limitó a inclinarse y desearles buenas noches a todos para, rápidamente, seguir los pasos de la Princesa Rosalie, que ya casi había llegado al final del corredor.
Tras eso, los cuatro se despidieron para hacer sus respectivos trayectos a sus habitaciones, que se encontraban en direcciones opuestas. Bella advirtió, justo antes de volverse hacia el corredor que conducía a su cuarto, como Jasper alzaba su mano demandando la de su prima, para tomársela suavemente mientras empezaban a caminar. Una sonrisa abordó sus labios ante esa imagen. Empezaba a sospechar que el recelo de Alice era más que infundado, sobre todo, si tenía en cuenta la idílica escena que acababa de presenciar entre ellos dos hacía unos minutos. Nunca había visto una mirada tan intensa en unos simples desconocidos. Quizás, que Alice encontrara la felicidad no iba a ser tan difícil después de todo. La simple idea le hizo emitir una leve risita.
-¿Podría saber qué os complace tanto? –preguntó Edward con curiosidad.
-Oh, no es nada –mintió Bella.
-Parece ser que mi primo es todo un caballero –le confió sonriendo, haciéndole ver que, en realidad, también él se había dado cuenta de ese pequeño detalle. -¿Me permitís? –preguntó divertido al alzar su mano imitando el gesto de su primo de hacía un momento.
-Por supuesto, Alteza –rió Bella mientras posaba su mano sobre la de Edward.
-Además, tengo la ligera sospecha de que todas nuestras preocupaciones van a quedar en nada. –le aseguró Edward. Bella se sorprendió ante tal afirmación.
-¿No estáis de acuerdo, Alteza? –preguntó serio ante el rostro asombrado de la joven.
-Sí, no, no me malinterpretéis – titubeó ella. –Es que precisamente estaba pensando lo mismo que vos –le aclaró.
-Creo que es sólo cuestión de darle tiempo al tiempo –afirmó Edward sonriendo.

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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:54 pm

-Estoy completamente de acuerdo con vos, otra vez –añadió con alivio, mientras reía tímidamente, ocultando su boca con su otra mano. No se percató hasta ese momento de que se había olvidado por completo de dejar en el equipaje de mano el libro que había venido leyendo. Edward alcanzó a ver el volumen y paró casi en seco al ver de qué se trataba.
-¿Su Alteza está leyendo a Platón? –exclamó el joven con una mezcla de asombro y admiración en su voz.
-Sí –respondió mostrándole orgullosa el libro que le había regalado su padre. -¿Por qué os sorprende tanto? –preguntó ante la expresión del muchacho.
-Disculpadme mi asombro –dijo mientras lo tomaba –pero Platón no es que sea precisamente una lectura “ligera” y menos para una muchacha tan joven como vos –concluyó devolviéndole el tomo.
-¿Acaso por ser mujer no debo estar interesada en Los Clásicos? –cuestionó sin saber muy bien si debía considerarlo una ofensa.
-No pretendo ofenderos en modo alguno, Alteza –le aclaró él rápidamente mientras iniciaban de nuevo su marcha –Es sólo que todas las muchachas que conozco están más interesadas en coleccionar vestidos y joyas que en la literatura.
-Quizás deberíais conocer a otro tipo muchachas –bromeó ella, en señal de que había aceptado sus disculpas.
-Posiblemente tengáis razón –aceptó con una sonrisa. –Tal vez os complazca saber que, casualmente, una copia idéntica a la vuestra descansa sobre mi mesita de noche –dijo señalando el libro que descansaba ahora en el regazo de la joven.
La expresión de la muchacha no le dejó lugar a dudas de que el hecho le sorprendía gratamente por lo que prosiguió. -Y tal vez, si os apetece una lectura un poco más amena, he terminado de leer recientemente “La Eliada”, podría prestároslo -le ofreció el joven.
-Pues os lo agradecería enormemente –sonrió Bella ante tal ofrecimiento -Esa obra de Homero aún no la he leído. Sería interesante leer algo nuevo para variar, los pocos libros que he traído conmigo los conozco casi de memoria.
Edward aminoró su paso, pensativo.
-Se me ocurre una idea mejor –dijo al fin. –Me gustaría mucho enseñaros algo, Alteza. ¿Me harías el honor de acompañarme mañana? –preguntó Edward.
-¿Puedo saber a dónde? –quiso saber ella.
-Preferiría no decíroslo, quisiera que fuera una sorpresa –respondió Edward.
-No me gustan las sorpresas –le informó Bella.
El hecho sorprendió a Edward pero insistió. –Os aseguro que valdrá la pena mantener el suspense hasta mañana.
-Está bien –aceptó la joven, casi a regañadientes. –Pero más os vale que realmente valga la pena –amenazó en tono de broma.
-Os prometo que así será. -sonrió él. De repente, Edward dejó escapar una risa.
-¿Podría saber qué os complace tanto? –preguntó Bella divertida al citar sus mismas palabras de hacía sólo un momento.
-Es que muy poca gente logra sorprenderme y vos, en cuestión de minutos lo habéis hecho y no una, sino varias veces –le explicó sonriente, mientras observaba que un leve rubor maquillaba las mejillas de la joven. -¿Podría preguntar vuestra edad?
El rubor en sus mejillas se hizo ahora más evidente.
-Mi curiosidad es del todo inocente, Alteza. Parecéis una muchacha muy madura, para la edad que aparentáis –se apresuró a aclarar.
–Tengo diecinueve años, uno más que Alice –respondió -¿Me devolvéis el favor y me decís vos qué edad tenéis?
-Veintiuno, al igual que Jasper y Rosalie. No sé si sabíais que son mellizos –le informó.
-La verdad es que no –negó ella.
-En realidad Rosalie es mayor que Jasper por cinco minutos. A veces cuando están en desacuerdo por algo le amenaza diciéndole que le va a reclamar el trono por haber nacido primero, pero al momento cambia de opinión. Primero porque nunca le haría eso a su hermano y segundo porque es consciente de que jamás podría empeñar esa labor con la misma destreza que él, además de que son tantas las veces que se lo dice que Jasper ya no la toma en serio, normalmente rompen a reír y… fin de la discusión –le dijo mientras sonreía al evocar uno de esos momentos del que él había sido testigo.
-Todos dicen de él que es un magnífico rey –reconoció ella.
-Y mejor hombre, eso os lo garantizo –afirmó Edward. –Por eso Alteza, os recomiendo que no os preocupéis por vuestra prima. Está en buenas manos –concluyó mientras se detenía.
-Está es vuestra recámara –le informó mientras le abría la puerta. –Inmediatamente os traerán vuestras cosas. Mi habitación está justo al lado, me pongo a vuestra disposición para lo que deseéis –dijo mientras se inclinaba besando su mano. –Espero que descanséis y no olvidéis nuestra cita de mañana.
-No la olvidaré. Buenas noches –contestó sonriendo antes de cerrar la puerta. Durante un momento se quedó apoyada de espaldas a la puerta, con la vista hacia el techo. Su estancia en el castillo se presentaba más que interesante. Llevaba menos de una hora en él y ya había tenido una de las conversaciones más interesantes desde hacía mucho tiempo. El Príncipe Edward era muy agradable y sobre todo, encantador. De nuevo el calor incendió sus mejillas al recordar su sonrisa y sus ojos, unos ojos tan verdes que relucían como las propias esmeraldas.
De repente, llamaron a la puerta. Eran las camareras que venían a prepararle el baño, justo lo que necesitaba para despejar su mente y relajarse después del viaje. Esperaba que Alice se sintiera bien, a pesar de todo no podía dejar de preocuparse. Lo primero que haría al levantarse sería ir a hablar con ella, tenía que averiguar que le había parecido su prometido y si le había gustado, tal y como a ella le había parecido. Pero eso sería mañana, no quería pensar en nada más, ahora iba a disfrutar de ese baño y a descansar. Sin embargo, fue inevitable que un par de ojos verdes se enhebrasen en su mente una vez más.
Mientras caminaba por el corredor, Alice se preguntaba a que se debía ese sentimiento de calma que la embargaba por completo. Quizás se debiera a que estaba agotada del viaje, o la perspectiva de un baño relajante ante su cuerpo entumecido o, tal vez, sentir de nuevo el cálido contacto de esa mano que sostenía con delicadeza la suya. No se habían dicho ni una sola palabra en todo el trayecto, pero en ese momento, para ella las palabras eran innecesarias. Se sentía bien, tranquila, como hacía mucho tiempo no lo hacía. Fue cuando se detuvieron cuando finalmente Jasper le habló.
-Estos son vuestros aposentos, mi señora –indicó Jasper abriéndole la puerta.
Un pequeño pálpito golpeó el corazón de Alice al escuchar las palabras con que Jasper se había referido a ella; “mi señora”. Sólo había escuchado esas palabras de labios de su padre, cuando se refería a su madre, a su esposa. La certidumbre de que en unos días iba a unir su vida a la de ese hombre para siempre se hizo tangible ante sus ojos.
De repente, al entrar en la recámara, una ola de esencia de rosas tiznada de violetas embriagó sus sentidos. Dirigió su mirada al bouquet que estaba sobre la cómoda y se aproximó, tomando una de las rosas y llevándola hasta su nariz, con sus ojos cerrados para así percibir mejor su aroma. Tras un instante, abrió los ojos y dirigió su mirada a Jasper. El joven pudo ver como, lentamente se empezaban a curvar los labios de la muchacha hasta que una amplia sonrisa iluminó su rostro mientras los reflejos violáceos de sus ojos se volvían más brillantes y los hacía resplandecer.
-Son mis flores favoritas –dijo con entusiasmo. Jasper se dio cuenta de que aún no había escuchado la voz de su prometida, hasta ese momento. Su delicada voz de niña resultaba ser música para sus oídos.
-Entonces he sido afortunado en mi elección –afirmó él lleno de satisfacción.
-¿Ha sido idea vuestra? –preguntó sorprendida.
-Si, mi señora, y me alegra mucho que os guste –asintió sonriendo.
Alice extendió su mano, ofreciéndole la rosa que había tenido en sus labios hasta hacía sólo un instante y que él tomó sin dudar.
-Muchas gracias –le dijo mientras con la mirada empezó a recorrer la que a partir de entonces sería su habitación. Sus ojos se posaron en la puerta situada al fondo de la habitación.
-¿A dónde conduce esa puerta? –preguntó señalándola.
-Mis aposentos están al lado de los vuestros. Esa puerta comunica vuestra recámara con la mía –le indicó. El rostro de la joven se llenó de confusión.
-Yo en un principio tampoco estaba de acuerdo pero, Rosalie insistió en que era absurdo alojaros en otra habitación y acomodar todas vuestras cosas allí cuando en pocos días estos pasarán a ser vuestros aposentos. Viendo el lado práctico, creí que estaba en lo correcto. Pero si os incomoda puedo ordenar ahora mismo que trasladen vuestro equipaje a otra recámara –dijo con preocupación. Quizás se había dejado llevar por el pragmatismo de Rosalie, dejando de lado el posible malestar de su prometida ante esa situación.
-No –le cortó ella. –No os preocupéis, bien pensado vuestra hermana tiene razón.
-Sí, pero vuestro bienestar es lo primero –insistió. -No quiero que os sintáis incómoda.
-Os agradezco vuestra inquietud, pero es innecesaria –le aseguró calmadamente.
-Está bien –aceptó, dando el tema por concluido. –Imagino que las camareras no tardarán en venir a preparar vuestro baño, así que me retiro. Sin embargo, quería haceros una petición antes -añadió, desviando su mirada de ella.
-Decidme –le dijo, pidiéndole continuar.
-Me complacería mucho si mañana me acompañaseis a dar un paseo. Me gustaría ser yo mismo quien os enseñase vuestro nuevo hogar –afirmó mientras trataba de dominar el nerviosismo de su voz. El temor a que rechazara su compañía se hizo patente.
Alice sonrió tímidamente ante tal proposición.
-Estaría encantada de acompañaros –accedió.
-Muy bien –dijo mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. –Ahora sí me retiro. Que descanséis –se despidió con una leve reverencia para después dirigirse hacia la puerta.
-Mi señor –exclamó Alice. Al parecer su subconsciente había decidido dedicarle la misma cortesía que él había tenido para con ella. Le sorprendió gratamente que no le resultase en absoluto malsonante en sus oídos.
-Decidme, mi señora –respondió deteniéndose en el umbral de la puerta, girándose para verla de frente.
-No veo necesario que tengáis que salir al corredor para ir a vuestros aposentos –dijo mientras señalaba la puerta que había sido el objeto de su conversación un minuto antes.
-Si no os incomoda –dudó.
-Por favor –asintió ella con la cabeza, alentándole.
Jasper asintió a su vez y cerró la puerta tras de sí para dirigirse al fondo de la habitación, no sin antes detenerse ante su prometida y tomar su mano por tercera vez esa noche y besar su dorso de nuevo.
-Que durmáis bien, mi señora –susurró.
Ella no pudo más que asentir mientras sintió un leve ardor en sus mejillas. Para cuando se sobrepuso, Jasper ya había desaparecido tras aquella pequeña puerta.
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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:56 pm

CAPITULO 3
Apenas estaba amaneciendo, los tenues rayos de sol se reflejaban débilmente en la superficie del lago y el silencio sólo se veía interrumpido por el movimiento de su cuerpo contra el agua. Cuando el día anterior durante su viaje se aproximaban al castillo y Emmett divisó ese magnífico lago, decidió que, en cuanto le fuera posible, le haría una visita. Supuso que su princesita aún tardaría en despertar un tiempo más después de lo agotado del viaje, por lo que probablemente no necesitaría de él hasta unas horas más tarde y, por otro lado, creyó que era demasiado temprano para presentarse ante el rey y poder concretar sus funciones en el castillo. Así que era el momento idóneo para relajar sus músculos después del poco descanso obtenido la noche pasada en su habitación del cuarto de guardias.
Era consciente de que un motivo importante de su desvelo era saber como estaría Alice. Casi no había articulado palabra durante todo el viaje, pero la seriedad de su rostro no daba lugar a dudas de que no había terminado de aceptar el nuevo rumbo de su vida. Además, al haber llegado al castillo ya entrada la noche, la habían llevado directamente a su recámara, apartándola de su vista y de su protección, viéndose él arrastrado a su cuarto por aquella princesa tan altanera y petulante.
No podía llevarse a equívoco, aunque Alice nunca lo había tratado así, él era consecuente con su posición, el hecho de que ella se comportara con él con cariño y confianza no le hacían olvidar jamás cual era su lugar, así que el hecho de que alguien pudiera tratarlo con desdén nunca le había afectado en lo más mínimo, nunca, hasta esa noche. No supo si fue su manera tan altiva de llamarle “muchacho” como si aún fuera un imberbe, el engreimiento de su voz al saberse poderosa, o la vanidad que emanaba de su mirada al saberse hermosa e inalcanzable por cualquiera en centenares de millas a la redonda.
Aún recordaba como se había parado frente a la puerta, alzada su barbilla y con sus brazos en jarra entallando su fina cintura y como, sin apenas mirarlo, la oyó decir “este es el cuarto de guardias, muchacho” e inmediatamente, giró sobre sus talones y se marchó con aquel vaivén de caderas que lo hipnotizaron durante un segundo. Era hermosa, más que hermosa, era una deidad, y de las más peligrosas. Su mirada azul hielo ardía de orgullo y arrogancia formando la más infranqueable de las barreras, mientras su cuerpo voluptuoso incitaban a dejarse llevar y cometer el mayor de los pecados, como una tentación de la que era mejor alejarse cuanto fuera posible.
Sin embargo, es bien sabido que nuestros propósitos no sólo dependen de nuestras acciones. Poco podía imaginarse Emmett que el objeto de sus reflexiones no andaba lejos. Por supuesto que no era premeditado, ella hacía ese mismo recorrido en su paseo a caballo matutino cada día y, cada día ataba las riendas de su yegua a ese árbol, sobre el que ahora había depositada una camisa, para sentarse al borde de ese lago que esa mañana no estaba tan deshabitado como de costumbre.
Había pensado en, simplemente, pasar de largo, cuando se dio cuenta de que el muchacho que se encontraba nadando era el guardia de la Princesa Alice. Sin ni siquiera bajar del caballo se agazapó tras el árbol para observarle.
No es que nunca hubiera visto el torso de un hombre, muchas veces, al ir a las cuadras, había sorprendido a algún muchacho sin camisa tratando de combatir el calor estival, cubriéndose en cuanto se percataban de su presencia. Algo que para los mozos siempre era una lamentable y embarazosa situación, para ella siempre resultaba divertido e incluso entretenido. No sabia si tal apuro era debido a su poder, o a su hermosura o por ambos motivos pero, debía reconocer que ser la causante de ello la llenaban de, digamos, orgullo femenino.
Rosalie vio que el muchacho dejaba de nadar en ese momento, situándose de espaldas a ella, sumergido hasta la cintura. Alzó los brazos para pasar las manos por sus cabellos y dejarlos libres de agua. Con ese movimiento toda la musculatura de su bien definida espalda, de sus moldeados brazos, de sus anchos hombros quedaron perfectamente visibles.
Sin apenas proponérselo recorrió, estudió con su mirada, cada una de las curvas que formaban su cuerpo, desde su cuello a su cintura. Los débiles rayos del sol se reflejaban en las pequeñas gotitas que habían quedado adheridas a su piel y que la recorrían para volverse a perder en la superficie del lago. Durante un instante, imaginó que sus propios dedos eran los que recorrían los surcos con los que aquellas gotas marcaban su espalda y un repentino ardor nació en su interior. Le fue imposible evitar que un pequeño suspiro escapase de su garganta, lo que provocó que Emmett se girara a comprobar de donde venía aquel sonido. Azorada como estaba debido a, por un lado, su pequeña debilidad de hacía un segundo, por aquella sensación que aún hervía en su pecho y por saberse descubierta mientras espiaba al muchacho, apenas acertó a tomar de nuevo las riendas de su caballo. A pesar de ser una experta amazona no fue capaz de dominar a su yegua que se encabritó, lanzándola al suelo y corriendo desbocada hacia el castillo.
En ese momento no supo que le dolía más si su orgullo al verse derribada por su propio caballo ante aquel muchacho o sus posaderas que ahora yacían en el suelo. Al intentar levantarse quedo de manifiesto que, en realidad, su tobillo había sido el peor parado, apenas pudo soportar la punzada de dolor que le recorrió el pie, así que volvió a derrumbarse en el suelo. Para ese entonces, Emmett ya había salido del agua y corría en su dirección para ayudarla.
-No os mováis Alteza, dejadme que os ayude -le pidió -¿Dónde os duele?
-El tobillo -le indicó. Emmett se inclinó y, apartando un poco el borde del vestido se dispuso a palparle.
-¿Qué crees que haces? -inquirió ofendida, alejando su tacto de un manotazo.
-¿Comprobar que tan dañado está el tobillo? -le explicó él sorprendido.
-¿Y tienes que tocarme para eso? -preguntó ella irritada, a la vez que se daba cuenta de su disparatada pregunta.
-¿Conocéis una forma mejor, Alteza? -cuestionó divertido.
-Está bien -accedió a regañadientes. Emmett empezó a palpar su tobillo mientras ella emitía, entre muecas, leves muestras de dolor.
-Sólo es una torcedura -concluyó él -pero no deberíais caminar. Permitidme que os ayude a levantaros -se ofreció alzándose mientras tomaba su mano.
Rosalie se levantó también pero, debido al dolor, perdió un momento el equilibrio yendo a parar directamente sobre el pecho de Emmett. En un intento de no caer de nuevo se apoyó en él, su mano sobre su musculoso brazo, haciendo que aquel ardor que hacía un sólo instante había logrado apaciguar renaciese con más fuerza, alimentado seguramente por el tacto de sus manos varoniles en su cintura al tratar de sostenerla impidiendo su caída. “No, otra vez esa debilidad no”, se alentó a sí misma, así que se esforzó por mantener su aplomo.
-¿Podrías cubrirte? -le ordenó ella con su acostumbrada altanería, intentando aparentar una total seguridad, aunque, para Emmett no pasase desapercibido el fulgor en sus ojos.
-¿Acaso os molesta ver el cuerpo de un hombre? -le provocó él aumentando sensiblemente la presión de sus dedos sobre su talle.
-No -negó ella revolviéndose y soltándose de sus manos -simplemente estáis mojando mi vestido -respondió levantando su barbilla de aquella forma en que a Emmett le estaba resultando ya más que familiar.
-Está bien -rió él mientras tomaba la camisa de la rama en la que él la había dejado y se la ponía rápidamente. Tras eso tomó las riendas de su caballo y lo acercó a donde estaba la muchacha. Sin pedirle permiso alguno la tomo de nuevo por la cintura y la alzó sin ningún tipo de esfuerzo, sentándola en la grupa. Luego con un ágil movimiento se montó en el caballo, posicionándose detrás de ella, pasando sus manos cerca de su cintura para tomar las riendas.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó Rosalie ante tal atrevimiento.
-¿Os llevo al castillo? -respondió con tono aburrido ante lo absurdo de la cuestión.
-No veo la necesidad de compartir montura -afirmó ella con desdén.
-¿Acaso pretendéis que yo vaya caminando? -rió él. Su soberbia no tenía límites pero él sabía como aplacarla.
-Es lo correcto -aseveró ella casi con furia.
-¿Y es por hacer lo correcto por lo que habéis perdido vuestro caballo? -le sugirió él apenas en un susurro, sintiendo ella su aliento en su mejilla. Supo en ese momento que esa era una batalla perdida, pero sólo una batalla, no la guerra. Y si él quería guerra, la tendría.

§ ~ * ~ §

Edward se dirigía a la habitación de su primo. Normalmente solían encontrarse en el comedor para desayunar juntos pero ese día se apresuró para encontrarlo en su recámara. Sentía una gran curiosidad sobre que le había parecido su prometida y no creyó prudente el mantener esa conversación al alcance de oídos indiscretos.
-¿Puedo pasar? -preguntó llamando a la puerta.
-Sí claro, pasa -se escuchó la voz de Jasper dentro de la habitación. -Estás muy madrugador hoy -le dijo sorprendido mientras lo veía entrar y cerrar la puerta tras de sí.
-No creo que sea correcto hablar de tu prometida en el comedor donde todos puedan oírnos -contestó mientras le guiñaba un ojo.
-Así que ese es el motivo de tu visita -sonrió tomando la túnica de encima de la silla para ponérsela.
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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:57 pm

-No pensarás que después de la tortura a la que me has sometido todos estos días con ese asunto no voy a estar interesado en saber tu opinión tras haberla conocido -bromeó Edward sentándose en el diván.
-Y por lo que veo ya te has puesto cómodo -señaló mientras acomodaba su cinturón, terminando así de vestirse.
-Soy todo oídos -le indicó cruzando sus manos sobre su regazo y estirando las piernas sobre el diván. Su primo soltó una carcajada ante su gesto.
-No veo que tanto pueda decirte, apenas estuve con ella. La traje a su recámara y me retiré enseguida, supuse que estaría cansada del viaje -le dijo encogiéndose de hombros tratando de restarle importancia al tema.
-Primo, no utilices tu diplomacia conmigo que no va a funcionar -le avisó con sonrisa pícara -¿acaso no la devorabas con la mirada en cuanto la tuviste ante tus ojos?.
-¿De qué hablas? -cuestionó intentando mostrarse sorprendido. Hubiera funcionado si no hubiera sido por el temblor de su voz. Edward no pudo reprimir una risotada.
-Si no quieres hablar sobre ello me parece bien, pero no intentes tapar el sol con un dedo -le dijo adoptando ahora una postura más seria, retirando los pies del diván -Creo que te conozco lo suficiente como para asegurar que la princesa derrumbó con la primera de sus miradas todo ese halo de calma y seguridad que siempre te rodean -prosiguió.
Jasper se mantuvo en silencio, estudiando una posible respuesta con la que rebatir su afirmación, que tan cerca había estado de la verdad.
-¿Vas a intentar negarlo? -inquirió Edward viendo sus intenciones.
-Está bien, está bien -se rindió. Dio media vuelta y se sentó en la cama mirando a su primo. -Digamos que la princesa me impresionó un poco.
Edward lo miró inquisitivo. Jasper suspiró disconforme.
-De acuerdo -admitió al fin derrotado.-¿Te basta si te digo que no había visto ojos tan bellos en mi vida y que me parece la muchacha más dulce y hermosa que jamás he conocido? -aceptó bajando la mirada, sintiendo cierta vergüenza ante la confesión que le acababa de hacer a su primo. Edward se percató de su turbación y se acercó a él, sentándose a su lado.
-No tiene nada de malo que te guste tu prometida, Jasper, al contrario, seréis mucho más felices si surge el amor entre vosotros -aseguró Edward.
El sonido de esa palabra hizo que Jasper se sobresaltara, volviéndolo a mirar.
-Creo que es muy pronto todavía como para hablar de eso. No pienso forzar la situación en lo más mínimo -negó con un movimiento de cabeza. -Si algo surge entre los dos no voy a evitarlo ni rehuirlo, por supuesto, pero tampoco voy a hostigarla o presionarla en un intento de acelerar las cosas. Para mí, lo primordial ahora es que se sienta cómoda, quiero que sea feliz aquí -declaró Jasper.
Edward le dio un leve golpe en la espalda, asintiendo, haciéndole ver que compartía su opinión. De repente, el eco de la risa de un par de voces femeninas proveniente de la recámara contigua se hizo sentir en la habitación de Jasper. Ambos giraron su rostro dirigiendo su mirada a la pared de donde venía ese sonido.
-Pues no sé si será feliz, pero, de momento, se ha levantado de buen humor -afirmó Edward, sonriendo.
Jasper asintió con una sonrisa en los labios y cierto alivio invadió su corazón al saberla contenta. No había mentido al afirmar que para él lo más importante era su bienestar, pero no sólo eso. Desde la primera vez que posó su mirada en aquellos ojos tuvo la certeza de que, a partir de entonces, haría todo lo que estuviera en su mano por hacerla feliz, incluso si, muy a su pesar, eso suponía mantenerse alejado de ella.
-Será mejor que bajemos a desayunar -dijo Edward al fin sacándolo de sus pensamientos -mis padres no tardarán en llegar -concluyó poniéndose en pie. Jasper asintió y se levantó también, siguiéndolo hacia la puerta, fijando por un momento la mirada en aquella pared que separaba su habitación de la de su prometida.
-Bella, deja ya de reírte y de brincar por la habitación -le pidió Alice que, a su vez, también reía. En ese instante, el golpe de una puerta cerrándose las sobresaltó haciendo que ambas quedasen en silencio. Al momento, Bella rompió a reír de nuevo y corrió para subirse a la cama, sentándose al lado de su prima, ambas con las piernas cruzadas sobre el colchón.
-¿No te resulta un poco extraño dormir al lado de tu prometido? -preguntó Bella.
-Reconozco que me sorprendió al principio, pero luego me explicó los motivos por los que habían decidido que ocupara desde ahora esta habitación y no me pareció tan descabellado -le aclaró Alice.
-Creo que nada de lo que él te proponga te va a parecer descabellado -afirmó su prima con tono travieso.
-¡Bella! -exclamó Alice.
-¿Qué? -se sorprendió Bella -pero si me acabas de decir que Jasper te había parecido muy agradable -se quejó ella.
-No te dirijas a él así -la reprendió en voz baja.
-Nadie nos escucha, Alice, jamás se me ocurriría llamarlo por su nombre en presencia de nadie -la tranquilizó.
Alice asintió. -De todas formas creo que deberíamos bajar la voz -le pidió.
-Está bien -protestó Bella bajando el tono. -Pero no me cambies de tema -le advirtió. Me lo acabas de describir como un perfecto caballero, ¿acaso no te agradó?
-Bueno, si -titubeó ella.
-¿Bueno, si? ¿a quién pretendes engañar, Alice?, ¡hacía semanas que no te escuchaba reír! -alegó Bella. -Su “Majestad” -dijo con retintín -pudo mostrarse como todo un gentilhombre ante ti pero, no creo que ese sea un motivo suficiente para que te hayas despertado tan animada esta mañana -le aseguró.
-Alice -insistió Bella ante el silencio de su prima.
-De acuerdo -suspiró Alice -me parece un hombre muy apuesto -aceptó al fin sintiendo como se ruborizaba.
-Entonces ¿te gusta? -preguntó con un tono de complicidad, animando a su prima a proseguir.
Alice afirmó tímidamente con un movimiento de cabeza.
-Me alegro tanto -exclamó Bella abrazándola.
-Pero ¿y si yo no le agrado? -se mostró preocupada Alice.
-¿Cómo puede ser eso posible? -la persuadió agitando las manos.
Justo en ese instante alguien llamó a la puerta.
-¿Puedo pasar, Alteza? -dijo una de las doncellas desde el pasillo.
-Sí, adelante -dijo Alice mientras ambas bajaban de la cama.
La muchacha hizo una leve reverencia al entrar en la habitación.
-Su Majestad quiere haceros saber que os espera junto con el Príncipe Edward para desayunar, tanto a vos como a la Princesa Bella, pero que si gustáis os pueden servir el desayuno aquí en vuestra recámara.
Bella miró sonriente a su prima, que también la miraba sonriendo.
-Dile a su Majestad que bajamos en un momento -confirmó Alice.
-Enseguida, Alteza -dijo la muchacha antes de hacer otra reverencia y salir de la habitación.
-¡Deprisa, Bella, ayúdame a vestirme! -exclamó Alice en cuanto la doncella cerró la puerta.
Rápidamente, Bella abrió el baúl de su prima sacando el primer vestido que encontró mientras Alice se deshacía de su camisón.
-Con que no le agradas ¡eh! -bromeó Bella mientras le abotonaba la parte trasera del vestido.
-Ya te avisé de que era todo un caballero, puede que esperarnos a desayunar sea únicamente como consecuencia de ello, así que no saquemos conclusiones repentinas -le pidió Alice echando un vistazo rápido al espejo de pie que había cerca de la cómoda. Quizás si hubiera tenido más tiempo se habría recogido un poco el cabello pero no quería hacer esperar a Jasper, así que se apresuró a pasarse el cepillo para alisarlo un poco.
Cuando abrieron la puerta para salir al corredor vieron a un par de doncellas que parecían muy inquietas, corriendo por el pasillo. Bella y Alice se miraron preguntándose cual sería el motivo de tal alteración. Justo una tercera pasó por su lado, corriendo al igual que sus dos compañeras.
-¡Muchacha! -la detuvo Alice -¿podrías decirnos que sucede? -pregunto de forma cortés.
-Alteza -dijo inclinándose rápidamente -vuestro guardia acaba de traer en volandas a su Alteza la Princesa Rosalie, parece que ha sufrido un accidente -explicó la joven alarmada que volvió a inclinarse antes de seguir con su carrera.
Ambas volvieron a mirarse de nuevo, estaba vez con el rostro lleno de preocupación para iniciar una marcha apresurada tras las doncellas y comprobar que había sucedido.
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Mensaje por Rose Daniels Dom Feb 07, 2010 7:58 pm

Eso es todo por hoi
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Mensaje por Rosalie McCarty Lun Feb 08, 2010 11:43 am

waaaaaaaaaa!!!! eso ya me lo sabia ja! jejeje, siguele nena! pero, porfa. deja tiempo! jejej, no me queiro perder de nada
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Mensaje por Rose Daniels Lun Feb 08, 2010 7:16 pm

tranquila se que lo volveras a disfrutar... apoco no??
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Mensaje por Rose Daniels Lun Feb 08, 2010 10:14 pm

CAPITULO 4
-Bájame ya -exigió en cuanto llegaron a la escalinata de entrada al castillo.
Lejos de acatar la orden, Emmett se bajó del caballo y la tomó en brazos, emprendiendo el camino que recorría la escalera.
-Viendo lo hinchado que está vuestro tobillo tenéis dos opciones: que yo os lleve hasta vuestra recámara o intentar hacerlo vos misma a saltitos como un conejillo del campo ¿Cuál es menos la humillante para vos? -preguntó con ironía.
Rosalie se limitó a apretar su mandíbula, ese guardia insolente estaba consiguiendo acabar con su paciencia.
-Ya me parecía a mí -concluyó por lo bajo en vista de su silencio y esforzándose para no reír. Estaba disfrutando sobremanera la situación, ¿dónde quedaban ahora su orgullo y su soberbia? Sin embargo, sabía que tanto atrevimiento por su parte podría acarrearle serias consecuencias aunque, volver a sentir esas curvas tentadoras cerca de su cuerpo bien lo valían.
-¿Dónde está vuestra habitación? -preguntó en cuanto llegó a la antesala. Rosalie no contestó, ignorándole, intentando mostrarse ofendida.
-Muy bien -dijo Emmett decidido -os llevaré a mi habitación ya que es lo único que conozco de este castillo -afirmó dirigiendo sus pasos hacia el cuartel de guardias.
-Por el corredor de la derecha -le cortó Rosalie secamente. Emmett rió para sus adentros. Era tan fácil provocarla...
No le hizo falta preguntar cual era su recámara. Las doncellas ya estaban esperándolos dentro de la habitación. La depositó lentamente sobre la cama, apartándose de ella y pronto sus manos echaron en falta el contacto de su cuerpo, las apretó contra sí en un intento de calmar ese anhelo repentino. Sus ojos se encontraron por un momento con los de ella que ardían de rabia e impotencia y maldijo por un segundo la eficiencia de las muchachas; le habría encantado prolongar su diversión un minuto más. Viéndola así, con ese aspecto enfurecido y vulnerable a la vez, le pareció aún más hermosa que la noche anterior. Aquella sensación de peligro irresistible volvió a su mente siendo sustituido rápidamente por la cautela y la prudencia; ante un riesgo de tal calibre lo mejor era alejarse.
No había dado aún un paso para marcharse cuando irrumpieron Jasper y Edward en la habitación, ambos con la preocupación reflejada en su rostro. Tanto Emmett como las camareras se inclinaron ante ellos.
-¿Estás bien? -preguntó Jasper a su hermana, tomando su mano. Ella asintió en silencio.
-¿Qué ha sucedido? -interrogó ahora dirigiéndose a Emmett.
-Su Alteza se cayó del caballo -alcanzó a decir él. Debía pensar rápido. No se le había ocurrido una posible excusa a las circunstancias de la caída de la princesa. En aquel lapso que había durado el trayecto de vuelta al castillo su mente había estado ocupada en otros menesteres.
-Un conejillo espantado se cruzó en mi camino y dama se encabritó, lanzándome al suelo. -explicó Rosalie, lo más convincente que pudo.
Emmett la miró disimuladamente, y se encontró con su mirada azul durante un segundo, en la que ahora centelleaba cierto brillo de satisfacción; así que ahora él era el conejillo...
-¿Tú estabas cerca? -preguntó Jasper a Emmett sin ocultar su desconfianza ante tal argumento, la destreza de Rosalie era notable, lo suficiente como para dominar a su yegua en tal situación.
-Sí, Majestad -afirmó Emmett. -Me dirigía...
-¡¡Emmett!! -La voz angustiada de Alice no le permitió proseguir. Alice entró apresuradamente en la habitación con Bella tras ella, y caminó hacia él, tomando una de sus manos entre las suyas.
-¿Estás bien? -Se preocupó ella.
-Tranquila, princesita, estoy bien -afirmó mientras daba golpecitos cariñosos con su mano libre sobre las de Alice.
Tanto Jasper como Rosalie y Edward se miraron durante un momento, sorprendidos, casi incomodados ante aquella muestra de afecto que estaban presenciando y que ninguno de ellos alcanzaba a entender.
-¿Qué os ha sucedido? -se interesó Bella, haciendo que desviasen su atención de ellos por un momento.
-Me he caído del caballo -le informó ella.
-¿Os habéis lastimado? -preguntó Alice que había soltado a Emmett y se acercaba a su cama.
-Me duele mucho el tobillo pero creo que es sólo una torcedura -señaló Rosalie.
-El linimento de laurel podría aliviaros, puedo ir a buscar un pequeño bote que he traído -se ofreció Bella.
-Creo que deberíamos esperar a que llegara mi padre para que te revise y descarte algo más grave antes de aplicarte nada -sugirió él. -Ya deberían haber llegado, pero mejor voy a su encuentro -decidió saliendo de la habitación sin esperar una posible respuesta.
Bella y Alice se miraron confundidas.
-Majestad, ¿vuestro tío entiende de medicina? -preguntó Bella al fin.
-Quizás desconozcáis que mi tío es el Rey Carlisle -les aclaró Jasper.
En ese momento, la expresión confusa del rostro de ambas princesas se tornó en una completa admiración. Era sabido por todos que el Rey de Meissen era un amante de la medicina y que, incluso, tras años de estudio e investigación, había acudido a la Escuela de Salerno a examinarse, como cualquier alumno, para convertirse en el primer médico de la realeza.
Aún no se habían repuesto de la sorpresa de tal información cuando vieron a Edward de nuevo, entrando en la recámara, acompañado esta vez por los que ellas supusieron que eran sus padres.
El Rey Carlisle era un hombre muy atractivo, de la misma estatura que su hijo, aunque un poco más robusto y con el pelo rubio. Su madre por su parte era una mujer muy hermosa, la viva imagen de la elegancia y la distinción, con su bello rostro enmarcado por una larga y brillante melena color miel.
-La Princesa Alice y la Princesa Bella -las señaló Edward, deteniéndose ante ellas. -Él es Emmett, el guardia personal de la Princesa Alice -añadió.
-Y ellos son mis padres, el Rey Carlisle y la Reina Esme -les indicó. Ambas los saludaron con una reverencia.
-Siento que nuestro primer encuentro sea en estas circunstancias -se disculpó el rey con una sonrisa.
-No os preocupéis, Majestad -le pidió Alice -nos hacemos cargo de la situación.
-Oh, queridas, sois preciosas -exclamó Esme con entusiasmo, a lo que ambas respondieron con una sonrisa y un toque de rubor en sus mejillas.
En ese instante, Bella reconoció los hermosos ojos verdes con que las miraba la reina, eran idénticos a los de Edward, igual de penetrantes y enigmáticos. Y también comprendió de quien había heredado su encanto y su sonrisa cautivadora, de su padre.
Carlisle se giró entonces hacia Jasper y Rosalie.
-Hijos, ¿como estáis? -les saludó rápidamente. -Edward nos ha informado por el camino de tu accidente ¿dónde te duele? -le preguntó a Rosalie sin demora.
-En el tobillo -le indicó ella.
Su tío empezó a palparle, tal y como había hecho Emmett hacía sólo un rato, añorando ahora los escalofríos que habían recorrido su piel con el tacto de sus manos. En esta ocasión, sólo el dolor se hizo presente.
-Es sólo una torcedura -pronosticó Carlisle. A Rosalie le molestó, en cierto modo, el hecho de que Emmett hubiera tenido razón, aunque no entendía muy bien el porqué.
-El linimento de laurel es lo más indicado para estos casos -aseguró el rey.
De repente, todas las miradas se centraron en Bella, excepto las de los padres de Edward que no entendían tal reacción.
-La Princesa Bella acaba de ofrecerle ese ungüento a Rosalie -les aclaró Edward, que no ocultaba su asombro. Bella notó como enrojecían sus mejillas al sentir como, ahora todos los presentes la miraban sorprendidos.
-¿Acaso sabéis de medicina, jovencita? -le preguntó el Rey.
-No, Majestad -respondió ella tímidamente -es sólo que suelo necesitarlo a menudo, por eso siempre llevo una botellita en mi equipaje -admitió ella ardiéndole ahora el rostro. El rey la miró confuso.
-Majestad, mi prima es muy dada a los accidentes -le aclaró Alice con una sonrisita. Bella agradeció para sus adentros que se hubiera referido a su declarada torpeza como “accidentes”.
-¿Verdad que son encantadoras? -le sugirió la reina a su esposo, a lo que él respondió con una sonrisa.
-Pues en esta ocasión nos va a ser de mucha ayuda que seáis tan precavida -declaró él.
-¿Puedes ir a buscarlo a la recámara de la Princesa? -le pidió Jasper a una de las doncellas.
-Está en el pequeño cofre de encima de la cómoda -le indicó Bella a la muchacha.
-Y trae también unas vendas -añadió Carlisle antes de que la doncella se retirara. -Mucho me temo que hoy vas a necesitar reposo -le informó a su sobrina. -No debes apoyar el pie en absoluto. Con el linimento y un vendaje espero que estés mejor mañana.
-Pero tío -se quejó Rosalie -¡tengo muchas cosas que hacer! ¡No puedo estar en cama con todos los preparativos de la boda pendientes! Sin ir más lejos, esta tarde vienen las costureras ha empezar el vestido de la Princesa -exclamó agitada.
Alice volvió a sentir ese pálpito en su pecho aunque no sabía muy bien si era por la declaración de Rosalie, el volver a pensar en el hecho inminente de su boda o por el par de ojos azules que la observaban en ese momento. Jasper la miraba intensamente, como si intentara leer su pensamiento, su alma. Alice no pudo sostener su mirada por más tiempo, sentía que sus piernas flaqueaban.
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Mensaje por Rose Daniels Lun Feb 08, 2010 10:16 pm

Por suerte para Alice, la voz de su tía hizo que Jasper desviara su atención hacia ella.
-Hija, no te preocupes que para eso estoy yo aquí, yo puedo encargarme de todo -le tranquilizó su tía.
De repente, una idea acudió a la mente de Alice.
-Y tal vez las costureras podrían hacerme las pruebas del vestido aquí en vuestra recámara -le sugirió Alice.
-Y yo podría haceros compañía, incluso leeros algo si es de vuestro agrado -se ofreció Bella.
El rostro de Rosalie que se había ensombrecido por un momento al imaginarse en esa cama, postrada durante todo el día, se iluminó ante tales ofrecimientos.
-¿De verdad no os importaría acompañarme? - preguntó mucho más animada. En ese momento, la doncella regresó, entregándole la botellita y las vendas a Carlisle que, con ayuda de su esposa, se dispuso a atender el tobillo de su sobrina.
-Claro que no -le aseguró Alice. -Sólo espero -dijo ahora dirigiéndose a su prometido –que no os moleste si aplazamos nuestro paseo hasta mañana -le pidió tímidamente con miedo de molestarlo.
Jasper sonrió sintiendo como el alivio llenaba su pecho. Por un instante, había creído que Alice buscaba una excusa para anular su paseo con él pero, no sólo le estaba dando a entender lo contrario al querer únicamente posponerlo si no que se mostraba preocupada por que él pudiera sentirse molesto.
-Por supuesto que no me importa -afirmó Jasper -al contrario, os agradezco, a ambas la consideración que estáis teniendo para con mi hermana -concluyó él.
-Imagino que vuestra sorpresa también deberá esperar hasta mañana -supuso Edward dirigiéndose a Bella.
-¿No os importa? -le preguntó ella esperando que él tampoco se ofendiese.
-No os preocupéis -negó él.
-Quisiera pediros algo más -añadió Bella dubitativa.
-Lo que deseéis -accedió él sonriendo.
-Se trata del libro del que me hablasteis anoche -continuó Bella tratando de dominar su voz ante aquella sonrisa arrebatadora. -Me preguntaba si éste sería un buen momento para que me lo prestaseis. Será una lectura mucho más amena que Platón -supuso.
-Por supuesto -respondió Edward, inclinando su cabeza servil.
En ese momento, Jasper tiró disimuladamente de su túnica. Así que le había sometido a todo un interrogatorio hacía menos de una hora cuando él se había reservado el contarle sobre su conversación con Bella de la noche anterior y que parecía que había dado frutos. Viendo que Edward tenía toda la intención de evitar su curiosidad le dio un pequeño pisotón, lo que hizo que finalmente su primo acabara mirándolo.
-Luego te explico -le susurró entre labios de modo que resultase imperceptible para todos menos para él.
-Todo resuelto, entonces -exclamó Edward librándose así del acoso al que tenía pensado someterlo su primo.
-Eso parece -le dijo Jasper mirándolo divertido. Si creía que iba a escapar, es que no lo conocía lo suficiente.
-Majestad- le llamó Emmett. Jasper se giró para mirarlo. Le hubiera encantado decir que casi se había olvidado de su presencia pero aún estaban presentes en su oído y en su retina la forma en que él y Alice se habían tratado hacía unos instantes.
-Quisiera presentarme ante vos para discutir cierto asunto -solicitó Emmett mientras se inclinaba como muestra de respeto.
-De acuerdo, pero supongo que querrás hacerlo de un modo algo más presentable -le espetó Jasper recorriéndolo con la mirada de pies a cabeza.
Sintió como se le tensaba la nuca. Podía palpar, saborear su irritación, pero el canalizarlo hacia las ropas húmedas y desaliñadas del guardia estaba siendo infantil y de poca utilidad. A Emmett, por su parte, no le pasó inadvertida la dureza de las facciones del rey, así que se limitó a afirmar con un movimiento de cabeza.
-Estaré en mi escritorio, en el torreón sur -le informó. Emmett se inclinó a modo de despedida, no sin antes girarse para mirar a Alice, en cuyo rostro se reflejaba la incomodidad ante la situación que estaba presenciando.
-Después conversaré contigo, Emmett -le dijo mientras él le dedicaba media sonrisa, antes de que se encaminase a la salida.
Alice no terminaba de entender el tono de hostilidad en la voz de su prometido, hasta ese momento se había mostrado muy amable y cortés. Quería saber en que términos se había llevado a cabo la plática entre ellos, pero, sobre todo, quería asegurarse de que Emmett fuera considerado tal y como ella esperaba, y, si era necesario, trataría ese asunto personalmente con su futuro esposo.
-Esto ya está -informó Carlisle revisando el vendaje. -Y ya sabes, reposo absoluto -le ordenó a su sobrina que lo miraba con una mueca de disconformidad.
-Quizás deberíamos pedir que nos trajeran el desayuno aquí -le sugirió Bella a su prima. Si se proponían acompañar a la princesa en su reclusión podrían empezar ya.
Alice estuvo de acuerdo con ella y decidió dejar de lado, por el momento, su preocupación por Emmett; ya se encargaría de eso después.
-Me parece una gran idea -respondió alegremente. Rosalie les agradeció el gesto con una gran sonrisa.
-En vista de que te dejamos en la mejor de las compañías, nosotros vamos a nuestra recámara a asearnos después del viaje y a comer algo. Luego vendré a ver como sigues -le informó su tío.
-Y no te angusties, yo me encargaré de todo -añadió su tía. Rosalie asintió.
-Confío en que luego tendremos ocasión de conversar, jovencitas -concluyó Carlisle mientras Esme sonreía ampliamente uniéndose a su petición.
-Claro que sí, Majestad -afirmó Alice en nombre de las dos. Tras eso, Carlisle tomó la mano de su esposa y abandonaron la habitación.
-Nosotros también nos retiramos. Espero que paséis un día entretenido -anunció Jasper dirigiéndose a las tres jóvenes. -¿Me acompañas, Edward? -le preguntó.
-Sí -le respondió -Enseguida os haré llegar el libro, Alteza -dijo mientras se inclinaba, despidiéndose. Jasper hizo lo mismo y salió tras él.
-No tan rápido -le advirtió ya en el pasillo, acelerando el paso para alcanzarlo. -¿Qué fue eso de Platón y de una sorpresa? -quiso saber Jasper, yendo directo al tema.
-Su Alteza llevaba anoche consigo “Los Diálogos” de Platón.
Jasper se mostró sorprendido ante tal afirmación.
-Imagino que esa fue la misma expresión de mi cara cuando me confirmó que el tomo era suyo -admitió Edward.
Jasper continuó en silencio, esperando que continuara.
-Me ofrecí a prestarle “La Eliada”, eso es todo -le aclaró.
-¿Y la sorpresa? -preguntó maliciosamente.
-Quería mostrarle la biblioteca -le explicó. Jasper paró repentinamente.
-¿La biblioteca? -preguntó lleno de asombro. -Debido a mi falta de experiencia en lo que al cortejo se refiere, quizás, mi concepto del romanticismo pueda estar distorsionado pero... ¿la biblioteca? -se extrañó.
-Es que mis intenciones son del todo inocentes, primo -le informó, instándolo con un movimiento de manos a continuar con su marcha.
-Me duele que tengáis en tan baja estima mi inteligencia, primo -bromeó con sarcasmo, mientras Edward resoplaba sabiendo que estaba lejos de zanjar el tema. -La Princesa Bella es hermosa, a la vista está, e inteligente, tiene que serlo ante tales gustos literarios. No dudo que sea poseedora de muchas más cualidades pero, conociéndote, esa simple combinación es más que suficiente para despertar tu interés -le aseguró con cierta mofa en su voz.
-Por eso nunca te has decidido seriamente por ninguna de las jóvenes que conoces -continuó Jasper en vista de su silencio. -Como la Princesa Tanya -dijo con sonrisa pícara.
-La Princesa Tanya es una frívola, Jasper. Yo busco algo...
-Menos superficial, que no sea una muñeca de porcelana, bonita y frágil por fuera pero hueca por dentro -le interrumpió, transmitiendo el mismo pensamiento que abordaba la mente de Edward.
-Estoy convencido, al igual que tú, de que la Princesa Bella, es mucho más que eso -le aseguró Jasper. -Y creo que, al menos vale el esfuerzo de querer averiguarlo -le animó.
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Mensaje por Rose Daniels Lun Feb 08, 2010 10:17 pm

-Es posible -declaró, deteniéndose ante la puerta del escritorio. -Imagino que querrás hablar con él a solas -supuso, cambiando bruscamente de tema, dando por terminado el asunto, al menos de momento. Al instante, el rictus de Jasper se endureció, mientras asentía.
-Te veré luego, entonces -se despidió. -Seguro que hay una buena explicación -le alentó Edward con una pequeña palmada sobre su hombro justo antes de marcharse.
Jasper entró a la dependencia, cerrando la puerta tras de sí. En el corto recorrido hasta el buró repetía en su mente una y otra vez lo que le acababa de decir su primo; seguro que hay una buena explicación. Lejos de sentir alivio, una punzada de dolor enfrió su pecho, dando paso a un resquemor y una angustia desconocidos para él. Respiró hondo, haciendo acopio de toda su entereza para serenarse. Nunca fue dado a dejarse dominar por impulsos y no iba, no debía ser ésta la primera vez. Volvió a inhalar lentamente y por fin, poco a poco, el alivio llenó su interior. Sólo un momento después unos nudillos llamaban a la puerta.
-Adelante -dijo desde su mesa. Emmett, vestido ahora con su pulcro uniforme, se presentó ante él, haciendo una reverencia.
-¿Qué quieres discutir conmigo? -le preguntó.
-Majestad, antes que nada, quisiera pediros disculpas de antemano si en algún momento consideráis mi discurso demasiado directo -le pidió Emmett. Jasper se sorprendió ante tal petición pero, valoró su sinceridad.
-Al contrario, te agradecería que así fuera -le aseguró Jasper.
-Entonces, Majestad, permitidme que os hablé sobre Su Alteza, la Princesa Alice -solicitó Emmett. A pesar de haber sido prevenido por el guardia, Jasper no pudo evitar que de nuevo, esa punzada de dolor invadiera su pecho al escuchar el nombre de su prometida de labios de aquel muchacho.
-¿Hay algo que debería saber? -le interrogó.
-Majestad, entiendo que aún no habéis tratado a Su Alteza lo suficiente como para saberlo pero, en cuanto la conozcáis os daréis cuenta inmediatamente de que es la persona con el alma más pura, limpia y cándida que hay sobre la faz de la tierra -declaró.
Jasper se asombró ante tan apasionada manifestación. Sin embargo, aún sin saber a donde quería llegar con tal afirmación, le dejó continuar.
-Majestad, me siento en la obligación de disipar cualquier duda que haya podido acudir a vuestra mente por lo sucedido hace un momento -dijo en tono firme.
Jasper siguió mudo y más impactado si era posible. Emmett no bromeaba cuando dijo que iba a ser directo.
-Dicha situación sólo es comparable al comportamiento de una muchacha hacia su hermano mayor -le aseguró Emmett.
-¿Podrías explicarte un poco mejor? -habló al fin Jasper, que no lograba entender de que hablaba.
-Dejadme que os ponga en antecedentes de mi relación con Su Alteza -le pidió.
-Por favor -asintió Jasper.
-Como sabéis, el Rey Laurent siempre se ha mostrado hostil, con claras intenciones de invadir el Reino de Asbath, que siempre se ha mantenido firme gracias a su valeroso ejército -le informó.
-Sí, estoy al tanto de las hazañas de sus valientes soldados -afirmó Jasper.
-De lo que quizás no estáis al tanto es de que ese no ha sido el único flanco de ataque del Rey Laurent -le dijo Emmett.
-¿A qué te refieres? -quiso saber.
-Hace un par de años, cuando yo todavía formaba parte de ese ejército y, tras ciertos ataques sorpresa e infructuosos, por supuesto, decidimos infiltrar a uno de nosotros entre sus filas. Fue todo un acierto pues nos fue revelado el malvado plan que estaban urdiendo para asestar un golpe casi mortal al Reino. No es necesario entrar en detalles, sólo os diré que planeaban secuestrar a Su Alteza, no sólo eso, estaban dispuestos a asesinarla si así conseguían doblegar al difunto Rey.
A Jasper se le heló la sangre. En todos sus años al frente de sus tropas, siempre había trazado sus planes y estrategias bajo el noble arte de la guerra pero con aquello, la máxima de “someter al enemigo sin luchar es una muestra de sabiduría” se había convertido en un vil, cruento y desalmado
ultraje.
-Informamos rápidamente a Su Majestad -prosiguió Emmett -y a mí mismo se me asignó la tarea de poner a Su Alteza a buen recaudo. Por supuesto, ella nunca supo que sucedió en realidad. Disfrazamos aquella evasión tras una simple vacación, una visita a su prima, la Princesa Bella, eso sí, intentando que fuera lo más encubierto posible para poder interceptar a sus raptores.
-¿Y eres su guardia personal desde entonces? -le preguntó Jasper.
-Sí, Majestad -afirmó Emmett. -Se me ordenó explícitamente vigilar a Su Alteza en todo momento. Como era de esperar, ella no comprendía a que se debía tal salvaguardia, pero Su Majestad le aseguró que eso otorgaría algo de tranquilidad a su cansada y envejecida mente. Para Su Alteza, ese fue un motivo más que suficiente, su corazón no entienden de maldad, malicia o malas intenciones y nunca sospechó la verdadera naturaleza de mi presencia cerca de ella.
-Entiendo cual ha sido tu cometido hasta ahora, pero eso no explica tu relación con la Princesa -le instigó Jasper.
-Sé que no es una justificación para mi conducta pero, es prácticamente imposible no rendirse ante el espíritu impetuoso, jovial y candoroso de Su Alteza. Todos en el castillo la adoran -admitió con una sonrisa que denotaba devoción. Jasper se maravilló al ver como aquel muchacho de aspecto fuerte y recio, todo un guerrero, se refería a la Princesa con tanta ternura.
-Siempre se ha mostrado amable, cercana con su servidumbre -continuó. -Nunca se ha dirigido a nosotros con prepotencia o soberbia, creo que jamás sería capaz de hacerlo, no está en su esencia.
Jasper sintió por un segundo envidia, rabia tal vez. Se preguntaba cuanto tiempo tendría que pasar para que él pudiera conocer el alma de su prometida tal y como la conocía él.
-Pronto se acostumbró a mi compañía y cada vez mostraba más signos de confianza y cordialidad hacia mí. Por supuesto, yo siempre me mantuve en mi posición, jamás me extralimité y nunca le falté el respeto, aunque ella seguía mostrándose cada vez más afectuosa. Llegó un momento en que era como si estuviera, y perdonad el símil, echando de mi regazo a un gatito que ronroneaba reclamando atención y muchas veces la tristeza asomaba a sus ojos cuando yo me mantenía firme y frío ante sus bromas y sus risas. Hasta que un día, casi al borde de las lágrimas me hizo conocedor de su desilusión ante mi indiferencia, pues, según ella, veía en mí al hermano mayor que siempre quiso tener.
Jasper estudió con atención el rostro de Emmett, ensombrecido ante aquel recuerdo y, pudo adivinar, de que forma le afectó aquella declaración.
-Os juro por mi honor que jamás pensé en ella de otra forma, Su Alteza sólo me inspiraba un gran cariño y afecto fraternal -le aseguró con fervor, intentando ser convincente con palabras. Y no sólo le convenció, Jasper sintió como ese nudo en su pecho se desvanecía y el aire volvía a llenar sus pulmones.
-Decidí comportarme más afable, con ella, sin romper nunca los límites del respeto y ella parecía cada vez más feliz -recordó con una sonrisa de satisfacción.
-Además, debo reconocer que lo inusual de nuestra relación me ayudó en mi cometido -añadió Emmett.
-¿En qué sentido? -preguntó Jasper confuso.
-En estos dos años he alcanzado a comprender el carácter ingenuo y espontáneo de Su Alteza y, aunque no puedo adivinar sus reacciones, puedo intuirlas -le aclaró. -Además, el hecho de que confíe en mí hace que no cuestione mis recomendaciones o indicaciones. Es consciente de que cada una de ellas es por su bien y las sigue sin dudarlo -concluyó.
Jasper asintió, comprendiendo ahora a que se refería.
-Por eso, Majestad, tengo dos peticiones que haceros -anunció Emmett.
-¿Y cuáles serían? -instó Jasper.
-Ante todo, os ruego que no dudéis jamás de su inocencia, Majestad. Su Alteza es una joven dulce, bondadosa que no merece ningún tipo de desconfianza o recelo por vuestra parte -Emmett se tensó por la incertidumbre. No le importaba si reprobaba su actitud o no, pero no podía permitir que la princesa resultase dañada por su causa.
Jasper se sorprendió de nuevo ante tal muestra de lealtad para con su prometida y con que vehemencia defendía la honorabilidad de la joven.
-Te prometo que no la juzgaré -le aseguró, haciendo que Emmett liberara parte de su tensión. -¿Y cuál sería la segunda? -quiso saber.
-Que me permitáis seguir siendo su guardia personal -solicitó Emmett de modo firme. -Estoy seguro de que vuestra guardia desempeña sus funciones de forma infalible pero creo que, tomando como ventajas lo que os acabo de explicar, mi desempeño sería mucho más efectivo -le aclaró.
-¿Acaso crees que Su Alteza va a necesitar protección? -preguntó Jasper con cierta preocupación.
-Majestad, entiendo que sois consciente de que vuestra alianza matrimonial acarrea el lastre de ganar un enemigo -puntualizó Emmett.
Jasper asintió.
-¿Piensas que podrían tratar de atentar contra ella de nuevo? -supuso.
-No puedo asegurarlo, Majestad pero, como buen estratega que sois sabéis que el mejor ataque es una buena defensa -le recordó.
-Tienes razón -admitió Jasper, agradeciendo su cautela. Un escalofrío recorrió su espalda con la sola posibilidad del peligro cerca de Alice.
-Está bien -aceptó finalmente. -No puedo negar que me he sentido molesto hace unos momentos por el comportamiento de ambos, dadas las circunstancias, pero, después de escucharte puedo tratar de entenderlo -reconoció Jasper.
-Si creéis necesario que abandone vuestro Reino y vuelva a Asbath si así os convencéis de su honestidad me marcharé inmediatamente -insinuó Emmett
-Y eso te honra, pero no será necesario -le aseguró. -Puedes seguir a cargo de su protección y siéntete libre de darles nuevas pautas y directrices a mi guardia si con ello podemos prevenir cualquier tentativa por parte del Rey Laurent.
-Os lo agradezco enormemente, Majestad -declaró Emmett.
-No me cabe duda de que cumplirás con tu cometido de forma eficiente -le confirmó. -Además, imagino que mi decisión complacerá a la Princesa -admitió.
Esa afirmación tranquilizó a Emmett, ya no sólo por el hecho de que el rey se preocupara por la seguridad de su prometida si no porque también se preocupaba por su bienestar, casi se atrevía a decir que por su felicidad. Sí, pensó, Alice podría ser feliz allí.
-Estoy convencido de que se alegrará al saberlo -le confirmó. Una pequeña sonrisa asomó a los labios de Jasper, la primera desde que se había presentado ante él.
-Majestad, estoy a vuestras órdenes -se cuadró Emmett.
-Puedes retirarte -le indicó Jasper. Acto seguido Emmett se inclinó y se dispuso a abandonar la dependencia.
Jasper se quedó allí sentado, tratando de asimilar su conversación con el guardia de Alice. Ahora sabía que su malestar había sido innecesario, incluso cierta culpabilidad se hizo presente. Recordó la descripción que Emmett había hecho de su prometida. Sin que hubiera sido consciente al hacerlo, le había dado otro motivo para agradecer su decisión de querer convertirla en su esposa.
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Mensaje por Rose Daniels Miér Feb 10, 2010 7:03 pm

CAPITULO 5
Puestos en orden de batalla con sus respectivos jefes, los troyanos avanzaban chillando y gritando como aves...”
El sonido de nudillos sobre la puerta interrumpió el relato de Bella.
-¿Quién osa interponerse entre troyanos y aqueos cuando la batalla ya está dispuesta? -exclamó Rosalie con exasperación. Bella y Alice, que se hallaban sentadas a los pies de su cama, rompieron a reír.
-Creo que os estáis adentrando demasiado en la historia -aseguró Bella entre risas.
-O me estáis contagiando con la pasión con que la narráis -se defendió Rosalie riendo también.
-¡Adelante! -dijo al fin. Su sonrisa se tornó en una desagradable mueca en cuanto vio quien aguardaba tras la puerta.
Emmett entró en la habitación con paso seguro y se detuvo frente a las princesas.
-Buenas tardes -saludó haciendo una venia. -Espero que vuestro tobillo esté mejor, Alteza -se dirigió a Rosalie.
Ella respondió con un simple movimiento de cabeza, sin apenas mirarlo. Emmett rió para sí. La princesa no ocultaba su disgusto ante su presencia y a él, inexplicablemente, lo llenaba de satisfacción. El hecho de que ella respondiera ante la más mínima provocación le resultaba casi un desafío, desafío que estaba a un paso de aceptar, a pesar de sus posibles consecuencias.
-Princesita, ¿podemos hablar un momento? -le preguntó ahora a Alice con una sonrisa.
-Claro, Emmett -contestó alegremente levantándose de la cama.
-Bella, ni se te ocurra continuar con la lectura -le advirtió a su prima. Bella asintió con una sonrisa.
-Vamos -le dijo a Emmett tironeando de su brazo, apenas permitiéndole despedirse de las jóvenes.
Rosalie sintió una extraña punzada en su pecho mientras la palabra “princesita” retumbaba en sus oídos. ¿A qué se debía tanta familiaridad por parte de aquel guardia insolente? Apenas si había compartido unas horas con la que iba a ser su cuñada pero no hacía falta más para darse cuenta de que Alice era la ingenuidad y la inocencia personificadas, así que le resultaba difícil culparla. Mas no podría afirmar lo mismo de él, parecía un hombre experimentado y consciente de sus actos. ¿Se estaría aprovechando de la inocencia de la muchacha para cumplir con ciertos planes oscuros y deshonrosos? ¿Por qué de repente el dolor de su pecho se hizo más agudo? No puedo permitir que se burlen de mi hermano pensó, excusándose a si misma, sí, eso debe ser. Se preguntó si Bella tendría algún conocimiento de sus intenciones, aunque, a decir verdad, ella parecía conforme con el comportamiento de ambos. Sin embargo, no perdía nada por intentarlo.
-¿Puedo preguntaros algo, Alteza?
-Por favor, llamadme Bella -le pidió. -Después de todo, pasaremos a ser familia en muy pocos días.
-Entonces llamadme Rosalie -dijo sonriendo. Bella asintió devolviéndole la sonrisa.
-¿Qué queríais saber?
-Vuestra prima y ese guardia -empezó Rosalie, no muy segura de como debía enfocar la cuestión.
-Ah, ya entiendo a que os referís -la interrumpió Bella, ahorrándole el esfuerzo. -A mí me parecen adorables -añadió con una sonrisa.
¿Adorables? pensó Rosalie mientras aquella punzada decidía instalarse en su pecho por tiempo indefinido. ¿Entonces era ciertas sus sospechas? Permaneció en silencio deseando que Bella continuase.
-Sé que su comportamiento puede estar sometido a duras críticas pero, en realidad, nadie tiene derecho a juzgarlos -dijo Bella mientras jugueteaba con el borde de su vestido. -Alice le adora y ella es su debilidad.
Rosalie no podía creer lo que estaba oyendo, el simple hecho de pensar en lo que Bella estaba insinuando la escandalizaba. No era posible, no era posible que lo dieran a entender de forma tan descarada y menos que su prima hablara de ello de forma tan despreocupada.
-Acaso ellos son.... están... -titubeó haciendo una mueca.
-Oh, no. No me malinterpretéis -se apresuró a aclarar Bella al ver como palidecía el rostro de la muchacha. -Les une el más puro cariño fraternal -le informó.
-¿Fraternal? -Rosalie no terminaba de comprender.
-Ella lo ve como un hermano mayor y de ese modo lo ha tratado siempre. Él en un principio intentó mostrarse indiferente ante su afecto pero, cuando la conozcáis mejor, sabréis porque le fue imposible mantenerse al margen. Mi prima es afectuosa en la misma medida que persuasiva, al final, uno tiende a rendirse a su encantadora alegría e inocencia.
-Pero ella es una princesa y él un simple guardia -le recordó Rosalie.
-Lo sé, Rosalie, y os aseguro que ella también lo sabe. Ojalá algún día entendáis que Alice no ve el estatus o la posición social en las personas, ve su corazón.
-Pero... -quiso objetar.
-Soy consciente de que para la mayoría es irrespetuoso -le cortó. -Mi difunto tío trató por todos los medios de corregir su comportamiento, o tratar de moderarlo al menos, pues siempre trato con cordialidad a sus súbditos. Como podéis comprobar, nunca lo consiguió, de hecho desistió y ¿sabéis por qué? Porque jamás osaron a faltarle el respeto, al contrario, todos le guardan la más absoluta lealtad y devoción.
Rosalie la miró sorprendida. Ella siempre había tenido la convicción de que había que tratar a los sirvientes con firmeza, nunca con dureza, eso sí, jamás abusando de su autoridad, pero dejando clara la diferencia entre ambos roles.
-Ya sé lo que estáis pensando -le dijo Bella. -Sé que su proceder está fuera de lo establecido, pero yo he optado por pensar que Alice ve el mundo desde otra perspectiva. No ve la maldad en la gente e, incluso, es demasiado confiada. Por suerte, ha tenido a Emmett a su lado para protegerla y para tratar de hacerle ver como son las cosas en realidad.
Rosalie se removió en la cama, incómoda. Ahora resultaba que ese guardia arrogante era todo un ejemplo de virtud.
-Aunque no lo aceptéis, os ruego que al menos tratéis de entenderlo -le pidió Bella.
-No os preocupéis, Bella. No puedo negar que me ha desconcertado ese grado de confianza en su trato pero no soy quien para juzgar su comportamiento -la calmó.
-Os lo agradezco -sonrió Bella.
-Por su bien espero que mi hermano sea igual de comprensivo -le advirtió Rosalie.
-Viendo la expresión de Emmett podría asegurar que así ha sido -le confirmó Bella.
§ ~ * ~ §
-Vuestro prometido ha sido muy comprensivo -le informó Emmett.
-¿Y por qué no habría de entenderlo? -se quejó ella.
-Lo hemos discutido muchas veces, princesita. Lo que para vos es lo correcto no tiene porque serlo para los demás, y éste es el caso -la corrigió.
-Pero acabas de decir que vuestra conversación ha ido bien ¿no? -dudó Alice.
-Sí, porque he optado por mitigar cualquier tipo de duda que hubiera podido asomar a su mente y creedme cuando os digo que ha sido la mejor decisión.
-¿Acaso ha dudado de...?
-No lo creo -la interrumpió Emmett. -Pero hubiera estado en todo su derecho si no me hubiera permitido acercarme a vos bajo ningún concepto.
-¿Y por qué tendría que hacer eso? -le increpó Alice, casi ofendida.
-Princesita, vuestro prometido es abierto de mente y no me ha costado ningún esfuerzo hacerle ver que sois como una hermana para mí, pero sabéis que es una situación que se puede malinterpretar muy fácilmente y que se presta a comentarios.
-¡Sabes que no me afecta lo que piense la gente de mí! -exclamó, enojada de que siempre utilizara el mismo tipo de excusas.
-¿Y no pensáis que a lo mejor a él si le afecta lo que piensen de vos? -quiso saber Emmett.
Esa cuestión la golpeó en el pecho y todo su enfado se esfumó. Se mordió el labio al darse cuenta de su error.
-¿Lo veis ahora? -le confirmó Emmett. -Deberías corresponderle tratando al menos de comportaros correctamente en presencia de los demás. Aunque Su Majestad sea el hombre más comprensivo del mundo y vos seáis el ser más inocente del universo, para el resto de los mortales no tenéis porque ser más que una esposa irrespetuosa y él un hombre indigno de su corona al no ser capaz de ni tan siquiera controlar a su esposa ¿cómo puede un hombre que no es capaz de gobernar su casa gobernar a su pueblo? -la inquirió Emmett.
Pronto se dio cuenta de que había sido demasiado duro en su alegato, las lágrimas empezaron a asomar en los ojos de la muchacha. Emmett la atrajo contra su pecho y la abrazó con ternura.
-Disculpadme princesita si he sido muy brusco -la consoló.
-No te disculpes, Emmett -le dijo enjugándose una pequeña lágrima mientras se apartaba de él. -Tienes toda la razón -admitió.
-Vuestro prometido se preocupa por vuestro bienestar, de eso no me cabe duda. Ya sólo por eso merece vuestra consideración -le dijo. -Pero, además, por encima de todo, esperaba complaceros con su decisión -le insinuó.
Alice se sintió sonrojar. Apartó su mirada hacia el cuidado seto del jardín. De repente, las margaritas le resultaban de lo más interesante. Emmett soltó una carcajada.
-Y por lo que veo el interés es mutuo -bromeó.
-¡¡Emmett!! -le increpó Alice.
-Está bien -se defendió él. -Tan solo os digo que deberíais agradecérselo.
-Es lo menos que puedo hacer -admitió ella.
§ ~ * ~ §
El cantar de un gorrión sobre el alféizar de su ventana la despertó. Apenas estaba amaneciendo así que decidió seguir durmiendo. Sin embargo, se sentía del todo despejada, sería muy difícil volver a dormir. Una idea cruzó su mente, se vistió lo más rápido que pudo y se dirigió corriendo hacia la recámara de Bella. Por el corredor se cruzó con un par de camareras que se apartaron de su camino azoradas. Quizás Emmett tenga razón y deba considerar mi comportamiento pensó Alice.
Cuando llegó a su habitación, abrió la puerta despacio, cerrándola tras de sí sin hacer el menor ruido. Se acercó a la cama lentamente, comprobando que Bella seguía dormida.
De repente, saltó sobre su cama.
-¡Buenos días, Bella! -exclamó Alice con voz cantarina, sin parar de saltar en la cama.
-¡Por todos los Santos, Alice! -se sobresaltó Bella, llevándose las manos al pecho -¿Pretendes despertarme o matarme? -la regañó.
-No seas exagerada, Bella -rió Alice ante la palidez de su prima. Ella le respondió lanzándole una almohada, haciendo que Alice estuviera a punto de caer al esquivarla. Ambas rompieron a reír.
-¿Qué haces aquí tan temprano? ¿No puedes dormir pensando en tu paseo con Jasper? -bromeó Bella.
-¿Y qué me dices de tu cita con Edward? -preguntó con voz pícara.
-No es una cita -se defendió Bella.
-Por favor Bella, se nota a una legua que te agrada -sonrió Alice.
-¿Desde cuando eres una experta en amoríos? -le preguntó Bella.
-No lo soy -rió Alice -pero nunca te has comportado así con el Príncipe Jacob.
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Mensaje por Rose Daniels Miér Feb 10, 2010 7:04 pm

-¿Y cómo, según tú, me estoy comportando? -quiso saber.
-Déjame que lo piense -respondió simulando estar concentrada mientras se bajaba de la cama y tomaba el cepillo de encima de la cómoda para alisar su cabello.
-Ya sé -exclamó como si hubiera recibido inspiración de las musas -ayer no apartabas los ojos de él ni un segundo, te sonrojabas de pies a cabeza cada vez que te sonreía y tu decepción fue más que evidente cuando un criado, en vez de él, trajo el libro que se había ofrecido a prestarte -concluyó Alice con sonrisa maliciosa.
Bella tapó su cara con la almohada y se dejó caer sobre la cama.
-Y de nuevo te sonrojas -se rió Alice, yendo hacia ella y apartando el almohadón.
-¡Alice! -se quejó.
-¿Qué tiene de malo, Bella? -le preguntó ahora más seria. Alice se sentó sobre la cama mientras su prima se incorporaba.
-¿Que qué tiene de malo? ¿No has visto lo apuesto que es? -le cuestionó. Alice se colocó tras ella y comenzó a cepillarle el cabello.
-¿Eso lo hace inalcanzable? -dudó.
Bella se giró para mirarla por encima del hombro de forma inquisidora.
-Al menos tenéis cosas en común -le animó Alice.
-Oh, sí, que le guste la lectura es una cualidad que sólo se puede hallar en la mitad de los habitantes del mundo -respondió con ironía.
-Y él tampoco dejaba de mirarte -le aseguró.
-Pura curiosidad masculina y debida justamente a eso que según tú tenemos en común -dijo con tono firme.
-Quizás eso sea un comienzo -le alentó. -Disfruta de tu paseo y permítele conocerte, uno nunca sabe lo que puede depararnos el futuro.
-¿Vas a aplicarte tus mismos consejos como casamentera? -bromeó Bella.
-De momento vamos a terminar de prepararnos para bajar a desayunar -respondió evadiendo el tema.
-Eres una tramposa -se rió Bella, cogiendo el almohadón y golpeando a su prima que reía ante su ataque.
Finalmente, Bella tomó un vestido de su baúl y empezó a vestirse mientras Alice se sentaba en la cómoda a trenzarse el cabello.
-Déjatelo suelto como ayer Alice, te veías muy bien. -le dijo mientras se colocaba los botines.
-¿No me da un aspecto descuidado? -dudó mirándose en el espejo.
-Así que eso es lo que opinas de mi cabello ¿no? -le inquirió Bella puesto que siempre lo llevaba suelto. Alice se mordió el labio, como siempre hacía cuando reparaba en algún error por su parte. Bella rompió a reír.
-¿Buscas mi aprobación o la de tu prometido? -repuso divertida.
-¿Por qué mejor no bajamos a desayunar? -dijo Alice evadiendo la pregunta.
-Sí, será lo mejor -respondió Bella sin parar de reír.
Cuando las muchachas llegaron al comedor, Edward y sus padres ya aguardaban en la mesa, mientras Jasper ayudaba a su hermana a sentarse.
-Buenos días, queridas -las saludó Esme en cuanto las vio llegar.
-Buenos días -respondieron ambas mientras se inclinaban levemente. Tanto Edward como Jasper acudieron a su encuentro para acompañarlas a la mesa.
-¿Cómo amaneció vuestro tobillo, Rosalie? -se interesó Alice.
-Mucho mejor, el ungüento de Bella es mano de santo -respondió.
Jasper miró con cara de incredulidad a su primo, que con la misma expresión perpleja asentía con la cabeza. Adoraba a su prima pero tenía que reconocer que su carácter era bastante complicado por llamarlo de alguna forma y que, tras sólo un día de conocer a las princesas, ya se tratasen con esa familiaridad, era poco menos que sorprendente.
-Por lo que veo pasasteis un día agradable ayer -dijo Edward.
-Hacía tiempo que no disfrutaba de tan grata compañía -afirmó Rosalie. -Bella nos deleitó con su lectura, ponía tanta pasión en ella que por momentos sentí deseos de salir de mi cama y correr a por una espada para enfrentar a aquellos troyanos.
Todos en la mesa rieron ante el comentario, excepto Bella que se limitó a sonrojarse.
-Es que el libro de vuestro primo es muy interesante -se defendió Bella.
-Pero sin duda, el mejor momento fue con la prueba del vestido de Alice. En cuanto tocó el tejido fue como si hubiera tenido una visión de como iba a ser y comenzó a dar órdenes precisas a las costureras para su confección. Mi costurera la miraba estupefacta ante tanta decisión.
Rosalie sonrió mientras evocaba en su mente ese momento.
-Oh, Jasper, es una lástima que la tradición no te permita ver el vestido de novia antes de la ceremonia. Aún le faltan algunos retoques pero el resultado es perfecto y Alice luce de maravilla con él -le explicó a su hermano. -Alice parece un hada con ese vestido no, un hada no, una ninfa, una...
-Una náyade -murmuró Jasper dirigiendo su mirada hacia su prometida.
-Eso mismo -confirmó Rosalie mientras Alice bajaba su rostro sonrojado al verse comparada con una deidad.
-¿Una náyade? -preguntó confuso Carlisle.
-Según la mitología griega eran ninfas que habitaban las aguas dulces como los ríos o los lagos -le aclaró Bella.
-Entiendo -respondió Carlisle dirigiéndole una sonrisa a su sobrino.
-Pero se acabaron el encierro y el reposo ¿verdad tío? -continuó Rosalie. -Quedan sólo tres días para la boda y, si es preciso, me sentaré en el trono de mi hermano para dirigir desde ahí a toda la servidumbre de este castillo con tal de que esté todo dispuesto y a tiempo.
De nuevo todos los presentes rompieron a reír y a Alice le sirvió para dejar de sentir todas las miradas sobre ella.
Cuando concluyó el desayuno y se levantaron de la mesa, Jasper se acercó a su prometida.
-¿Os apetece que demos ese paseo que aún está pendiente? -le preguntó un tanto dudoso.
-Por supuesto -le confirmó Alice. -La costurera de vuestra hermana quería que hiciéramos la última prueba esta mañana pero le dije que estaría ocupada, así que esta tarde terminaremos el vestido.
-Es muy considerado por vuestra parte -le agradeció él.
-No quería haceros esperar de nuevo, es lo mínimo que puedo hacer ya que os tomáis la molestia de enseñarme el castillo -admitió ella.
-No es ninguna molestia, mi señora -la corrigió Jasper -No me habría ofrecido si así hubiera sido -concluyó mientras tomaba su mano para guiarla.
-Veamos, creo que ya conocéis la Torre del Homenaje y el torreón donde están situadas el resto de las recámaras -dedujo Jasper a lo que Alice asintió con una sonrisa.
Antes de abandonar el comedor desvió brevemente su mirada hacia su prima que en ese instante aceptaba la mano del Príncipe Edward para guiarla hacia su “sorpresa”. Se preguntó a dónde la llevaría.
-¿Vais a decirme a dónde me lleváis? -se quejó Bella por cuarta vez desde que habían abandonado el comedor.
-No mentíais cuando afirmasteis que no os gustaban las sorpresas -sonrió Edward.
-Quien avisa no es traidor -le advirtió Bella.
-Tenéis razón -dijo Edward entre risas antes de pararse ante una gran puerta. -Ya hemos llegado.
Bella exhaló aire de forma sonora, mostrando su impaciencia.
-Ahora os ruego que cerréis los ojos -le pidió.
-¡Alteza! -se quejó ella -¿queréis acabar con esta tortura de una vez?
Edward lanzó una carcajada.
-Es mi última petición del día -le aseguró. Bella lo miró de reojo.
-Por favor -le rogó Edward, dedicándole una de aquellas sonrisas arrebatadoras. Bella empezó a sentir que el calor inundaba sus mejillas. Después de todo, no iba a ser mala idea cerrar los ojos y apartar la vista de aquella sonrisa que la deslumbraba de aquella forma.
-Gracias -le escuchó decir, seguido del rechinar de una puerta. La tomó de los hombros indicándole el camino a seguir. Por suerte, Edward la guiaba pues el escalofrío que recorrió en aquellos instantes todo su cuerpo le habrían impedido moverse por su propia voluntad. Tras unos cuantos pasos, se detuvieron. Notó que se acercaba a ella y de nuevo aquel escalofrío que le erizaba la piel la recorrió por completo al sentir su aliento cerca de su mejilla.
-Podéis abrir los ojos -le dijo. Bella obedeció y casi podría jurar que sus párpados habían seguido de modo sumiso la orden de aquella voz sin que ella hubiera dictado esa indicación a su cerebro.
Tuvo que parpadear un par de veces para acostumbrarse a la luminosidad de la estancia y un suspiro de asombro escapó de su garganta ante aquella visión. La mayor biblioteca, la mayor colección de libros a la que ella había tenido acceso jamás. Dio un par de vueltas sobre sí misma, contemplando la enorme dimensión de aquella estancia, maravillada. Ni en sus sueños habría imaginado un lugar como ése. Decenas de estantes recorriendo toda la habitación, ampliamente iluminada consiguiendo una luz y un ambiente perfectos para la lectura.
-Sabía que os gustaría -dijo Edward con una sonrisa de satisfacción al ver la expresión de asombro de la muchacha.
-¿Gustarme? ¡Me encanta! -le aseguró Bella mientras paseaba entre los estantes.
-Me complace que así sea -asintió. Bella se detuvo ante un conjunto de volúmenes de aspecto desgastado.
-Pero estos tomos son rarísimos, auténticas joyas -exclamó tomando uno de los libros en sus manos.
-Lo sé -sonrió -yo mismo los traje.
-¿Vos? -se sorprendió Bella depositando con cuidado aquel tesoro en su lugar.
-Sí. Muchos tomos de los que veis aquí los traje de mi biblioteca -le informó.
-¿Hay otra biblioteca como ésta en vuestro castillo? -preguntó sin salir de su asombro.
-Sí, semejante a ésta -asintió. -En estos momentos la de mi primo está mucho mejor surtida pues muchos libros los he traído conmigo en mis innumerables visitas.
-Entonces pasáis mucho tiempo aquí -supuso ella.
-Casi más que en mi reino -admitió Edward mientras se sentaba en uno de los divanes situados en el centro de la estancia. -Incluso mis padres viajan aquí siempre que su deber se lo permite.
Bella lo miró confundida mientras se sentaba frente a él.
-Si me lo permitís, un día me gustaría enseñaros los hermosos parajes que rodean este castillo. Sus bosques parecen sacados de una fábula y sus lagos cristalinos se muestran misteriosamente templados durante todo el año, atemperando el ambiente de tal forma que su clima es incomparable.
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Mensaje por Rose Daniels Miér Feb 10, 2010 7:06 pm

-Habláis con tanto cariño de esta tierra.
-Estoy intentando convencer a mi padre para que traslade aquí su gobierno -bromeó. Ambos rompieron a reír.
-Sería lo más práctico -añadió ella.
-Sin duda -concluyó él riendo. -Seguro que a vos también os cautivará su encanto -le aseguró él.
-Viviendo en un reino tan frío como el mío, cualquier lugar en el que pueda asomar un rayo de sol me enamora -admitió.
-¿Así que un poco de calidez basta para enamoraros? -insinuó con un susurro.
Bella se sintió enrojecer y, aunque quiso corregirle, empezó a titubear. Edward sonrió ante tal apuro pero decidió cambiar de tema.
-Confío en que nos honrareis con vuestra encantadora presencia durante un largo periodo.
-Sólo el tiempo que mi prima me necesite -le informó un poco más calmada.
-A no ser que os enamoréis -añadió él deslumbrándola con otra de sus sonrisas.
Bella palideció ante aquella insinuación y bajó su mirada tratando de ocultar su turbación.
-De esta tierra, quise decir -le aclaró él.
-Sí, claro -respiró con alivio.
-¿Debo entender que no tenéis un prometido que os espere? -quiso saber Edward.
-No -contestó Bella enrojeciendo por enésima vez esa mañana.
-¿Tampoco un pretendiente? -insistió.
-Podría ser -admitió ella, si es que al Príncipe Jacob se le podía llamar pretendiente.
-¿Y vos no estáis interesada? -preguntó.
-Digamos que mi padre no me ha puesto aún en el dilema de elegir esposo -le aclaró.
-Tenéis más hermanos -supuso.
-No, yo soy su única hija -le informó. -A pesar de que mi madre murió hace algunos años creo que mi padre sigue aferrado a su recuerdo, así que no ha considerado el casarse de nuevo y buscar un posible heredero.
-Pero imagino que le preocupará saber en manos de quien deja a su hija y a su reino.
-Él es tan consciente de ello como lo soy yo -le aseguró Bella.
Edward la miró sorprendido.
-Alteza, en primer lugar no tengo apuro en buscar esposo pues mi padre aún es joven y con la Gracia de Dios reinará por muchos años. En segundo lugar, mi padre confía en mi criterio. Soy consciente de que algún día tendré que elegir esposo y confío, al igual que él, en que mi elección sea acertada. Ya que me otorga cierta libertad, en aras de mi buen juicio, intentaré complacerle con un yerno que pueda considerar digno de heredar su corona.
-Permitidme que dude de nuevo de vuestra edad, Alteza -Edward la miró perplejo. Bella emitió una leve risita.
-Así que lo tenéis todo planeado -bromeó él. -Apuesto a que habéis elaborado una larga lista con cualidades y virtudes que debe poseer un pretendiente para ser vuestro digno esposo.
-Os equivocáis. -le corrigió.
-¿Y cómo sabréis si es el candidato apropiado? -preguntó con tono divertido.
-Simplemente lo sabré -aseguró Bella con tono firme. Edward se sorprendió ante tal afirmación y buscó con sus ojos los de la muchacha. En ese momento habría dado cualquier cosa por poder adentrarse, leer en su mente y saber con certeza que tipo de hombre podría considerarse digno de ella. En ese instante, mientras se hundía en su oscura mirada, el deseo de convertirse en ese hombre se apoderó de él, a la vez que una rabia incontenible al imaginar que fuera otro y no él quien pudiera tenerla se abría paso en su pecho.
Sobresaltado ante tal intensidad se levantó y dirigió sus pasos a uno de los estantes mientras intentaba sosegarse.
-Este libro aún no lo he leido -comentó despreocupado, tomando un libro y ojeando sus páginas.
-Yo tampoco -admitió ella acercándose a él para comprobarlo.
Edward, con su cercanía, sintió como un dulce aroma a azahar inundaba sus sentidos. Hubiera querido permanecer así por siempre, percibiendo ese perfume embriagador e indagó en su mente en busca de algo que pudiera dilatar ese momento y permitirle estar cerca de ella todo el tiempo que le fuera posible.
-¿Qué os parece que si lo leemos juntos? -preguntó, deseando que esa estúpida idea que acababa de asaltarle funcionara.
-No os entiendo -le miró Bella confusa.
-Escuché como Rosalie alababa vuestra lectura y me encantaría escucharos -le explicó.
Bella pensó en negarse pero Edward adivinó su intención y se adelantó.
-A cambió yo podría leer también para vos -añadió Edward tratando de convencerla. En vista de que la muchacha dudaba se apresuró a dar el último paso.
-Y para que veáis que cumpliré con mi parte del trato, empezaré yo -le dijo. -Por favor, tomad asiento -le pidió acompañándola al diván, invitándola a sentarse. La miró por última vez y, con una sonrisa en los labios, inició la lectura.
Bella sintió que sus intentos de réplica se diluían conforme aquella voz aterciopelada invadía sus oídos, turbando su mente por completo. Tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse en sus palabras y no abandonarse al sonido de aquella voz que la abrumaban. Se sintió egoísta por un segundo y deseó que Alice la necesitase por siempre, dándole así motivos para no abandonar aquel reino. La culpabilidad asomó casi al instante, Alice merecía ser feliz y ella se marcharía en cuanto estuviera segura de que así era.
§ ~ * ~ §
-Mi señor, vuestro castillo es inmenso -afirmó Alice entusiasmada. -¿Cómo hacéis para organizarlo tan a la perfección?
-Todo el mérito es de mi hermana -admitió Jasper. Una duda asaltó su mente con ese comentario, pero quizás no era el momento para hablar de ello así que desechó la idea. Sin embargo, Alice se percató de la seriedad de su expresión.
-¿Ocurre algo, mi señor? -quiso saber.
-No, es sólo que -titubeó intentando poner en orden sus ideas.
-¿Os preocupa algo? -lo miró inquieta.
-No, mi señora -la tranquilizó. -Me preguntaba si ahora que pasaréis a ser la señora de este castillo os querríais hacer cargo de ese menester.
-Es mi deber como esposa -le confirmó -pero no quisiera incomodar a vuestra hermana. He comprobado que es una tarea que no le desagrada y no quisiera ofenderla con mi autoridad. Trataré el tema con ella y seguro que llegaremos a un buen entendimiento -afirmó con ese tono alegre que empezaba a serle tan familiar en ella.
Jasper respiró aliviado y se asombró de lo fácil que parecía todo una vez visto desde el punto de vista de Alice. Recordaba como había saludado y les había dedicado una amplia sonrisa a cada uno de los súbditos que se habían encontrado en su camino y empezaba a entender las palabras de Emmett del día anterior: era imposible resistirse ante su dulzura. El palpitar de su corazón le anunció que posiblemente él ya se hubiera rendido sin remisión a esa alegría que emanaba del brillo de sus ojos.
-¿A dónde nos dirigimos? -preguntó Alice mientras salían a un patio exterior.
-He querido dejar este lugar al final para coronar nuestro paseo -contestó mientras seguían una vereda. -He supuesto que os gustaría.
Al final del camino un inmenso jardín se abría ante ellos. El rostro de Alice se iluminó ante tan colorida imagen. Nunca había visto tantas especies florales en un sólo vergel y tan perfectamente combinadas. Alice soltó la mano de su prometido y corrió para adentrarse en las flores a oler su perfume. Jasper se acercó a ella sonriendo ante la efusividad de su prometida. Arrancó una pequeña rosa blanca y se la ofreció.
-Gracias -le dijo ella, acercando el pequeño capullo a su nariz.
-¿Queréis sentaros? -preguntó Jasper señalando unos bancos situados en medio del jardín. Alice asintió y él volvió a tomar su mano para guiarla.
Alice suspiró mientras observaba el bello jardín y una amplia sonrisa se dibujaba en sus labios.
-¿Qué os parece? -quiso saber él.
-Sin duda éste va a ser a partir de ahora mi rincón favorito -le informó ella.
-Me alegro de que os guste -sonrió él complacido.
-Me fascina -le corrigió ella -El conjunto de tonalidades tan bien escogida, la conjunción de sus aromas formando un perfume único, perfecto... es asombroso. Dadle mi más sincera felicitación al jardinero -concluyó Alice.
-Gracias -dijo él inclinando la cabeza.
-¿Vos? -lo miró sorprendida.
-Sólo en parte -admitió él. -Como es lógico mis ocupaciones y deberes no me permiten dedicarle el tiempo que yo quisiera pero procuro supervisar personalmente el trabajo de los jardineros.
Alice lo miró perpleja. Se dio cuenta de cuan diferente era ese joven que estaba frente a ella comparado con el rey que se había ganado el respeto de todos con su fama de frío estratega. Supo que una gran sensibilidad debía residir en su corazón y que, probablemente, se veía obligado a ocultar su bondad por miedo a parecer débil ante su pueblo. Sin embargo, daba muestras de querer mostrarse ante ella tal cual era, y, esa idea, la llenó de emoción pues, hasta ahora, no había visto más que virtudes en él. Sería tan fácil entregarle mi corazón, pensó Alice. De repente, Jasper se levantó sacándola de su ensoñación.
-¿Que ocurre?
-Quiero mostraros algo -le indicó.
Se adentraron un poco más en el jardín y vio como se acercaban a un pequeño parterre con la tierra removida, preparada para ser plantada. A su lado, decenas de rosales blancos y matas de violetas esperaban en sus tiestos para ser trasplantados.
Alice observó el pequeño parque con cautela, con miedo a sacar conclusiones precipitadas.
-Confío en que esté terminado para nuestra boda -le informó él. -Sé que debería haber aguardado hasta ese momento para enseñároslo, pero no he podido resistirme. Sólo espero que lo anticipado no le reste valor a mi regalo de bo...
Pero ya no pudo continuar, el delicado cuerpo de Alice se apretaba contra su pecho, abrazándolo y tomándolo totalmente desprevenido. No fue capaz de mover ni uno sólo de sus músculos ni articular palabra alguna. Sólo sentir como el calor de ese pequeño cuerpo se adentraba en el suyo recorriéndolo por completo, desbocando su corazón, haciéndolo palpitar con tal fuerza que pareciera querer salirse de su pecho.
-Disculpadme -dijo Alice apartándose rápidamente de él, bajando su rostro. Una pequeña lágrima recorría su mejilla, alarmando a Jasper.
-¿Lloráis mi señora? -dijo él, posando su mano bajo su barbilla, levantándole el rostro para que lo mirase.
-Es sólo la emoción, mi señor -le aseguró ella. -Sé que intentáis complacerme y os estoy inmensamente agradecida.
Jasper enjugó sus lágrimas con un leve toque de sus dedos, sintiendo de nuevo ese calor bajo su tacto. Se volvió a repetir que haría lo que estuviera en su mano con tal de que ella fuera dichosa y quería que ella lo supiera.
-Imagino que no ha sido fácil aceptar la decisión de vuestro padre -le dijo. -Creedme que entiendo vuestra situación mejor que nadie. Dentro de tres días nos uniremos en matrimonio sin apenas conocernos y sin ningún indicio que vaticine como será nuestro futuro juntos -le aseguró.
Alice respiró aliviada ¿cómo era posible que supiera exactamente como se sentía? ¿Acaso podía leer esa inquietud de su alma?
-En estos momentos no estoy en posición de prometeros nada -prosiguió él. -Sólo puedo aseguraros que mi máxima preocupación es vuestro bienestar y deseo -susurró -deseo que seáis feliz aquí.
Jasper miró en sus ojos tratando de encontrar el mínimo atisbo de desaprobación o disgusto en ellos, pero aquellos ojos grises que ahora se le antojaban más violetas que nunca lo miraban con una ternura infinita mientras una dulce sonrisa se dibujaba en sus sonrosados labios. Por vez primera, un deseo profundo de abrazarla, de besarla, de probar el sabor de aquellos labios casi lo dominó por completo, pero, haciendo gala de todo su temple, logró contenerse. No debía malograr, confundir aquella ingenuidad suya con sus anhelos. Tomó su mano y la acercó hacia sus labios, depositando un suave beso sobre la yema de sus dedos mientras una certeza se hacia cada vez más evidente en su corazón, la certeza de que se había enamorado de ella sin condición.
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Mensaje por Rose Daniels Vie Feb 12, 2010 6:46 pm

CAPITULO 6
Alice se dirigía a la biblioteca. Intentaba poner en práctica uno de los consejos de su prima, quizás, si conseguía concentrarse en la lectura conseguiría disipar esos nervios pre-nupciales que la estaban asediando. Rosalie, con su ayuda y con la de su tía, había conseguido dejar listos todos los preparativos de la boda antes incluso de lo previsto. Así que se sentía del todo ociosa y eso no estaba ayudando demasiado a sus alterados nervios.
Se preguntó por un momento cual era la verdadera razón de su estado. Era muy fácil mentirse a ella misma y a los demás diciendo que la inquietaba la perspectiva de un futuro incierto junto a un hombre que apenas conocía, pero sabía muy bien que eso no era del todo cierto. Lo que la inquietaba sobremanera era en realidad aquel hombre con el que se casaría al día siguiente y que estaba despertando en su ser sentimientos del todo ajenos para ella hasta ese momento.
Aún podía sentir el roce de esos labios varoniles en la yema de sus dedos a pesar de que ya habían pasado dos días y su corazón latía fuerte en su pecho cada vez que evocaba ese momento en el que creyó por un segundo que iba a besarla. Tantas y tan intensas sensaciones fusionadas en un solo instante, asombro, duda, expectación, deseos de recibir ese beso, un tizne de decepción al no ser así, y un ardor hasta entonces desconocido para ella al tocar aquellos labios que le parecieron tan suaves, tan masculinos y tan... sensuales, como si en realidad ella supiera el significado de eso.
Otra vez ese ardor recorrió su interior y deseó con todas sus fuerzas que el consejo de su prima funcionase. Tan decidida abrió la puerta que no se percató hasta que hubo entrado de que había alguien allí.
-¡Bella! -exclamó -¿Qué haces aquí?
-Espero a Edward -admitió sobresaltada por la intrusión repentina de su prima. Alice la miró confundida.
-Estos últimos días nos hemos citado aquí para leer -le aclaró.
-¿Para leer? -preguntó extrañada.
-Bueno, recitamos el libro en voz alta. Hoy es el turno de Edward -le explicó tímidamente.
-Así que era una cualidad que perfectamente se podía encontrar en la mitad de la humanidad -bromeó Alice haciendo a Bella enrojecer.
-Osea que es aquí donde te has pasado estos dos últimos días... y en compañía de Edward -exclamó con excitación.
-Calla que te pueden oír -le reprendió Bella.
-Te agrada ¿no? -inquirió maliciosa.
-No sé de que me hablas -le rebatió.
-Pues podría asegurar que tú también le agradas -afirmó firmemente haciendo caso omiso de su negativa.
-¿Ah sí? ¿Y en que te basas para afirmar tal cosa? -quiso saber.
-Pues en que en este reino hay muchas cosas que un joven príncipe podría hacer para ocupar su tiempo como, por poner un ejemplo, cristalinos lagos en los que darse un baño o frondosos bosques en los que perderse a cazar. No “malgastaría” su tiempo con una muchacha que le es del todo indiferente -concluyó Alice.
Bella comenzó a titubear ante tal razonamiento.
-Me da pena el Príncipe Jacob -dijo Alice simulando un tono lastimero en su voz.
-¿De qué hablas Alice? -la recriminó alzando la voz.
-Bella, cálmate un minuto ¿quieres? -le pidió en tono divertido. -Estás hablando conmigo, sabes que te conozco muy bien y que es absurdo que me mientas o me ocultes cosas que tarde o temprano acabaré por descubrir, como siempre. -Bella suspiró con resignación.
-¿Acaso tus ideales de mujer inteligente, ilustrada e independiente te impiden reconocer ante mí, tu prima querida, que estás enamorada del Príncipe Edward? -preguntó por fin.
La expresión de Bella se tornó en una mueca de disconformidad.
-¡Bella! -le advirtió Alice ante su intención de rebatirle.
-De acuerdo, lo admito -reconoció por fin a regañadientes. Alice se lanzó a sus brazos gritando.
-Cálmate Alice, va a escucharte todo el castillo -la reprendió Bella de nuevo. Alice tapó su boca con ambas manos mientras se escuchaba una risita a través de ellas.
§ ~ * ~ §
Alice depositó el libro sobre la mesita de piedra levantando la vista de sus páginas, dirigiéndola hacia aquel jardín de tonos blanquecinos y malváceos que se extendía ante sus ojos. Cerró durante un momento los ojos y aspiró profundamente, dejando que aquel perfume perfecto la envolviera. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios al recordar cuando el Príncipe Edward había llegado a su cita con su prima en la biblioteca. No le pasó desapercibido el leve gesto de desencanto que se dibujó en su rostro cuando comprobó que Bella no estaba sola.
-Príncipe Edward, seguro que vos podéis ayudarme -le había dicho Alice sin apenas darle la oportunidad de saludarlas.
-¿En que puedo serviros ? -preguntó extrañado mientras cerraba la puerta tras de sí.
-Me dirigía al jardín -le informó recalcando esta parte para dejar clara que su estancia allí era momentánea -y sentí deseos de llevar un buen libro como compañía -continuó. -Mi prima insiste en que Sócrates sería el compañero perfecto para estas horas de espera previas a mi matrimonio, mas yo no estoy del todo convencida. ¿Qué me aconsejáis vos?
-Dejadme pensar -contestó con aire pensativo. De repente, se adentró en el bosque de estantes y sustrajo de uno de ellos un pequeño tomo. Se dirigió de nuevo hacia ellas y se lo entregó.
Rápidamente Bella lo observó de modo inquisitivo. Alice se lo mostró aceptando su supervisión.
-Sé que no es una lectura tan culta -le explicó a Bella -pero le resultará muy amena y creo que, sin duda, es lo que su mente necesita en estos momentos -se justificó Edward dedicándole una amplia sonrisa a la muchacha, a lo que ella respondió asintiendo mientras una leve sonrisa se asomaba en su sonrojado rostro.
-Disculpadme el retraso -murmuró. -Cuando mi padre me pidió ayuda para catalogar las existencias de medicinas del dispensario no creí que nos fuera a ocupar tanto tiempo -se excusó sin dejar de sonreír.
-¿También entendéis de medicina? -preguntó Bella maravillada.
Alice sonrió al sentirse del todo ignorada, debería haber agradecido a Edward su recomendación, pero no le pareció nada oportuno interrumpir tal escena. Sus miradas fundidas el uno en el otro al igual que toda su atención y todos sus sentidos, como si nada de lo que pudiese acontecer a su alrededor tuviera la más mínima importancia.
Alice caminó lentamente hacia la puerta intentando no hacer el menor ruido. Antes de cerrar la puerta echó un vistazo y, tal y como había imaginado, ninguno de los dos se había percatado de su marcha.
Ahora, sentada en aquel jardín de ensueño, volviendo a recordar ese momento, la convicción de que el Príncipe Edward sentía algún tipo de afecto su prima le pareció más que obvia.
-Estoy empezando a creer que esto, en vez de un castillo, es una universidad -la voz de Jasper a su lado la hizo sobresaltarse.
-Siento haberos asustado -se disculpó rápidamente mientras se sentaba a su lado al notar su respiración agitada.
-No os preocupéis -le sonrió ya más calmada -¿por qué decís eso? -quiso saber.
-Primero me he encontrado a Rosalie en el salón. Tras informarme de que estaba todo listo para la ceremonia de mañana me ha advertido que no quería ser molestada hasta no terminar la lectura de “la Iliada”, puesto que, y cito textualmente, no lo dejará hasta saber en que concluye la ira de Aquiles.
El comentario de Rosalie hizo reír a Alice.
-Después he acudido a la biblioteca donde Edward estaba recitándole a vuestra prima ciertos pasajes que he creído reconocer que pertenecen a Platón. Ellos me han indicado que posiblemente estaríais aquí y ¿cómo os encuentro? leyendo también. -concluyó Jasper simulando desesperación con un tono del todo teatral ante el que ambos rompieron a reír.
-Definitivamente tenéis razones para alarmaros -le aseguró Alice.
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Mensaje por Rose Daniels Vie Feb 12, 2010 6:49 pm

-Gracias a Dios, Emmett es la excepción -añadió Jasper sonriendo mientras ambos giraban su rostro hacia la figura del guardia que se encontraba no muy lejos de allí custodiando a la princesa.
-Lo suficientemente lejos como para no oír conversaciones ajenas pero sí lo bastante cerca como detectar cualquier peligro que pueda acechar -pensó Jasper, reconociendo con agrado cuan seriamente se tomaba aquel guardia su cometido.
-¿A vos también os atrae la lectura como a vuestra prima? -le preguntó finalmente a su prometida, posando ahora su atención por completo en ella.
-Sí pero digamos que en ella es innato y en mí adquirido. Jasper la miró intrigado.
-Hace años hicimos una especie de pacto. Yo mostraba cierto interés por la literatura y, a cambio, ella me permitía introducir cierto colorido a su vida y a su vestuario -le explicó con tono divertido. Jasper asintió entendiendo.
-En cualquier caso resultó beneficioso para ambas, ella trata de ser un poco más consciente de las posibles formas en las que puede resaltar su belleza y yo encontré en la lectura un pasatiempo tan interesante como didáctico -concluyó.
Jasper tomó el libro, interesándose en la lectura de su prometida.
-”Razón de amor” -Jasper leyó el título en voz alta. -¿Así que os gusta la poesía? -preguntó con curiosidad.
-¿Lo conocéis? -quiso saber. -Me lo recomendó vuestro primo.
-”Quien triste tenga su corazón venga a oír esta razón. Escuchará razón acabada, hecha de amor y bien rimada” -le confirmó Jasper recitando las primeras estrofas.
-Es mi libro de poesía favorito -le informó. Alice sonrió complacida.
-No pensé que, con tantas obligaciones, tuvierais tiempo de leer.
-Y por desgracia así es, pero cuando lo hago, confieso que siento predilección por la novela épica -admitió.
-Como buen hombre de acción -ratificó Alice. Jasper asintió sonriendo.
-A mí también me apasiona ese tipo de novelas -reconoció ella, -pero lógicamente por motivos diferentes a los vuestros.
-No os entiendo -afirmó Jasper
-¿Nunca os percatasteis de que el trasfondo de todas esas luchas, batallas e intrigas es siempre una gran historia de amor? -puntualizó Alice. La expresión dudosa de Jasper la animó a continuar.
-¿No fue el amor de Paris por Helena la que llevó a Troya a la ruina? -le aclaró -¿El amor de Ulises por su amada y fiel esposa Penélope no fue lo que hizo que recorriese por años los confines del mundo para volver a sus brazos? ¿Acaso no arriesgó Perseo su propia vida para matar a Medusa, la gorgona, cuya mirada aún después de muerta podía transformar a cualquier ser viviente en piedra, y poder así salvar a su amada Andrómeda de las terribles garras del monstruo Ceto?.
Alice se dio cuenta entonces de cuanta pasión había puesto en su alegato.
-Disculpadme -pidió mientras bajaba su rostro avergonzada.
-¿Por qué? -preguntó Jasper sin comprender.
-Bella siempre me censura por mi ideas, me aconseja que deje de fantasear y que madure, instándome a leer más filosofía, tal y como hace ella -le explicó.
-No es necesario que os disculpéis -la corrigió. -Al contrario -prosiguió -¿no habéis oído ese dicho que asegura que el amor es el sentimiento que mueve al mundo? Alice sonrió tímidamente, dedicándole una dulce mirada a través de sus largas pestañas mientras asentía con la cabeza.
No, no es inmadura, pensó Jasper, sino soñadora y romántica. Decidió que su prometida, inocentemente albergaba en su corazón el ideal femenino del héroe que lucha por el amor de la doncella en apuros, un ideal tan antiguo que se podía remontar al inicio de los tiempos. Nunca hasta ese momento se había parado a pensar cuan ciertas eran las palabras que acababa de decirle, ni había tenido la certeza de lo que puede llegar a hacer el hombre por el amor de una mujer. Se dio cuenta de que él mismo sería capaz de llevar su reino a la más cruenta batalla o arriesgar su propia vida por salvar la de Alice, él podría ser sin ningún tipo de reserva ese héroe que la rescatase de cualquier peligro, de cualquier sufrimiento, de cualquier infierno.
Por un momento se perdió en aquellos reflejos violáceos. Si tan sólo ella pudiera sentir algo por mí, pensó Jasper. Si supiera cuál es el camino, la forma de poder llegar a su corazón lo recorrería sin dudarlo a costa de lo que fuera. Quiso convencerse de que la mejor decisión que había tomado era darle tiempo, sin hostigarla ni confundirla con sus propios sentimientos. Si algún día ella llegara a sentir algo por él, y ojala así fuera, debía ser siguiendo los dictados de su corazón y no por sentirse comprometida u obligada por un sentimiento no correspondido.
-Mi señor -la voz de Alice interrumpió sus pensamientos -¿debo entender que me estabais buscando? -preguntó al recordar que había acudido a la biblioteca en su busca.
-Ah, sí -respondió sacudiendo la cabeza, poniendo en orden sus ideas.
-Quería recordaros que esta tarde el obispo nos espera para confesión.
Jasper era consciente de que podía haber mandado a cualquier sirviente a transmitirle dicho recado en su nombre pero desde aquel paseo que dieran hacía ya dos días, apenas si la había visto y se dio cuenta de que la extrañaba enormemente. Aquella excusa le había venido como anillo al dedo para poder buscarla y conversar aunque fuera un momento con ella.
-Muy bien, estoy preparada -le confirmo.
-Aprovechando la ocasión quería comunicaros que he resulto que mañana se celebren ambas ceremonias -le informó. -En vista de que vuestro Reino está carente en estos momentos de alguien que lo gobierne tras la desafortunada muerte de vuestro padre y para evitar cualquier conflicto que pueda ocasionar tal vacío de poder, he decidido acelerar nuestra coronación a mañana, tras nuestro matrimonio -le explicó.
-Entonces mañana... -titubeó Alice.
-Pasaréis a ser mi esposa y la soberana de ambos reinos -le confirmó. El rostro de Alice se ensombreció repentinamente, hecho que a Jasper no le pasó desapercibido.
-¿Os preocupa la ceremonia o...?
-No -le corrigió ella rápidamente.
-¿Qué os aflige entonces? -preguntó preocupado. Alice se tomó unos segundos para contestar, suspirando en un intento de infundirse valor.
-Decidme, mi señora -insistió mostrándose impaciente.
-Me preocupa no cumplir correctamente tanto con mis deberes de reina como de esposa -dijo en un susurro. Jasper se quedó en silencio por un momento, atónito. Sin embargo, se apresuró por darle una respuesta a su prometida e inspirarle confianza si eso era lo que ella necesitaba.
-No diré que vuestros deberes como reina serán fáciles porque no es cierto, pero confío en que me permitáis guiaros en tan ardua tarea. Sentíos libre de recurrir a mí en busca de consejo siempre que lo consideréis necesario, y yo, por mi parte, os aseguro que siempre estaré dispuesto a escuchar vuestras inquietudes y vuestras ideas.
Alice asintió agradecida, aunque la turbación de su rostro no había desaparecido. Jasper supuso cual era el motivo aunque no sabía muy bien como afrontarlo.
-Por lo que respecta a vuestros deberes como esposa, debéis saber que compartimos inquietud pues yo también soy inexperto en el papel de esposo -le confesó en un susurro.
De repente, Alice sacó un papel plegado de entre la manga de su vestido y jugueteó con él entre sus dedos, nerviosa. Finalmente, tras un momento de indecisión, se la entregó a Jasper que la miró confuso.
-Os ruego que lo leáis -le pidió sonrojada. Jasper se limitó a obedecer.
-Pero esto son.... -titubeó Jasper.
-Nuestros votos matrimoniales -le confirmó Alice con tenue murmullo. Jasper fue incapaz de ocultar su asombro.
-Si no los encontráis apropiados, si preferís no... -las palabras salían atropelladamente de la boca de Alice.
-Son perfectos -murmuró Jasper sin separar la vista del pliego recorriendo aquellas líneas manuscritas por su prometida. Alice respiró aliviada.
-Espero que no consideréis una osadía que yo... -se apresuró a justificarse pero Jasper la interrumpió con un ligero sacudir de su mano.
-He de reconocer que había olvidado por completo ese detalle así que, en realidad os estoy agradecido -le confirmó mirándola ahora con una amplia sonrisa en sus labios.
-¿Qué significa esto? -dijo acercándose a ella para mostrarle a que se refería -¿Son nuestras iniciales? -preguntó señalando algo en el papel mientras ella se inclinaba más sobre él para comprobarlo.
-Sí, indican las estrofas que cada uno de nosotros debería recitar -le explicó.
-Entiendo -dijo él alzando su rostro.
Justo en ese instante, a escasos centímetros se encontró con la mirada gris de Alice, tan cerca que podía vislumbrar la forma exacta de aquellos reflejos violáceos que lo tenían absolutamente hipnotizado, tan cerca que podía sentir su dulce aliento sobre su rostro ¿Serán igual de dulces sus labios? -pensó mientras dirigía su mirada a aquellos labios sonrosados. La tentación era casi insostenible, esos labios se le mostraban irresistibles y casi podía notar su calidez, su suavidad, lo único que tenía que hacer era acercarse un poco más y...
-Majestad -una voz sonó a su lado rompiendo el encantamiento. Jasper se giró con una expresión poco disimulada de fastidio en su rostro a comprobar quien les había interrumpido .
-¿Si, María? -espetó mientras la muchacha se inclinaba.
-Su Ilustrísima me manda a avisarles que espera a Vuestras Majestades en la capilla -le informó ella con la mirada pegada al suelo.
-Está bien -dijo levantándose del banco de piedra, ofreciéndole su mano a Alice.
-¿Vamos, mi señora? -preguntó con una sonrisa, mientras un sentimiento de frustración luchaba por explotar en su pecho.
-Sí -asintió Alice tímidamente, tomando su mano.
Cuando se disponían a abandonar el jardín, Alice se volteó durante un momento para comprobar que Emmett los seguía, pero, en su lugar, se encontró con el rostro de María. Alice se irguió rápidamente, y siguió caminando, pensativa. No entendía muy bien cual podría ser el motivo pero, habría jurado que en los labios de la doncella se perfilaba una pérfida sonrisa de satisfacción.
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Mensaje por Rose Daniels Mar Feb 16, 2010 8:28 pm

CAPITULO 7
Con tanta gente arremolinada en la antesala le iba a ser imposible encontrarla. Volvió a estirar su cabeza por encima del gentío para ver si conseguía localizarla pero era inútil.
-¿A quién buscáis? -la voz aguda y afilada de Tanya resonó en sus oídos.
Justo en ese momento vio su rostro entre la gente y, sin darle mayor explicación a su acompañante, la hizo caminar para dirigirse a ella. Conforme se fue acercando, sendas figuras masculinas se hicieron visibles a su lado. El mayor de ellos, por sus vestiduras, hacía suponer que era un rey, y, fijándose en sus facciones que le resultaban tan familiares podía casi asegurar que era el padre de Bella. Sin embargo, el joven noble de largo y oscuro pelo que la hacía sonreír en esos momentos fue el que más captó su atención, teniendo en cuenta la punzada que golpeaba su corazón una y otra vez viendo como tomaba sus manos de modo tan afectivo.
-Buenos días, Alteza -la saludó en cuanto llegó hasta ella.
-Buenos días -contestó Bella. -Permitidme que os presente a mi padre, el Rey Charles y al Príncipe Jacob de Dagmar. Él es el Príncipe Edward de Meissen.
Edward le dedicó una reverencia a ambos en silencio, con su mirada fija en aquel joven. Pasados unos segundos y en vista de que nadie parecía reparar en ella, Tanya decidió anunciarse ella misma.
-Yo soy la Princesa Tanya -se presentó, inclinándose primero ante Charles y después ofreciéndole su mano a Jacob, tomándola él para besarla levemente. Tras eso, volvió a colgarse del brazo de Edward. Bella sintió que le faltaba la respiración.
-¿Eres el hijo de Carlisle? -preguntó Charles, pensativo.
-Sí, Majestad -le informó apartando por fin la vista de Jacob -¿le conocéis?
-Sí, desde hace algún tiempo.
Bella lo miró confundida.
-La ayuda de tu padre fue inestimable hace algunos años, cuando un brote de escarlatina azotó mi Reino amenazando con diezmar la población -le dijo a Edward -Tú aún eras muy pequeña, por eso no lo recuerdas -miró a su hija. -¿Va a asistir a la ceremonia? -añadió -Si es así me gustaría mucho saludarlo.
-Llegó hace algunos días en compañía de mi madre. Si gustáis acompañarme puedo indicaros donde está.
Ahora Edward posó su mirada sobre Bella y ella no pudo definir a que se debía el fuego intenso que desprendían esos ojos verdes, simplemente no fue capaz de sostener su mirada y se giró hacia Charles.
-Padre, yo voy a ayudar a Alice -le informó. -Después vendré a avisarte cuando ya esté lista.
Hizo una reverencia y se apresuró a alejarse de ellos, de aquellos ojos verdes que parecían querer atormentarla y de aquella muchacha de cabellos dorados cuya sonrisa ladina sabía iba a acompañarla durante el resto del día.
§ ~ * ~ §
A través de las vidrieras, la luz del atardecer, coloreada por centenares de cristales iluminaban la iglesia. Bajo ese halo mágico y encantador Jasper esperaba junto al altar. Edward, como su padrino, lo acompañaba. El toque de campanas anunció que la novia se disponía a hacer su entrada. Jasper respiró hondo, por enésima vez desde que entrara a la iglesia, antes de girarse a mirarla. Y ahí estaba, la más hermosa de las apariciones.
Rosalie no había exagerado en su descripción aquel día, al contrario, ni la más divina deidad podía ser comparada a Alice en belleza, incluso la misma Afrodita estaría ardiendo en el Olimpo ante tal esplendor. Su pelo negro salpicado con pequeñas flores blancas enmarcando su rostro, la blanca muselina entallando su cuerpo hasta su cadera para luego volverse etérea, vaporosa sobre sus pasos, el organdí cubriendo desde sus hombros sus delicados brazos. Un escalofrío recorrió su espalda al pensar que la criatura más bella sobre la faz de la tierra estaba a pocos metros de convertirse en su esposa.
Alice, del brazo de su tío se dirigía lentamente hacia él. A pesar de todas las miradas se dirigían a ella con gesto sonriente, Alice no podía apartar ni un sólo segundo sus ojos de Jasper, enfundado en aquella túnica azul marino contrastada con ribetes y cinturón dorados, que resaltaban más su rubio cabello, tan apuesto, tan gallardo, tan caballero, su caballero.
En cuanto llegaron al altar, el Rey Charles le entregó la mano de Alice a Jasper. Sendas sonrisas nacieron en sus labios en cuanto sus pieles y sus miradas entraron en contacto y así hubieran seguido a no ser por la voz del obispo que daba comienzo a la ceremonia, obligándoles a mirarle.
Para Alice, todas las palabras del obispo resonaban huecas y vacías en su mente. La incertidumbre de lo que iba a pasar a partir de ese día era más que tangible y, por desgracia, la respuesta a sus dudas no la hallaría en las sagradas escrituras. Por un segundo deseó que el tiempo previo a su boda hubiera sido mayor, haber tenido la oportunidad de conocer a su prometido mejor. Pero el recuerdo de los últimos días vino a su mente. Jasper se había comportado de una forma muy gentil y considerada con ella, incluso complaciente y comprensivo y eso, al menos, le daba razones más que suficientes para afrontar esa nueva etapa de su vida con esperanza.
Alice vio como Edward se aproximaba a Jasper para entregarle los anillos.
-Tomad vuestras manos y que vuestros votos sean escuchados -exclamó el obispo mientras ambos se ponían frente a frente y se tomaban las manos.
Jasper, con su mirada fija en Alice, empezó a recitar los votos que ella hubiera escrito para ellos.
-No podéis poseerme, puesto que sólo me pertenezco a mí mismo. Pero mientras ambos lo deseemos, os doy todo lo que me pertenece y pueda ser dado -comenzó Jasper.
-No podéis darme órdenes, puesto que soy una persona libre, pero os serviré en todo aquello que me pidáis y la miel sabrá más dulce si viene de mis manos -respondió Alice.
-Os prometo que el vuestro será el único nombre que grite en la oscuridad de la noche, y vuestros los ojos en los que me miraré cada mañana. Os prometo el primer bocado de mi plato, y el primer sorbo de mi copa.
-Os encomiendo mi vida y mi muerte, y confío ambos a vuestro cuidado.
-Seré un escudo para vos, y vos lo seréis para mí. Nunca os difamaré, ni vos a mí tampoco -aseguró él.
-Os honraré siempre por encima de los demás, y si se da alguna diferencia entre nosotros, que sea resuelta en nuestra privacidad, sin hacer partícipes a extraños de nuestros agravios.
-Estos son mis votos matrimoniales para nosotros -concluyó Jasper mientras colocaba el anillo en el dedo de Alice.
-Estos son mis votos matrimoniales para nosotros -respondió Alice colocando a su vez el anillo en el dedo de Jasper.
Sin dejar de mirarse ni un instante, sus manos volvieron a buscarse para unirse de nuevo.
-Los exhorto a que sean fieles a los votos que han tomado y que estos anillos sean el símbolo que los selle -prosiguió el obispo -Ante Dios y ante los Hombres, os declaro marido y mujer.
Mientras un murmullo de admiración se iniciaba a su alrededor, Jasper posó su mano en la mejilla de Alice que se sonrojaba bajo su tacto. Hubiera mentido si negase que la emoción le embargaba en ese momento, por fin Alice era su esposa y el sentimiento de felicidad que ocupaba su corazón era estremecedor. Con su otra mano en la cintura de la muchacha la atrajo hacia él, inclinando lentamente su rostro sobre el suyo. De nuevo respiró el dulzor de su aliento y le pareció casi más delicioso que el día anterior. El deseo de saborear aquellos labios se hizo más poderoso si cabe, dando paso a un ardor que amenazaba con consumirle si no lo hacía. Muy despacio posó sus labios sobre los suyos, eran mucho más suaves y dulces de lo que él había imaginado y, quizás debería haber sido un poco más consecuente con el momento y el lugar en el que estaban pero, el sentir por fin el contacto de su piel, de su boca, le hicieron olvidarse de todo. Entreabrió sus labios capturando de nuevo los de Alice, necesitaba sentirla más cerca y mientras sus labios danzaban sobre los suyos la apretó más fuerte contra su cuerpo.
Los aplausos y vítores de los presentes le hicieron volver a la realidad y, mucho más pronto de lo que él hubiera querido, se separó de ella, que, sonrojada lo miraba tímidamente con cierto asombro dibujado en sus ojos.
De nuevo tiñeron las campanas, mientras resonaban las trompas y cornetas. El jolgorio del ceremonial se tornó en solemnidad, la cual quedaba reflejada en los dos sacerdotes que ahora se situaban en el altar a ambos lados del obispo, portando sobre sus manos las vestiduras reales. El obispo las bendijo mientras Jasper y Alice se arrodillaban frente a él. Tras eso, tomó aceite y los ungió a ambos. Uno de los sacerdotes le ayudó a colocar sobre los hombros de Jasper la capa real y le entregó el cetro mientras el obispo, sujetando la corona por encima de su cabeza, recitaba el juramento.
-Jasper, Rey de los Lagos por derecho de sangre, Rey de Asbath por derechos conyugales, ¿juráis solemnemente gobernar los Pueblos de ambos Reinos y sus Posesiones y otros Territorios pertenecientes a cualquiera de ellos, según sus respectivas leyes y costumbres? -preguntó el obispo.
-Sí, lo juró -sentenció firmemente.
-¿Os comprometéis a respetar y defender a vuestro Pueblo, asegurando la paz y haciendo justicia con misericordia?
-Sí, me comprometo -aseguró, antes de que el obispo le colocara finalmente la corona.
Cuando Jasper se puso en pié, el otro sacerdote se dirigió hacia Alice que aún continuaba de rodillas y, con su ayuda, le colocaron la capa. Jasper le hizo entrega a Alice del cetro y, tal y como hiciera el obispo anteriormente con él, sujeto la corona de Alice sobre su cabeza mientras le repetía el juramento a su esposa.
-Alice, Reina de Asbath por derecho de sangre, Reina de los Lagos por derechos conyugales, ¿juráis solemnemente gobernar los Pueblos de ambos Reinos y sus Posesiones y otros Territorios pertenecientes a cualquiera de ellos, según sus respectivas leyes y costumbres? -le preguntó.
-Sí, lo juró -contestó ella.
-¿Os comprometéis a respetar y defender a vuestro Pueblo, asegurando la paz y haciendo justicia con misericordia?
-Sí, me comprometo.
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Mensaje por Rose Daniels Mar Feb 16, 2010 8:31 pm

Jasper colocó la corona en su cabeza y, tomando sus manos la ayudó a levantarse.
-Que la Gracia de Dios os acompañe y os ayude a cumplir con vuestros votos y vuestros juramentos por siempre. Podéis ir en paz -concluyó el obispo haciendo la señal de la cruz dirigiéndose a todos los presentes.
Sin soltar la mano de su esposa y rodeados por los aplausos y felicitaciones de todos los asistentes se encaminaron hacia el Salón del Trono, donde tendría lugar el festín en honor a los novios.
Como era de esperarse, fue un banquete digno de Reyes, con decenas de deliciosos platillos a base de venado, cerdo, cordero, pescado... todo para saciar hasta el paladar más exquisito, y aderezado con interminables barriles de cerveza y barricas de hidromiel y vino para alegrar los ánimos de los comensales y festejar por todo lo alto. Una compañía de juglares amenizaba el ambiente con tocatas y representaciones y, una vez que se retiraron las bandejas y se dio por terminado el banquete hicieron sonar sus laúdes y flautines, animando a los presentes a unirse a la danza.
Bella aprovechó ese momento para acercarse a los novios que se hallaban sentados presidiendo la mesa, y darles por fin la enhorabuena personalmente.
-Majestades -se dirigió a ellos con semblante severo y haciendo una profunda reverencia. Jasper y Alice rompieron a reír. Bella no pudo mantenerse seria por más tiempo y soltó una carcajada.
-Mira que eres tonta -la regañó Alice palmeando su brazo sin parar de reír.
-¡Alice! -la recriminó en broma -¡tu esposo va a creer que no te guardo el respeto suficiente! Si me manda al calabozo por ello tú serás la responsable y recaerá sobre tu conciencia de Reina -la amenazó.
-Lo único que va a pensar es que te has bebido tú sola una barrica de hidromiel -le dijo. Jasper no podía dejar de reír ante la escena que estaba presenciando. Sin duda, el buen talante de las dos primas era envidiable.
-Pues déjame informarte de que sólo he bebido un vaso y ha sido para brindar por vuestra felicidad -le aclaró.
-Muchas gracias -dijo Jasper sin parar de sonreír.
-Pero mi señor, ¿acaso le creéis? ¿no veis el fulgor de sus mejillas? -bromeó Alice. -Tal sonrojo no puede ser producto de un sólo vaso.
-Es que hace mucho calor aquí -se justificó Bella. -De hecho me dirigía al jardín a tomar el fresco -le informó.
-Creí entender que veníais a felicitarnos, Alteza -contestó Jasper, uniéndose a la broma. Bella hizo una mueca al verse descubierta.
-Tienes ventaja -le reclamó a su prima -sois dos contra una -refunfuñó Bella. La pareja se miró y comenzaron a reír nuevamente.
-Creo que estaría bien esa visita al jardín -le aconsejo finalmente Alice -¿Quieres que te acompañe?
-No, no, como se te ocurre abandonar tu fiesta -la regañó Bella.
-En cualquier caso no deberíais salir sola -admitió Jasper. -Emmett, ¿puedes venir? -le pidió haciéndole una seña para llamar su atención.
-Majestad -dijo mientras hacia una reverencia en cuanto llegó hasta ellos. Ambas primas rieron al unísono al recordar el mismo gesto de Bella hacía unos momentos. El rostro serio de Emmett se llenó de confusión.
-La hidromiel -dijo Jasper en tono divertido a modo de explicación. Emmett asintió entendiendo. -De hecho, quería pedirte que acompañaras a Su Alteza al jardín, a que tome un poco de aire.
-Por supuesto, Majestad -accedió Emmett con una sonrisa, extendiendo su brazo hacia Bella. -¿Vamos, Alteza?
Bella asintió y tomó su brazo.
-Ah! Y mi enhorabuena a los dos -añadió con voz chisposa antes de retirarse. Ambos le respondieron con una sonrisa.
De camino al jardín, pasaron cerca de Edward y de su rubia acompañante. Bella hizo todo su esfuerzo por mantener su sonrisa y no dirigir su mirada a ellos en ningún momento. Era cierto que había bebido un poquito más de la cuenta. Tener a la pareja en la mesa de enfrente donde perfectamente podía observar las atenciones que la Princesa Tanya le prestaba a Edward estaba poniéndola de muy mal humor, así que decidió solventarlo con un par de vasos de hidromiel y, la verdad, había funcionado, hasta ese momento en que sus efectos eufóricos estaban evaporándose, dejando paso al sopor.
-¿Os encontráis bien? -le preguntó Emmett mientras la ayudaba a sentarse en uno de los bancos de piedra del jardín.
-Oh, sí, no te preocupes, Emmett, Alice ha exagerado un poco -le tranquilizó Bella. -Ya sabes que no me siento muy cómoda en las celebraciones y con tanto gentío me estaba empezando a acalorar.
-Justo lo contrario que vuestra prima -puntualizó él.
-Sí -sonrió Bella -Alice está disfrutando muchísimo. Hay tantos invitados, incluso han acudido de reinos tan lejanos que apenas sabía que existían -admitió.
-¿Entonces no conocéis al joven que ha estado acompañando a la Princesa Rosalie? -le inquirió Emmett.
Bella lo miró extrañada. Era cierto que Rosalie había estado acompañada por cierto joven durante todo el día. En realidad no se había apartado de ella ni un instante y parecían haber congeniado por las miradas y sonrisas que ambos se dedicaban.
-Bueno, no lo conocía pero Su Alteza me lo presentó al terminar la ceremonia -le explicó. -Su nombre es James y es el Duque de Bogen.
Emmett lo miró con aire de desconfianza.
-Efectivamente, ese es uno de los reinos de los que te hablaba. Yo tampoco lo conocía -concordó ella. -Pero ¿por qué la pregunta? -quiso saber.
-Su cara me resulta familiar.
-¿Te resulta familiar? -preguntó sorprendida.
-Sí y admito que me tiene desconcertado. Estoy seguro de que lo he visto antes pero no consigo situar donde ni cuando -le explicó atormentado.
-Bueno, teniendo en cuenta lo lejano de su Reino, no creo que hayas tenido muchas oportunidades de verlo. Quizás sus facciones te recuerdan a alguien más -supuso Bella.
-Puede ser -dudó Emmett.
-Que casualidad encontraros aquí -la voz de Edward interrumpió su conversación. -¿Os encontráis bien, Alteza? -preguntó al verla en compañía del guardia.
-Necesitaba aire fresco y Emmett me está acompañando -le dijo sin apenas mirarlo.
-En realidad, quisiera volver al Salón por si a Sus Majestades se les ofreciera algo -admitió él. -Así que, ya que vos...
-Por supuesto, Emmett, yo me hago cargo de la princesa -se ofreció Edward amablemente. Emmett se inclinó agradecido.
-Entonces, si me disculpan, yo me retiro -añadió el guardia casi marchándose de inmediato, sin dejar que Bella contestase.
-Creo que deberíais entrar también, vuestra pareja podría extrañar vuestra presencia -le aconsejó Bella con la ironía marcando su voz.
Justo en ese momento, a lo lejos, escucharon la voz de Tanya y de Jacob, llamándolos.
-Creo que podría decir lo mismo de vuestro acompañante -concluyó Edward con disgusto.
Sin darle oportunidad de reclamar, la tomó de la mano y tiró de ella, corriendo hacia el interior del jardín, alejándose de aquellas voces que los reclamaban. Se dirigió hacia uno de los setos altos que se situaban casi al final del parterre y se ocultaron detrás.
-¿Me podéis explicar que estáis haciendo? -le espetó Bella mientras se soltaba de su mano.
-Bajad la voz -le ordenó él.
-¿Qué pensaría vuestra prometida si supiera que os escondéis de ella? -le preguntó con sarcasmo.
-¿Qué os hace pensar que es mi prometida? -La voz de Edward sonó contrariada.
-¿Qué tal si os digo que ella misma? -le contestó. Edward la miró lleno de confusión.
-He tenido la fortuna de gozar de su compañía durante la ceremonia -le explicó Bella. -El momento más interesante ha sido cuando, entre suspiros lastimeros me contó sus deseos de ser ella la que ocupara el lugar de mi prima pero con vos a su lado.
-¿Y eso os hace pensar que es mi prometida?
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Mensaje por Rose Daniels Mar Feb 16, 2010 8:34 pm

-Eso, que me haya hablado de sus intenciones de mandar a bordar vuestras iniciales en todo su ajuar y el hecho de que no os hayáis separado de ella ni un instante en el día de hoy -le informó cruzándose de brazos.
-Si es por eso yo debería pensar lo mismo de vos y del Principe Jacob -le reclamó.
-¿Os ha dicho que también va a bordar su ajuar con nuestras iniciales? -cuestionó llena de ironía.
Edward tuvo que esforzarse para no reír. Quizás Bella no era consciente de ello pero, cualquiera que los hubiera visto, podría asegurar que estaba presenciando la típica escena de celos entre enamorados. Edward no podía negarse que estaba disfrutando de la situación, además de que Bella se veía aún más hermosa así, tan irritada como estaba, con sus mejillas ardiendo por el enojo.
-Él tampoco se ha separado de vos ni un instante -le aclaró por fin.
Tal afirmación la dejó sin argumento.
-¿Debo entender por vuestro silencio que es vuestro prometido? -quiso saber.
-Tenéis mala memoria. Ya os dije que no estaba prometida.
-Lo recuerdo perfectamente, igual que recuerdo que me dijisteis que un “posible” pretendiente os aguardaba -la corrigió él. -Imagino que os referíais a él.
Bella se limitó a asentir sin atreverse a mirarlo.
-Si sigo haciendo gala de mi buena memoria, vos me dijisteis que no estabais interesada. Aunque en realidad no sé si os referíais al matrimonio o a él -dijo en tono acusatorio.
-¿Tenéis algo que reclamarme? -le reprobó.
-En absoluto, Alteza. Sólo intento descubrir el motivo por el que no os habéis separado de él ni un segundo. Pero, por supuesto que no tenéis que darme ningún tipo de explicación si no es vuestro deseo.
-Pues para vuestra información os diré el Príncipe Jacob es un amigo de la infancia al que tengo en alta estima. No me parecía correcto dejarle solo teniendo en cuenta de que a la única persona que conoce, aparte de mi prima y mi padre, soy yo. Puedo aseguraros que ellos le habrían acompañado encantados si no hubieran estado un tanto ocupados. Os recuerdo que eran la novia y el padrino -añadió con sorna.
-Sin embargo, me parece injusto que, acaparando él todo vuestro tiempo, el resto no hayamos tenido ocasión de disfrutar de vuestra compañía -admitió tras un breve silencio, sintiendo cierto alivio al ser sus temores infundados.
Ahora Bella lo miraba asombrada.
-No creo que necesitéis de mi compañía si tenéis a la Princesa Tanya colmándoos de atenciones -afirmó, arrepintiéndose inmediatamente de sus palabras. Se giró para no enfrentarlo. Quizás estaba dejando demasiado claros los motivos de su comportamiento y eso era algo que no estaba dispuesta a reconocer.
-Es posible que ya hayáis olvidado los momentos tan agradables que hemos pasado en estos últimos días, y puede que tampoco os diga nada el hecho de que haya intentado acercarme a vos durante todo el día sin haberlo conseguido. Casi he tenido que raptaros para hablaros -dijo sonriendo. -Vuestro casi-pretendiente es muy obstinado.
Bella no pudo evitar reír. Edward se colocó ante ella y, levantando su barbilla, la obligó a mirarle.
-Por fin -dijo con alivio. -¿Debo entender por vuestra risa que ya no estáis disgustada conmigo?
-En ningún momento he dicho que estuviera molesta con vos -le corrigió, apartándose de él, debía hacerlo si pretendía mantener la compostura. Pero su nerviosismo no le pasó desapercibido a Edward y sintió deseos de presionarla un poco más, su rubor era adorable. Sin embargo no era el mejor momento, apenas si le conocía y ella podría malinterpretar sus intenciones, cosa muy probable en vista de su malestar.
-Me alegra el saberlo. Y por si os queda alguna duda, os aclaro que la princesa no es mi prometida, ni hay intención por mi parte de que así sea -añadió.
-Creo que no es a mí a quien debéis aclarárselo -le instó mirándolo duramente.
-Tenéis razón -admitió. -Quizás ella haya confundido mi caballerosidad con otro tipo de atenciones. Deberé reparar mi falta lo antes posible. Sólo espero que este malentendido no me prive de vuestra compañía -concluyó lanzándole a Bella una de esas sonrisas deslumbradoras.
-Sí así lo deseáis... -titubeó ella.
-Por supuesto que lo deseo -susurro él. Bella giró su rostro intentando ocultar su sonrojo. Edward rió para sí, en verdad era encantadora. Tomó de nuevo su barbilla para disfrutar de nuevo de ese ardor en sus mejillas.
-Me veo en la obligación de recordaros que pasado mañana tenemos otra de nuestras acostumbradas citas. Si no recuerdo mal es vuestro turno y espero que no faltéis a vuestro compromiso -le insinuó -no querréis quitarme la satisfacción de escuchar vuestra voz ¿verdad? -musitó Edward.
Aquella voz aterciopelada como un murmullo la turbaba por completo. No era capaz de articular palabra, simplemente se limitó a negar con la cabeza, o ¿debería haber afirmado? Sentir la suavidad de sus dedos en su barbilla tampoco ayudaba. Si al menos dejara de mirarla así, si le permitiera pensar con claridad. Pero Edward no tenía intención de hacerlo, al contrario, parecía haberse perdido en la oscuridad de esos ojos, en el fulgor de sus mejillas. Lentamente recorrió la línea de su rostro hasta su mejilla, sintiendo el calor en las yemas de sus dedos. Bajo su tacto, Bella sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo, haciéndola temblar.
-¿Tenéis frío? -preguntó suavemente. Bella asintió. Sin que apenas se diera cuenta, Edward se había quitado su capa y se la había puesto sobre los hombros.
-Creo que debería entrar. Ya es tarde y debo ayudar a mi prima a prepararse -dijo al fin en un momento de lucidez.
-Está bien -accedió Edward mientras le ofrecía su mano.
Cuando entraron al Salón a Bella no le pasaron inadvertidos los rostros de Tanya y de Jacob. Se alegró al ver que Esme y Rosalie la llamaban, era el momento de llevarse a Alice a sus aposentos. Respiró con alivio sabiendo que no tendría que lidiar con Jacob en ese instante. Se despidió de Edward devolviéndole la capa y, en compañía de las otras dos mujeres, fueron en busca de su prima.
§ ~ * ~ §
En la recámara de Alice, la tres mujeres revoloteaban a su alrededor disponiéndolo todo mientras ella las observaba sentada en su cama. El vestido de muselina era sustituido ahora por una larga camisola de lino abrochada con lazos de seda y su pelo se veía libre de aquella lluvia de flores que lo habían adornado hasta hacía un momento. No quedaba rastro de la novia que había entrado poco tiempo antes en aquella habitación, ocupada ahora por una esposa, que esperaba en el que sería el lecho conyugal.
-Verás como todo va a salir muy bien -le susurró Bella mientras la abrazaba antes de irse.
Alice asintió mientras veía a su prima unirse a Esme y a Rosalie. Las tres le dedicaron una sonrisa de confianza antes de cerrar la puerta. Apretó las rodillas contra su pecho, suspirando profundamente, tratando de controlar los temblores que provocaba su nerviosismo.
Sabía perfectamente lo que iba a suceder esa noche pero, aún así no pudo evitar que aflorara su temor virginal. Sólo esperaba que él se mostrara tan gentil como lo había sido hasta entonces. Sin duda ella cumpliría con su deber de esposa y se entregaría a él, pero confiaba en que él se conformara con recibir sólo su cuerpo, pues aún no estaba preparada para entregarle su alma y su corazón.
Otra vez deseó haber tenido más tiempo para conocer a su marido. No podía negar que ciertos sentimientos empezaban a brotar en su corazón pero ¿era eso el amor? Rápidamente desechó esa idea de su mente y se convenció de que, en realidad, no tenía motivo de queja. Muchas mujeres que se veían obligadas a contraer matrimonio como ella se entregaban a sus maridos sin sentir ningún tipo de atracción por ellos, hasta sentían hastío. Al menos Jasper le resultaba muy atractivo, incluso debía reconocer que le agradaba como hombre. Recordó el beso que le había dado horas antes en el altar y se sintió ruborizar de nuevo. Recordaba como la había apretado contra su cuerpo mientras acariciaba sus labios con los suyos con vehemencia, sintiendo el ardor emanando de su boca, como si el deseo por besarla hubiera estado por encima de su propia voluntad. Alice se estremeció y apretó más las rodillas contra su pecho. ¿sería eso suficiente para ellos?
Alice escuchó pasos en el corredor que se detenían frente a su puerta.
-¿Puedo pasar, mi señora? -preguntó Jasper desde el pasillo.
-Adelante -le indicó ella. El momento ha llegado, dijo para sí. Suspiró nuevamente intentando mostrarse más calmada ante él. Jasper cerró la puerta y se quedó de pié, cerca de la cama.
-¿Qué os ha parecido la fiesta? -preguntó intentando iniciar la conversación.
-Bien -musitó Alice, esforzándose por que no se le cortase la voz.
-Si no fuera porque el protocolo lo exige, habría invitado a menos de la mitad. Reconozco que no conocía a muchos de los que han asistido -continuó.
Alice contestó con un simple movimiento de cabeza. Jasper sonrió ante lo evidente. Se sentó en la cama frente a ella, tomó una de sus manos aferrada a sus piernas y la besó.
-Tranquila -le susurró acariciando su mano lentamente. Alice sintió que su caricia lanzaba olas de sosiego por todo su cuerpo.
Jasper aguardó paciente hasta que notó su respiración más pausada, tras lo que volvió a hablar. -No pienso forzaros a nada -le dijo soltando su mano -no pretendo que os entreguéis a mí esta noche.
Alice lo miró sorprendida y llena de confusión.
-Os ruego que no me malinterpretéis, no os estoy rechazando -se apresuró a explicarle. -Al contrario, os estoy ofreciendo lo que creo que podría tener más valor para vos en este momento, todo mi tiempo.
-No os comprendo, mi señor.
-Sé que cumpliríais sin reparos con vuestros deberes como esposa y yo lo aceptaría gustoso si sólo buscara cubrir mis necesidades como hombre, pero, en estos momentos me urge más satisfacer la necesidad de mi alma. Para ser sincero, busco algo más de nuestra unión, algo más que la simple unión de dos cuerpos -habló con gran calma.
Alice guardó silencio. Prefería dejarle terminar, temía estar confundiendo sus palabras así que decidió no interrumpirlo.
-Dudo que esta noche podáis entregarme algo más aparte de vuestro cuerpo y de vuestra virtud, que, sin duda, serían el más preciado de los regalos. Sin embargo, hay algo que me dice que eso no sería suficiente ni para mí, ni para vos. Y sé que es una osadía por mi parte pretender que algún día podáis entregarme vuestro corazón por entero, pero sí espero que, al menos, se sienta preparado para aceptarme como esposo y como hombre.
Alice no podía creerlo, de nuevo creyó que Jasper tenía el poder de leer en su alma de una forma clara e inequívoca. ¿Acaso había escuchado sus pensamientos y sus plegarías de hacía unos minutos?
-Por mi parte, prometo esperar pacientemente ese momento y, con la Gracia de Dios, confío estar a vuestro lado cuando llegue ese día.
Sin más, tomó de nuevo su mano y la besó en la palma.
-Ahora descansad -dijo mientras con su pulgar acariciaba el lugar donde se habían posado hacía un instante sus labios. -Acordaos de que mañana debemos asistir al torneo que ha organizado Edward en nuestro honor.
-Que descanséis -asintió ella sonriendo tímidamente. Jasper respondió con otra sonrisa, tras lo que se levantó y, con paso decidido, se dirigió a la pequeña puerta que separaba las habitaciones por la que desapareció.
En cuanto escuchó como se cerraba la puerta, Alice se dejó caer sobre la cama llena de alivio, pero también de confusión. ¿Era cierto lo que acababa de pasar hacía unos momentos en esa habitación o sus anhelos habían jugado con su subconsciente y había sido todo producto de su imaginación?
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Mensaje por Alice Hale Jue Feb 18, 2010 5:36 pm

Awwwww!!!!!!!!!! que bonito!!!!!!!!!!!!!!!!! me gusta la historia sobre todo xq Alice es una princesa jajajajjaja que bien escrito esta eso FELICIDADES!!!!!!!
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Mensaje por Rose Daniels Jue Feb 18, 2010 5:42 pm

jeje grax pero la historia no es mia pedi permiso para publicar nadamas
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Mensaje por Alice Hale Jue Feb 18, 2010 5:52 pm

De todos modos es muy buena
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Mensaje por Rose Daniels Jue Feb 18, 2010 6:04 pm

Gracias de hecho en el otro foro ya casi la terminaba pero cuando hicieron este la tuve que empezar de nuevo
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